
Drew Barrymore
Por: Guido Hoyos
Berlín
Sábado en la tarde, invierno, -2 grados en Berlín y todo se ve gris. Afuera, el viento no deja rincones para escabullirse del frío. Adentro, en un antiguo edificio de Charlottenburg, un barrio de pasado aristocrático donde ahora se confunden negocios chic y familias adineradas, está Drew Barrymore. Sí, la niña de E.T., la joven que un día se rebeló y luego se encarriló y mujer que las nuevas generaciones reconocen como uno de los ángeles de Charlie.
También adentro la calefacción hace su trabajo demasiado bien. Asistentes, relacionistas públicos y periodistas se confunden. Nadie habla normal, todos susurran en inglés, alemán o español, y cuando una puerta se abre el ceremonial comienza. Silencio. Drew sale, no mira y una asistente la guía y la rodea como si la protegiera de alguien que quisiera tocarla. Bueno, hay periodistas que no son de fiar. Se cierra otra puerta y regresa el susurro.
Drew Barrymore es de esas actrices que crecieron, maduraron y, en su caso, se ajuiciaron a punta de tropezones en Hollywood. Y aunque para la gente será siempre la niña tierna que besó un extraterrestre, hay que darle crédito a una carrera que parecía perderse en abusos y en pretensiones de ser símbolo sexual (hasta posó en Playboy), y que se encaminó básicamente hacia las comedias románticas. Hasta ha llegado a ser una actriz de culto con películas perfectas para una tarde lluviosa de domingo: Jamás besada, La mejor de mis bodas y Como si fuera la primera vez. Fue Cenicienta y se tragó un anillo de compromiso en una escena dirigida por Woody Allen en Todos dicen te quiero.
Sí, la niña díscola maduró y nada la detuvo. Le fue tan bien que se hizo productora de películas y series de TV, se ganó un Globo de oro por un papel dramático en Grey Gardens (filme de HBO junto a Jessica Lange). Ahora parece andar sin afanes. Se hizo mujer, una normal, podría decirse si se miran los parámetros hollywoodenses.
Drew entra al salón y confirma lo que se ha dicho de ella. Es amable, sonríe y, ante todo, tiene el encanto, ese ángel de celebridad que engrandece sus 1,63 metros. De inmediato la atención se centra en ella. Ella no se incomoda, ni siquiera se quita el abrigo y no adquiere ninguna postura, no oculta esos kilos de más que otras estrellas esconden con fajas y corsés, las pulseras suenan al ritmo de sus manos y su pelo está algo desarreglado a propósito.
Vino a Berlín para el lanzamiento europeo de Santa Clarita Diet, una comedia de Netflix que se estrena el 3 de febrero, donde ella no solo es productora sino que personifica a Sheila, la protagonista. Este es su primer trabajo en televisión y, sin duda, un regreso a la actuación con humor negro y algo de sangre, después de no tener un gran año a nivel personal. Sorprende su actitud no tan privada al contar lo mal que lo pasó desde su divorcio el año pasado y cómo este proyecto le dio nuevas energías para volver, pues además había parado de trabajar para dedicarse a sus dos hijas.
La serie cuenta la historia de Sheila y Joel (Timothy Olyphant), esposos y agentes de propiedad raíz muy exitosos, padres de Abby, una adolescente con carácter, y que llevan una vida perfecta en Santa Clarita, un suburbio de Los Ángeles. Todo es ideal hasta que Sheila sufre un cambio en su cuerpo y descubren que está muerta pero ‘no muerta’. Y prefieren no llamarla zombie. Mientras asimilan la nueva vida, Sheila tiene una nueva dieta que incluye carne cruda, al tiempo que experimenta un renacer total: hace ejercicio, no se reprime, su deseo sexual se multiplica y se siente más vital que nunca. Nada que una mujer de 42 años no quisiera vivir.
