Cada una tiene un tesoro. Chila tiene las camándulas, que cubren la pared principal de su cuarto, donde duerme protegida por su altar. Fabiola tiene a sus santos, a quienes atiende como si fueran sus amantes. Luz tiene su cocina, cuyas ollas parecen de plata porque se mantienen relucientes. Licina tiene sus colchas, que son obras de arte hechas con retazos. Ana Luisa tiene la docencia, que le permitió mantener a sus nueve hijos después de la muerte de su esposo. Celina tiene a su familia, que permaneció unida a pesar de la guerra y el desplazamiento forzado. Miss tiene sus viajes, que le han enseñado todo sobre el mundo y la vida, y que ahora, con 104 años, le permiten embarcarse, a diario, en travesías espirituales. Las historias de estas siete mujeres y sus tesoros son el hilo conductor que transporta al espectador a Jericó, ese pueblo antioqueño en el que se desenvuelve este documental, que se cuenta al son del bolero, el tango y el piano de Teresita Gómez –una de las más importantes intérpretes colombianas de todos los tiempos–.
Jericó es, ante todo, un pueblo acogedor. Por la amabilidad y la calidez de su gente –culta y profundamente devota de la santa Madre Laura–; por su tranquilidad –a pesar de haber sido testigo directo de la guerra–, y por sus coloridas calles –cuyas casas pasan del rojo, al verde y luego al amarillo sin pudor alguno–. Es común que, al tocar su suelo, el extranjero se sienta en casa. Este municipio fue escogido por Catalina Mesa para cumplir un sueño que venía alimentando por varios años: “Cuando mi tía abuela Ruth Mesa murió, me prometí que el día que estuviera lista regresaría a ese pueblo que ella sembró en el imaginario y en el corazón de toda la familia –le contó Mesa a Cromos–. Crecimos oyendo las graciosas y coloridas historias que contaba sobre su infancia”.
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Antes de sentirse preparada para regresar, Mesa estuvo persiguiendo la felicidad, pero cuando salió, dejó la brújula. Sin un norte fijo, pasó por la gestión empresarial, la literatura y la fotografía. Luego se dejó seducir por la realización audiovisual, y exploró ese camino en Nueva York y en París. Estuvo en el Boston College, la Sorbona y La Femis –la Escuela Nacional de Cinematografía de Francia, y una de las más prestigiosas del mundo–. Después de esos años de exploración, creó su productora, Miravus, y se animó a producir su ópera prima: Jericó, el vuelo infinito de los días. Por eso volvió, como lo había prometido. Tenía la intención de rendir tributo a las mujeres que, como su tía abuela, encarnaban el espíritu femenino, vivaz y valeroso, de la cultura antioqueña y colombiana.
La memoria como musa
Para crear Jericó, Mesa se inspiró en el documental Perfiles campesinos de Raymond Depardon. Este fotógrafo y realizador usa su obra para preservar esa Francia perdida, vieja y ancestral, que sufre una rápida transformación. La colombiana quiso hacer algo similar, pero con sus raíces como el centro de atención. “La cultura francesa me enseñó a celebrar la memoria y la identidad, así que me lancé a ponerlo en práctica –confesó Mesa con esa dulce voz que ayuda a que uno no se cohíba con sus imponentes ojos verdes–. Quería celebrar mis raíces femeninas, y entregarle el resultado a Antioquia y a Colombia como un regalo”.
Y lo logró. Entrelazó varias historias de mujeres que construyen un todo poderoso, cuya fuerza radica en la capacidad de reunir la honestidad, el humor, la melancolía, la dignidad, el dolor, la valentía y la nostalgia. Su mirada como directora es eminentemente sensible, y eso se refleja en cada escena. Cuida todos los detalles de la locación y los utiliza como elementos narrativos. Usa la música como una herramienta onírica que devuelve al espectador en el tiempo. Aprovecha la estética de las puertas y las ventanas del pueblo para hacer encuadres cerrados que parecen obras de arte enmarcadas. Muestra en planos abiertos la belleza etnológica del lugar. Toma prestada la poesía romántica que escribieron los jericoanos para darle un toque de realismo mágico.
Mesa se acerca en puntillas –delicada y respetuosamente– a las vidas de estas siete mujeres y deja que sean ellas quienes construyen la historia. El dolor y la felicidad fluyen en la misma medida. “Vemos el espíritu femenino de mujeres que con el paso de los días han aceptado la vida tal y como es. Enfrentan el dolor con humor y la fragilidad con valentía y dignidad. Unen opuestos para sobrevivir. Esto es tan trascendental y poderoso que yo me les quito el sombrero. Vivimos en una cultura capaz de enfrentar esos opuestos y eso es maravilloso”.
Un mensaje que llega al alma del espectador, quien que se conecta rápidamente con la sensibilidad de Mesa y descubre que, detrás de esas historias tan diferentes, hay puntos de encuentro que entrelazan los caminos de estas mujeres. Todas tienen como base a la familia, que es apoyo, impulso e inspiración. Todas añoran esa educación que nunca recibieron por ser mujeres en tiempos machistas. Todas se alimentan del amor, del que reciben en el presente o del que les dieron en el pasado. Todas viven hoy de las experiencias del ayer. Porque, al final, eso es la vida: un puñado de recuerdos.
Jericó, el infinito vuelo de los días
El documental, que dura una hora y 18 minutos, fue grabado en el 2014. Fueron dos meses de rodaje en este pueblito antioqueño. Nelson Restrepo, vicepresidente del Centro de Historia de Jericó, fue el mediador de encuentros entre Mesa y las protagonistas.
En Colombia, el documental se estrenó en Jericó, en las salas de cine del país será el 17 de noviembre. Las protagonistas y su directora recibieron una lluvia de aplausos, gritos y palabras de felicitación. Antes de llegar a las salas de cine del país, la producción se proyectó en diferentes festivales de cine con las mejores críticas:
- Festival Internacional de Cine Documental 2016 - HOODOCS
- XX Festival de Cine de Lima
- Festival Internacional de Cine de Vancouver 2016
- XL Festival Internacional de Cine de São Paulo
- XVIII Festival Internacional de Cine DocAviv
Fotos: Stephane Martinelli y cortesía, Jericó el infinito vuelo de los días.