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Dolly Montoya: “Hay que bajar la paz de los escritorios a los territorios”

La química farmacéutica, profesora e investigadora, asume desde hoy las riendas de la Universidad Nacional.

Por Lisbeth Fog Corradine

02 de mayo de 2018

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Ser mamá es todo en la vida, es la prioridad 1A, y ser abuela es lo máximo, dice Dolly Montoya Castaño, esta pereirana que, a partir del 2 de mayo y durante tres años, despachará desde la oficina de la rectoría de la Universidad Nacional de Colombia. Es la primera vez, en los 150 años que acaba de cumplir esta institución educativa, que una mujer podrá sentarse en esa silla, que hasta ahora solo había sido utilizada por hombres. Desde ahí, mirará por la ventana del sexto piso del edificio Uriel Gutiérrez hacia las once facultades ubicadas en la ciudad universitaria; se conectará con las nueve sedes distribuidas a lo largo del país –Bogotá, Manizales, Palmira, Medellín, La Paz (Cesar), Tumaco, San Andrés, Arauca y Leticia–, y dirigirá el cuerpo administrativo y docente, que es motor de formación de alrededor de 60.000 estudiantes. 

 

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"Con mi hermana mayor compartía libros y con mis tres hermanos hombres compartía la gaminería: nadábamos, jugábamos básquet, trompo, rueda…”.

 

El principio

 

Es hija de Luis Montoya, un comerciante de café que vivía en Medellín con su mujer y sus tres hijos, y apoyaba la causa liberal en los años cincuenta. “Un buen día, mi papá nos metió en un carro color beige  y guardó las maletas que cupieron en el baúl.  Cuando llegamos a El Espinal, botó el carro y nos fuimos para Caquetá. Lo estaban persiguiendo para matarlo”. A partir de ese momento, la hoy rectora de la ‘Nacho’ vivió entre Florencia, Popayán y Pereira. Con su hermana mayor compartía libros, “y con mis tres hermanos hombres compartía la gaminería: nadábamos, jugábamos básquet, trompo, rueda…”.

 

Desde niña estuvo dispuesta a todo. Y llevaba, además, la vena política. Por eso, más adelante, fue presidenta de la Unión Pereirana Estudiantil, donde lideró la marcha del ladrillo para construir escuelas y en la Nacional fue presidenta de los comités de base, representante de curso y representante de la facultad ante diversas instancias. 

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En ese tejemaneje, se enamoró de quien también fue rector de la Nacional, Ricardo Mosquera Mesa. “Terminé mi carrera con una hija de cinco años, un hijo de dos años y medio, durmiendo tres horas al día, estudiando y haciendo política… con el libro por un lado y cuidando la diarrea del niño por el otro”.

 

La mamá:

“Terminé mi carrera con una hija de cinco años, un hijo de dos años y medio, durmiendo tres horas al día”.

 

Hay tiempo para todo

 

Madre de Mónica y de Mauricio, y abuela de Juan Esteban, María Camila, Manolo y Federico, Montoya fue gestora del Instituto de Biotecnología de la Universidad en los años ochenta, hoy uno de los centros de investigación más consolidados del país. Tanto le dedicó a su IBUN, como lo llaman cariñosamente, que es para ella como un hijo más, y un hermano que no reñía con sus dos hijos de carne y hueso, porque siempre supo distribuir el tiempo entre su trabajo como líder del Instituto y su familia: “Después de las 6:00 de la tarde era mamá. Solo violé la regla cuando tenía que hacer cocteles de celebración del IBUN. Pero casi siempre me acompañaban; mis hijos crecieron con el IBUN”, dice. En ese entonces corrían por sus corredores; hoy en día, ella como ingeniera química y él como economista, aportan sus ideas al Instituto.

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La primera vez que la nueva rectora escuchó la palabra biotecnología fue en México, cuando adelantaba su maestría entre 1981 y 1983. Sus profesores acababan de llegar del Imperial College de Londres y del Massachusetts Institute of Technology (MIT) en Estados Unidos. Fue una revelación que la cautivó desde entonces por la variedad de aplicaciones que ofrece en la salud y en la agricultura, principalmente. Cuando volvió al país, quiso replicar todo lo aprendido en la Universidad Nacional Autónoma de México y compitió con 42 candidatos por un cupo como docente de la Universidad donde había estudiado su pregrado y a la que desde entonces le ha dedicado 35 años de su vida. “Hice mi pregrado en Química Farmacéutica, la maestría con ingenieros químicos, el doctorado con biólogos, el postdoctorado con economistas y estuve con médicos haciendo un entrenamiento en Nueva York en genética de bacterias”. 

 

Esa puede ser la razón por la que tiene una mirada interdisciplinaria que, junto con los conceptos de autonomía y paz, serán la base de su programa  para encaminar hacia el futuro la Universidad, esa que ella denomina el “Proyecto Cultural de la Nación”. 

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En mayo del 2021 espera haber consolidado una red de cultura, ciencia y tecnología para la paz, porque, según dice, “hay que bajar [la paz] de los escritorios a los territorios”. Su intención es fortalecer la calidad de la investigación científica y alinear los mil grupos en seis temas-problema: “Si lo logramos, tendremos un potencial enorme para mover el país”, dice. Busca rescatar la cultura institucional del trabajo colectivo y está empeñada en consolidar una red para “mirar la educación desde la sociedad, desarrollar en todos los estudiantes del país actitudes ciudadanas, en un medio de innovación. Lo importante es sembrar semillas, ellas irán germinando”.

 

Esto lo pensó hace un par de años, cuando dejó la vicerrectoría de investigación y se sentó a escribir un libro sobre la universidad que soñaba. Se concentró en cómo armonizar los tres ejes –investigación, docencia y extensión–, y en diciembre del 2017, con un borrador ya armado, decidió lanzarse a la rectoría porque ya tenía claro el norte. Y ganó.

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Su mensaje en este mes de las madres: “Las mujeres tenemos que recuperar nuestro espacio; tenemos que ser autónomas y para eso no tenemos que pelear con nadie. Solo tenemos que saber quiénes somos, qué queremos, cómo lo hacemos y con quién lo hacemos. Eso es la autonomía”.  Y remata “que se enamoren de algo que sea su proyecto de vida, que les permita desarrollarse como personas, además de su familia. Eso hace que el hogar fluya mejor”.

 

 

Fotos: Alejandro Gómez Niño.

 

Por Lisbeth Fog Corradine

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