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Diego Guarnizo: "Para mí un rojo puede ser café"

Este tolimense que le pone color a las grandes producciones de la televisión nacional, es daltónico. Lleva 25 años vistiendo actores y estudios de grabación para las series y realities, y 20 vistiendo a las reinas con los mejores diseñadores colombianos.

Por Gloria Castrillón

15 de septiembre de 2015

"Para mí un rojo puede ser café"

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Diego Guarnizo creció recibiendo reglazos por ser zurdo y castigos por pintar las montañas cafés y los ríos morados. Él, un pequeño artista en potencia, no entendía cómo podía ser hijo del diablo por el simple hecho de privilegiar su mano izquierda; y menos aún comprendía por qué las profesoras despreciaban sus dibujos. Pero allá en los pueblos del Tolima, en los que creció a comienzos de la década de los 70, existía aún la maldición de ser zurdo y no se sabía que había una enfermedad que se llamaba daltonismo.

Resulta difícil de creer, pero Diego Guarnizo, el mismo hombre que ha vestido a las reinas en Cartagena durante los últimos 20 años y que ha participado en la dirección de arte de más de cien producciones de la televisión colombiana, es daltónico. “No es tan grave, confundo todas las gamas de café, verdes, morados y azules, para mí un rojo puede ser café”, dice con esa sonrisa amplia y generosa que deja ver sus dientes bien alineados.

A él, claro, no le parece tan grave. Podría decirse que se divierte con el asunto, pero para el resto de los mortales no es coherente que el hombre que define cómo se visten y cómo se maquillan los actores, que decide la escenografía y la utilería de series, novelas, realities y transmisiones del Concurso Nacional de la Belleza, logre hacer su trabajo sin distinguir los colores.

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“Es sencillo”, dice y explica que su mente realiza un proceso mental que él llama rebautizar los colores. Para quienes trabajan con él es común escuchar que Diego Guarnizo pregunte: “qué color es este”. Si le dicen “verde” él se memoriza ese tono y su mente empieza a hacer combinaciones  y juegos a partir de ese concepto.

Lo cierto es que, la mayor parte de las veces, el resultado de ese proceso mental es muy acertado porque las combinaciones que hace Diego no se le ocurrirían a alguien que sí distingue todos los colores. “Por eso me toca estar bien rodeado”, dice mientras mira a Isabel Cristina Gómez, su asistente que no lo desampara ni de noche ni de día.

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"Lo mejor de haber trabajado durante 20 años en el Concurso Nacional de la Belleza fue haber conocido a los artesanos de todo el país. Yo echo mano de ellos para todas mis producciones”.

 

Reinas uniformadas.
Diego Guarnizo convocó a los mejores diseñadores colombianos para que vistieran a las candidatas al Concurso Nacional de la Belleza.

De niño, Diego también echó mano de varias estrategias para sobrevivir siendo daltónico. Algún día, por ejemplo, descubrió que una marca de colores tallaba en el lápiz el nombre del color y desde ese día procuró tener siempre en su maleta los Prismacolor. Así dejó de recibir regaños por pintar los ríos de morado y siguió recibiendo aplausos por sus participaciones artísticas en las izadas de bandera de cada año.

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Y así fue el resto de su infancia y adolescencia. Lejos de sentirse agobiado o incomprendido por ser diferente o por ser tan sensible, le sacó provecho a sus vivencias y recuerda con alegría desbordante las temporadas de vacaciones en casa de su abuelo materno, el matarife del pueblo o los paseos por el campo con su tía Teresa, analfabeta y enferma de poliomielitis, recogiendo cuescos. Recuerda que su papá era abogado y siendo el rico de Ortega se escapó con su mamá y empezaron una vida itinerante por varias poblaciones del Tolima, y que por eso nació en un municipio del que solo conoce su nombre, Villarrica.

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Hasta de su paso por el servicio militar obligatorio, del que no se pudo salvar a pesar de que su papá movió la chequera y sus influencias, tiene gratos recuerdos. “Hice parte de un primer grupo de soldados bachilleres y fuimos a parar a Florencia, Caquetá. Pero tuvimos la suerte de que nos pusieron a ayudar a un contingente de soldados profesionales que venía del monte después de seis meses de estar internados y, que sin saber leer ni escribir, necesitaban comunicarse con sus familias”.