La situación se complica cuando lo único que calma su apetito es la carne humana. Este pequeño detalle gastronómico desembocará en una serie de situaciones surreales y cómicas, cuando ella y su marido cómplice incondicional busquen quién podría ser el próximo plato. “Debe ser alguien que merezca morir, un Hitler joven y soltero sería perfecto”, bromea el marido en una escena, algo así como una pareja al estilo Dexter, enfundada en bolsas de plástico, que sale a ‘cazar’ con la torpeza de principiante.
Volvamos a Drew. “Creo que Santa Clarita Diet me dio la oportunidad de hacer algo que fuera entretenido, divertido pero que tiene momentos conmovedores, hay dulzura pero también es ir a morder y agarrar unos huesos. Me gusta Sheila, su despertar, su actitud de ‘tienes que hacerlo’ y vivir en su personaje”, afirma.
Mientras hacía la serie, Drew perdió casi diez kilos, algo que se nota en el último episodio, cambió el color de su pelo, volvió a usar tacones y se alejó por meses del estilo madre descuidada con el que la han fotografiado en revistas que la condenan por ser, de nuevo, una mujer normal. Cuando terminó las grabaciones tenía 56 kilos y ahí se quedó.
Y en estos tiempos de marchas femeninas y luchas políticas, la serie muestra a una mujer valiente, aunque muy carnívora, que escoge vivir con un problema bastante grave pero sin arriesgar su matrimonio o la relación con su hija. Una regla implícita: no comerse a la familia. Además, con una actitud con emociones y transformaciones con rasgos feministas, aunque ella prefiere no clasificarla.
“Cuando comencé la serie estaba en un momento difícil en mi vida. El lado bueno fue que ese tipo de empoderamiento, feminidad y fuerza fue acorde a cómo me sentí cuando terminamos de grabar. El show me dio la excusa, no sé si es un mensaje feminista pero fui más feliz. Creo que hay algo en la dinámica, un poco de roles invertidos y Joel es un poquito más como la esposa. Me gusta que al final ellos son una pareja que ha estado casada por 25 años y que van a continuar siendo un equipo. Es difícil decir que sea feminista porque ella come gente, pero sí creo que hay definitivamente un empoderamiento implícito en la situación que Sheila está viviendo”.
Pocos minutos han pasado y hablar de zombies, carne humana y canibalismo deja de ser tabú. Al fin y al cabo es una comedia. Drew da fe de ello y su dieta caníbal ha sido además un buen número de anécdotas y nuevos sabores durante el rodaje, y una gran dosis de efectos especiales que hacen parecer pasteles, cereales, frutas deshidratadas, atún fresco, alas de pollo, plástico comestible y carne en apetitosas partes del cuerpo humano.
El menú está servido para esta actriz que encontró en Timothy Olyphant su mejor aliado. La química entre ellos es evidente en la serie, Drew maneja muy bien las situaciones cómicas mientras Joel carga el drama de vivir con una zombie. “Trabajar con ella es una delicia, es una mujer muy auténtica”, dice Olyphant, quien pasó de ser un policía justiciero en la aclamada serie Justifed, a un marido fiel capaz de conseguir una pierna o un pie humano para calmar el hambre de su esposa. Un ‘pequeño detalle’ en una comedia sobre un matrimonio feliz con una adolescente con los problemas de siempre.
Es hora de volver a la realidad de la celebridad. La asistente que protege a Drew anuncia que el tiempo se acaba y quedan varias preguntas en el aire. Fue rápido y aunque no suficiente, la niña de E.T dio visos sobre la persona en la que se ha convertido, en la mujer relajada que dice la temida palabra en inglés que se escribe con ‘f’ sin asomo de pudor. Alguien le preguntó a qué famoso se comería y sin pensarlo respondió: “Cate Blanchet, ella es una diosa”. Entonces se levantó y se fue con la misma sonrisa con la que saludó. Así son las estrellas pero Drew es ahora más que eso, una mujer normal.
Fotos: cortesía Netflix.



