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Lee “Crimen”, la columna de opinión de Vanessa de la Torre sobre Daniel Sancho

Edwin Arrieta estaba organizando sus finanzas para poder invertir en España. Hace poco le había ayudado a su única hermana a comprar un apartamento y era generoso con su padre, Leovaldo, y su madre, Marcela.

Por Vanessa de la Torre
27 de agosto de 2023
Daniel Sancho
Fotografía por: EFE

Edwin Arrieta jugaba polo en Buenos Aires, tomaba vino en Santiago de Chile, soñaba con comprar un piso en Madrid, ayudaba económicamente a su hermana y a sus padres, adoraba a sus amigos y cuidaba las vidas de sus pacientes. Era un médico talentoso, experto en cirugía plástica, que se había formado con esmero, a punta de esfuerzo, talento y disciplina.

Por eso, ni en su natal Lorica ni en Montería, donde tanto lo conocen, alguien entiende por qué lo mataron. El fin de su vida es una película de horror: un tipo compra bolsas de basura grandes, guantes, detergente y un cuchillo de cortar carne, los elementos necesarios para matar a un hombre.

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Luego denuncia su desaparición ante un agente que sospecha de los rasguños que lleva en su cuerpo y comienza una investigación que lleva a encontrar en su habitación restos humanos, pelos y sangre, huellas de una escena macabra.

El hombre, rubio, joven, bronceado, guapísimo, hijo de un reconocido actor español, termina confesando que fue él quien mató al doctor. Dice que se sentía en una jaula “de cristal, pero jaula”. “Me destruyó la relación con mi novia. Me ha obligado a hacer cosas que nunca hubiera hecho”, afirma frente a sus abogadas en Tailandia y ante la policía que lo custodia con temor a que acabe con su vida.

El tipo desmembró el cuerpo y compró un kayak desde el cual lanzó al mar parte de lo que quedaba de Edwin Arrieta. Es un crimen con tintes pasionales, varias fronteras y muchos enigmas. El asesinato de un personaje adorado que se movía entre las alcurnias colombiana, chilena y argentina. A su pomposa fiesta de cumpleaños asistieron algunas de las personas más potentadas de Colombia, y Jorge Negrete, el alcalde de Lorica, decretó tres días de duelo en honor a uno de sus ciudadanos ilustres.

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Su vida privada era eso, privada. No se le conoció pareja. Sus allegados más íntimos sabían que existía un español llamado Daniel Sancho en su vida, su victimario. Y sabían, también, que se encontraría con él en Tailandia. Hablaba a diario con su hermana. Por eso, cuando dejó de comunicarse durante varias horas con ella, le escribió al chef español por Instagram.

Él, intentando calmarla, le dijo que lo había visto por última vez en una fiesta y que estaba consumiendo alucinógenos. Ella le pidió que fuera a las autoridades y Sancho le contestó que listo, que ya se pegaba una ducha y salía.

Pero horas después, sin saber de Edwin, la hermana lo volvió a contactar y el español le repitió lo mismo, que se pegaba una ducha y salía a hablar con las autoridades. Habían transcurrido horas, duchas inciertas y mucho silencio. Edwin era, además y según lo que cuentan quienes lo conocieron, un tipo sano.

A la hermana y a las amigas les pareció curioso lo de los alucinógenos. Insistieron, y el resultado llegó a las autoridades. Daniel Sancho confesó su crimen y ahora la familia y los amigos del doctor Arrieta esperan justicia, que su asesino pague por lo que hizo, que puedan despedirlo y que la influencia del actor Rodolfo Sancho, padre del confeso homicida, no sea más poderosa que la justicia y la verdad. Que este no sea un crimen sin castigo.

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Por Vanessa de la Torre

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