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El valor de la poesía

Un comentario a propósito de 'Poesía sin fin', la película de Alejandro Jodorowsky que se estrenó en el Festival de Cannes 2016.

Por Ana Sofía Buriticá V.

15 de noviembre de 2018

Escena de la película 'Poesía sin fin'. / Foto: Cortesía

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¿Para qué un poeta en el siglo XXI? ¿Para qué escribir las dolencias de una generación distraída por el placer? ¿Para qué dejar caer las palabras sobre mis manos y trazar un sentimiento de nostalgia efervescente? ¿Para qué decir que el poema es en esencia vida cuando por dentro muero? ¿Para qué ver Poesía sin fin?

Para soñar con una libertad sin métrica, para explorar sin cesura la palabra y el sentir, para contemplar el mundo que nos rodea y reflexionar sobre él, para abrazarse a la existencia incomprensible de la poesía donde todo se transforma, pero la vida a veces no se alivia.

Volvés al cine para enfrentarte a la ferocidad de Poesía sin fin, a esa “mariposa que arde” en medio de la autobiografía fílmica, imaginativa y surrealista de Alejandro Jodorowsky, te sentás en la sala mientras en la pantalla se dibujan los paisajes chilenos de los años 40 y 50. No te despegás de esa narrativa, de ese Alejandrito que revela las grietas de su memoria para tomar el riesgo de ser poeta y sentir las palabras caminar por todo su cuerpo.

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Te conmovés con el misterio de la poesía, con esa juventud intelectual, performática y bohemia que encerraron Jodorowsky, Stella Díaz, Nicanor Parra y Enrique Lihn.  Te sentís como un ángel elevado por demonios, como un pequeño náufrago que abre su corazón para “escuchar el llanto del mundo”, para entablar un diálogo intergeneracional con su propio yo, con sus recuerdos, sus búsquedas, encuentros y desencuentros.

Contemplás las imágenes que aparecen a lo largo de ese poema en movimiento, pensás en cruzar la ciudad en línea recta, en buscar la belleza de la pluralidad y perdonar al pasado que te mira con el alma hambrienta de reconciliación.

Todo es símbolo, símbolo y sueños sin fin, carnavales que celebran la existencia, la necesidad de romper con la atadura familiar para salir del núcleo a explorar el mundo, para elegir el amor al arte, para sacudirse, sobresaltarse y darle valor a la palabra que se transforma en poesía, porque como precisó Lihn, “por que escribí, porque escribí estoy vivo”.

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Por Ana Sofía Buriticá V.

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