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Y aunque no lo recuerda con amargura, sí refiere con el rosto adusto, que a partir de su salida del ejército, perdió los privilegios y comodidades que algún día tuvo. “Cuando llegué a la casa me encontré con que mi papá nos había abandonado. Nos tocó asumir, con mi mamá y mis dos hermanos, que debíamos empezar una nueva vida solos, no nos íbamos a dejar hundir”.

Diego se vino para Bogotá y después de darse cuenta de que no podría ser doctor, buscó un trabajo y una carrera para que pudiera estudiar de noche. Así se hizo publicista de la Universidad Jorge Tadeo Lozano, trabajando durante cinco años como mensajero del fondo de empleados de Carulla.

“En el último semestre conocí a Kepa Amuchastegui que fue a dictar una conferencia en la Tadeo y contó que empezaría a hacer una serie llamada La casa de las dos palmas. Me acerqué y le dije ‘yo quiero trabajar con usted’ y me mandó donde un señor que sería definitivo en mi vida, Iván Martelo”, así evoca su llegada a la televisión.

Y, divertido como siempre, Diego cuenta que su primer trabajo como asistente de vestuario de esa serie, que marcaría un hito en la televisión colombiana, fue embolarle y ponerle los zapatos a Vicky Hernández, la protagonista, y vestir a los extras. Ese fue el inicio de una gran escuela que hizo al lado de Martelo, a quien considera el padre que no tuvo en su juventud.  

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“Iván nació en un lugar que no le tocaba, porque era muy talentoso, demasiado creativo, demasiado grande, demasiado loco. Me enseñó todo lo del oficio y con él empezamos a crear la figura de la dirección de arte, que una sola cabeza manejara la escenografía, la ambientación, el vestuario, la utilería y el maquillaje”, refiere de ese momento histórico de la televisión.

Nace el director de arte

Con su juventud y sus ganas de volar, Diego se separó en algún momento de su gran maestro Iván Martelo y se fue a hacer la dirección de arte de tres series muy exitosas en la televisión colombiana, Perro Amor, La maldición del paraíso y La otra mitad del sol, de la mano de Víctor y Helena Mallarino, quienes creyeron que ese aprendiz menor de 30 años podría darle un estilo a estas producciones. Así se ganó su primer premio Simón Bolívar a mejor diseñador de vestuario por La otra mitad del sol.

Estando en esas, conoció a Germán Lizarralde, un arquitecto que como él, había crecido y aprendido del oficio de un grande de la industria. Gustavo Pizarro, hoy por hoy, el único sobreviviente de los pioneros de la televisión le heredó sus conocimientos a Germán. Con ese saber, se juntaron hace 17 años para crear Guarnizo Lizarralde, una empresa con un gran prestigio y cerca de 300 trabajadores, entre empleos directos e indirectos.

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El gran logro de Guarnizo y Lizarralde, explica Diego, fue haber vuelto profesional un oficio que era artesanal. “La arquitectura efímera como escenografía se convirtió en un valor de la televisión”, dice. Y resalta que la intención fue acabar con el maltrato a la gente que trabaja en el medio.

Su gran oportunidad fue la creación de los canales privados. “Germán me dijo ‘asociémonos para que los canales no nos contraten como ellos quieren sino como nosotros queremos’”, cuenta Diego. Así juntaron los cinco departamentos, escenografía, ambientación, vestuario, utilería y maquillaje, que antes existían por separado y que contrataban sin las garantías legales.

El trabajo de Diego consiste en leer los libretos de un proyecto y volverlos tangibles en cuanto a la caracterización de espacios y personajes. “A cada uno le hago una paleta de colores para vestuario y espacio, lo presento y el canal lo aprueba. Al final sale una biblia que se entrega a los productores”.

Para producir esa biblia, Diego y su equipo hacen una investigación detallada para justificar el ambiente, los colores y la atmósfera que quieren crear. Si la serie es de época —como Laura, la santa colombiana—, recurre a las bibliotecas y esculca en libros hasta encontrar el detalle que le hace f alta, pero casi siempre, recurre a lo que él llama una “investigación vivencial”.

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500 piezas de cestería de tenza, boyacá fabricó doña rosa jiménez para la producción de laura, la santa colombiana.

