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El culto y la moda de la música en acetato

Grandes y en pasta. Los long plays están retomando el espacio que la misma industria se ocupó de arrebatarle a mediados de los 90. Hablamos con coleccionistas y vendedores para entender por qué revive un clásico.

Por Carlos Torres
05 de agosto de 2015
El culto y la moda de la música en acetato

El culto y la moda de la música en acetato

Adentro está oscuro y todavía no es de noche. Afuera tampoco llueve ni está nublado. El almacén está en penumbras, iluminado por luces blancas que dan muchos contraluces. El almacén en realidad es una bodega de vinilos, todos organizados por géneros y grupos musicales. Los pasillos son angostos; hay que ceder el paso para que la persona que venga en dirección contraria siga su camino. El espacio es ideal, porque rara vez hay alguien caminando. Por lo general, el cliente está frente a las cajas, revisando el material. Entre tantos vinilos, difícil resistirse a la compra. Hasta el que no tiene tocadisco quiere llevarse el trabajo que publicó su artista favorito. La carátula y, adentro, la pasta con sus estrías definidas. Si no es para escuchar, sirve para decorar. Publicados en la década del 70 y 80, abundan trabajos de Rubén Blades, la Sonora Ponceña, Cheo Feliciano, Grupo Niche. Casi que hay que tomar aliento para revisar cada uno, separándolos con los dedos. Mojar las yemas y pasar uno por uno. Si se detiene en una carátula y la saca del compartimento, la búsqueda se puede alargar hasta la noche. Las carátulas son textos, párrafos como hormiguitas con información del álbum.  

 

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Un disco nuevo está entre cuarenta mil y cien mil pesos. Las bandas colombianas actuales, como Bomba Estereo, Estados Alterados, y La etnia, están grabando en varios formatos.  Como en Colombia ya no hay sello que los edite en vinilo, deben hacerlo en Estados Unidos.

 
Es de día en el centro de Bogotá y en la tienda de vinilos de Jacobo Vargas la sensación de penumbra siempre es igual. Si uno pudiera fijarles hora a los recuerdos, posiblemente serían cerca de la noche, quizás pasando las siete, tal como es la iluminación en este local.

“Llevo 44 años en este negocio. Empecé de niño, a los 12. Mi hermano le vendía discos a los grilles y a los cafés. Compraba la música a Discos Fuentes, de Medellín. Empecé a escuchar su música, pura música bailable, Calixto Ochoa, Clímaco Sarmiento, Sonora Dinamita y habían discos de La Fania, traídos de Puerto Rico”, explica Jacobo. En los 70, la década dorada del vinilo, este boyacense viajó a los puertos de Buenaventura y de Barranquilla a conseguir discos para revender. “Llevamos café y cambiábamos por mercancía. Los barqueros querían llevar hasta marihuana. Con mi hermano, traíamos una o dos cajas de salsa. En ese tiempo los discos importados costaban el doble de uno fabricado en Colombia por Discos Fuentes”.

 

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Un long play usado se valoriza si es primera edición, si la carátula está en buen estado, que el disco no tenga rayones de consideración y que no lo hayan pasado a cd.

 
 Jacobo sufrió la crisis del vinilo en los 90. El advenimiento del disco compacto replanteó la industria. Su negocio estuvo contra las cuerdas, pero, según él, nunca de muerte. Si habría de morirse, sería de súbito y él nunca tuvo ese presentimiento. En medio de la adversidad, ocurrió algo que lo favoreció: la gente empezó a botar sus colecciones. Ni los muebles se salvaron del compact disc;  transformaron su diseño para darles paso. El sitio que ocuparon los viejos acetatos desapareció de las salas. Las familias dejaban kilos de discos en basureros. Los recolectores de escombros y chatarra, para entonces, conocían a Jacobo. Por unos pesos le dejaban lo que recogían en Bogotá y sus alrededores. ¡A Jacobo lo llamaban de las emisoras para regalarle música! Cajas y cajas a lo largo de estos años.  Muchos remataron las colecciones de sus parientes fallecidos con tal de optimizar espacio en sus hogares.  “Si hubieran sabido que esto se iba a poner otra vez de moda, todo el mundo los habría guardado, porque hay discos que se valorizaron como el oro”, dice Jacobo. 

 

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Elkin Giraldo vende zapatos y vinilos. En su bodega hay cien mil discos, aunque él asegura que solo cuarenta mil tienen salida comercial.

 
La supervivencia del negocio la salvaron sus amigos de vieja guardia. Mientras el acceso a la música cambiaba, él en silencio alimentaba su almacén de reliquias. Esbozando una sonrisa, hoy dice que valió la pena. El renacimiento del vinilo vino tarde y a él nadie le quita lo bailado. Inter Discos, además de coleccionistas, tiene clientes de quince a veinte años de edad. Jóvenes que se contagiaron deltocadisco con amplificador y parlantes. “En el 2008 empezaron a visitarme de Europa y ellos me mandaron gente. Yo era de los poquitos en Colombia que tenía la pasta acumulada. Luego vinieron los mexicanos a recoger pura cumbia, salsa y porro, para revenderlos o para su colección”.

 

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Sonolux, Codiscos y Discos Fuentes tuvieron prensas en el país. La mayoría de grupos colombianos grabaron con ellos.

