Cuando recibí la invitación para conocer Sardinata, un municipio ubicado en Norte de Santander, revisé varias guías turísticas del departamento. La única alusión que encontré fue el río Sardinata, que nace en el páramo de Guerrero y desemboca en el río Catatumbo.
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Ante la ausencia de información, exploré en internet. Google solo arrojaba tres cosas: que este era un pueblo de vocación minera rodeado de montañas, que en sus fértiles tierras se sembraba café, plátano, caña panelera, yuca y maíz, y que había sido tomado por la guerrilla de las Farc a partir de los años ochenta para controlar el flujo de la cordillera oriental. Abordé un avión desde Bogotá con destino al Aeropuerto Internacional Camilo Daza de Cúcuta, sin saber realmente cuáles eran sus potencialidades turísticas.
Sigue a Cromos en WhatsAppYa en terreno, después de viajar durante dos horas en carro por una carretera en buen estado, supe ante qué estaba. Tras varias décadas de atentados, retenes ilegales y extorsiones, Sardinata está resignificando sus heridas de guerra para ser percibido más allá del dolor. Está construyendo su propia oferta turística, que abarca recorridos por atractivos naturales casi vírgenes, visitas a fincas cafeteras y pecuarias con degustaciones, y avistamiento de fenómenos atmosféricos únicos en el mundo como los relámpagos del Catatumbo.
¿Qué se puede hacer en Sardinata?
Si usted visita este municipio en el mes de julio, podrá habitar dos mundos muy distintos entre sí. Por un lado, en el casco urbano, se desarrollan las ferias y fiestas, el evento del año para los sardinatenses. En sus calles observé niños en zancos con trajes de circo que desafiaban el calor embravecido, bandas marciales y carrozas que hacieron tributo a los principales productos agrícolas sembrados en el territorio.
En el parque central, en medio de mercados campesinos, se alzaba una tarima con agrupaciones de música popular y otros ritmos tradicionales colombianos, que actuaron hasta la madrugada. El domingo tuvo lugar el Color Fest, un evento en el que habitantes y turistas jugaron como niños hasta quedar embadurnados de espuma y polvos de colores.
Pero si usted, en cambio, busca reconexión con la naturaleza, contemplación y reposo mental, el plan está en las afueras del municipio. En camionetas 4x4 y mototaxis podrá visitar lugares como el pozo de Pailitas, un camino esculpido en roca de granito negro en el que algunos visitantes saltan hacia el río desde grandes alturas y preparan almuerzo (el mute, el sancocho trifásico y la arepa de maíz pelao son algunos de los platos más populares de la zona). Otra maravilla natural recomendada es la Laguna Encantada, donde los indígenas chitareros hacían rituales de muerte y fertilidad hace siglos. Muy cerca de allí hay una enigmática cueva de difícil acceso que, según el guía turístico que nos acompaña, nadie ha podido recorrer hasta el final. Algo que me inquietó después de conocer estos destinos es el poco tránsito de personas. La mayoría de ellos son desconocidos para los propios habitantes del departamento.
La ruta finalizó en el glamping de la aldea de Puente Piedra, el único que se encuentra en la zona. Desde allí no solo se obtiene una vista privilegiada al casco urbano de Sardinata, sino a una variedad de paisajes majestuosos. En la noche, en medio de una fogata, pude avistar los resplandecientes relámpagos del Catatumbo. Era como si el cielo estuviera respirando agitado y cada relámpago fuera un pulso vital. Esa especie de río de luz serpenteando en la inmensa oscuridad fluyó durante nueve horas continuas y solo se detuvo cuando volvió a salir el sol.
Luego de investigar más a fondo este fenómeno atmosférico, conocí varios datos inverosímiles: caen 28 rayos por minuto sobre el lago Maracaibo, epicentro del espectáculo natural, y esta descarga eléctrica genera suficiente energía como para iluminar 100 millones de bombillas. ¿Cómo se produce? Piensen en esto como una olla a presión. El río Catatumbo trae consigo aire caliente y húmedo desde el Caribe y, cuando este aire choca con las frías corrientes de viento que descienden de la cordillera de los Andes, se desata la mezcla explosiva.
Al día siguiente, el aire apocalíptico del horizonte se evaporó para dar paso a uno esperanzador: bajo un cielo totalmente despejado, se impuso el verde radiante de las montañas. Valió la pena atravesar Colombia para apreciar estas postales contrastadas. Valió la pena viajar por horas para conocer cómo Sardinata se adentra en otro capítulo de su historia. Uno en el que crece el sentido de pertenencia por el territorio.
*Este artículo fue posible gracias a una invitación de FONTUR y el Ministerio de Comercio, industria y Turismo.