El mejor ejemplo fue cuando hizo Sin tetas no hay paraíso. De la casa, en el parque principal del barrio Cuba de Pereira, solo se podía utilizar la fachada, así que tuvo que recrearla en estudio. “Hicimos la casa con cemento y ladrillos y hasta le metimos un árbol en el patio, similar al original. Luego le dije a la dueña ‘mi señora, le compro todo lo que hay en su casa, los cubiertos, la cocina, los tendidos, la olleta del chocolate, la cama, los muebles’. Subí todo a un camión y lo puse en el estudio. Eso marca la diferencia”, concluye.

Para Escobar, el patrón del mal, Diego se sumergió en el archivo de El Espectador y la revista CROMOS buscando recrear fielmente el vestuario del capo y de los protagonistas, así como la ambientación de las casas y los lugares donde se movían.

“Tenía un gran reto y era no dejar que Pablo Escobar se robara el protagonismo, porque Juana Uribe me había recalcado que los protagonistas eran las víctimas”. El resultado fue un vestuario casi idéntico al que usó Escobar y la mezcla de imágenes reales de archivo con imágenes creadas por la producción. En el caso de Guillermo Cano, la viuda prestó para la serie los cuadros que tenía colgados en su oficina.

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 500 extras tuvo que vestir para escobar, el patrón del mal. Ninguna producción ha superado  este récord.

Idéntico
fue el vestuario de Pablo Escobar en la serie. No había lugar a especulación y para ello echó mano del archivo periodístico, rico en imágenes del capo.

La estética del narco fue protagonista en dos series exitosas, pero que aún le dejan un sinsabor a Guarnizo: Sin tetas no hay paraíso y El Cartel.

Para Amar y temer, Laura, La santa colombiana o La Plantación, que son producciones de época, la investigación histórica debe estar sustentada. Va a bibliotecas, come libros, viaja por Colombia buscando los artesanos que puedan reproducir tejidos, sombreros, tocados, zapatos, lo que sea necesario para su ambientación corresponda a la época. Una labor dispendiosa y cara. Y, a veces, desagradecida.

No siempre las series a las que les ha invertido dinero, tiempo y dedicación, resultan las preferidas del público. Diego se duele de que ese fenómeno haya sucedido con series como La Saga, que recreó desde los años 50 hasta los 70; El baile de la vida, que mostraba una cantante de los años 50; Mambo o Amar y Temer, que transcurrió en los años 50.

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Para Amar y temer, serie que recreó la Bogotá de los años 50, Guarnizo mandó hacer más de 300 tocados. Los elaboró Tomás Montoya en Medellín.

"Guarnizo y Lizarralde tiene ahora 300 empleados porque están participando en Hermanitas Calle, la Plantación, El signo que llama al amor, La Voz Kids y La Cacica. La planta fija es de 100 personas, entre el taller de costura y el de escenografía."

Para Las Hermanitas Calle, Diego sacó toda la ropa que Fabiola tuvo guardada durante décadas, en unas maletas viejas, y reprodujo el vestuario para la serie.
 

El uniforme de las reinas

Capítulo aparte en la historia de Diego Guarnizo, es su participación en el Concurso Nacional de la Belleza. Fue de él la idea de uniformar a las candidatas con creaciones de los grandes diseñadores colombianos.

Quería, dice sin eufemismos, acabar con el mundo que los narcos habían creado alrededor de las reinas. Y recuerda, sin exagerar, cuando las aspirantes llegaban con 25 maletas, tres peluqueros, tres vestuaristas y hasta esmeraldas incrustadas en sus vestidos.

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Le llovieron críticas, pero al final su idea salió adelante y en 2001 ayudó a coronar a la primera reina negra de la historia del país, Vanessa Mendoza, con un cambio en la filosofía del concurso: no importa si tiene patrocinio o no, cualquier mujer que tenga los atributos, puede ser Señorita Colombia. Los cambios también llegaron a los vestidos de baño y al traje de fantasía que se cambió por el traje artesanal, con el fin de que las candidatas buscaran y aprendieran de los artesanos de su región.

Hoy, después de 25 años de trabajo, dos premios Simón Bolívar, 5 India Catalina y la participación en más de 110 producciones, Diego Guarnizo se declara feliz con su trabajo, pero acepta que solo tiene un par de espinitas clavadas en el corazón: los realities y las narconovelas. “Yo participé del nacimiento de esos dos fenómenos en la televisión colombiana y no tengo la conciencia tranquila. Todavía me cuestiono si estuvo bien o no”, admite.

Por Gloria Castrillón

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