 

Mauricio Osorio es uno de los clientes fieles que no le falla a Jacobo. Hablan con confianza de amigos. De música tienen cuerda para rato. En 1994 Mauricio empezó a comprarle material. “Yo colecciono salsa vieja, tengo novecientos long plays”.  Es carpintero y en su casa está organizada su discoteca en muebles que él ha levantado. Cuando visita la tienda, va directamente al mostrador, punto en el que los precios cambian. Jacobo guarda los discos de valor cerca de él. Los de Cheo Belén, Silvestre Méndez, Lou Ramírez, la Orquesta Brooklyn, Benny Moré con Pedro Vargas. “Los discos de La Fania son fáciles de conseguir, porque se hicieron muchísimos. Pero los primeros de esa firma, que tienen el sello dorado en el interior, son escasos”, explica Jacobo. Los de La Fania que están a unos metros de él para que el público los toque y los contemple, cuestan diez mil pesos. 

Pachanga in percussion es un álbum de Ray Barreto que la empresa Fortissimo editó cerca de 300 ejemplares. Esta pieza, debidamente guardada en la sala de la casa Osorio, tiene una particularidad: la aguja del tocadisco la lee de adentro hacia afuera, al revés. El disco lo prensaron con esta particularidad en 1961.  A Osorio le costó 120 mil pesos. “Lo compré por Internet a un muchacho en Estados Unidos. Cuando ya me llegó aquí, lo puse y el disco no arrancaba. Me dio por poner el último y me llevé la sorpresa. Yo le escribí al comprador en Nueva York y me contó que los vendió porque era una herencia del papá. Era el único disco de salsa que tenía”.

 

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El vinilo viene en 75, 45 y 33 revoluciones. “Praga, Cuba te canta”, grabada en 45, es una de las obras que más que buscan los coleccionistas. Se grabaron tres discos en estudio y se consiguen por separado.   

 

En el centro de Bogotá está la zapateríaCosmos. En la entrada, Elkin Giraldo, su administrador, también ofrece LP de segunda mano a dos mil y diez mil pesos. Quien lo conoce, sabe que es uno de los vendedores de música más importantes de la ciudad. En treinta años ha aprendido las mañas del negocio. Considera que vende a buen precio los discos que tiene repetidos y las joyas, esas que les interesa a los expertos, no las exhibe. “Los discos se valorizan porque el artista lo hizo casi al instante, en el país de origen”, dice. “El coleccionista busca la primera edición. Y no es por un tema meramente musical, porque a un disco remasterizado, como los que venden hoy a setenta o cien mil pesos, le quitan las imperfecciones, sino por rendirle culto”. 

 

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Orlando Vargas administra The Palladium, una discoteca de salsa clásica que se caracteriza por su música en vinilos. “De martes a domingo, yo aquí presento el tema y el nombre de la orquesta”, dice. “Hay salsómanos que vienen con un papelito y apuntan las canciones”. 

 

Uno que tiene música del local de Elkin es Osvaldo Vargas, dueño de The Palladium. A esta discoteca no deja entrar melodías de Marc Anthony, Eddie Santiago, Rey Ruiz ni La 33. Es exigente, va del Sexteto Nacional Matamoros a Los Hermanos Lebrón. “La mística del long play no tiene comparación. Si miras su carátula, te das cuenta de toda la información que trae.  Uno con un álbum quiere saber la historia del cantante o el grupo, se interesa  por saber quién es el cantante, dónde fue grabado el disco”, explica. Orlando se detiene un rato y toma aire para explicar lo más bonito de escuchar música en este formato: “el scratch es una sensación única y los que son de mi época saben de lo que hablo”.  

 

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“El scratch es una sensación única y los que son de mi época saben de lo que hablo”: Orlando Vargas

 

Al escritor y periodista Eduardo Arias le cuesta entender el auge actual del vinilo. Aunque en las repisas de su casa descansan cerca de dos mil, adquiridos desde que era adolescente, no comprende cómo a un joven le da por entrar en esta onda. “No es práctico y sale costoso. La música comprimida ha mejorado y en Internet hay bastante”. El comerciante Jacobo Vargas también mira de reojo esta moda. Piensa que el renacer ha dañado el negocio de los discos, porque los discos originales costaban mucho y con la reedición ya valen cuarenta o setenta mil pesos. Quizás en un arranque de nostalgia, critica el sonido de las reediciones. “Los discos vienen sin scratch porque son planos, de pronto con el uso le aparecen los surcos”. El coleccionista Mauricio Osorio piensa distinto: “me parece bacano que estén empezando a comprar. Hay bastante pelao buscando mambos, chachachás, están aprendiendo a escuchar música. Esto es una escuelita, es de aprender todos los días”.

Si los jóvenes se van a tomar en serio a los vinilos, seguramente le sucederá lo mismo que a Orlando Vargas cuando era niño. “Esto es de nunca acabar, la música es como los números: infinita. Por más discos que tengas, siempre te va a hacer falta una canción”.

 

Tiendas de vinilos:

- Inter Discos

Calle 19 # 4-71

Teléfono: 2865597

 

- Cosmos Calzado Fino

Calle 17 # 8-40

Teléfono: 3348913

 

- RPM Discos

Cra. 14 # 83-4

 

Fotos: Juan José Horta.

Por Carlos Torres

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