Desde enero me impuse la meta: iba a trabajar para que 2016 fuera un año maravilloso. Y lo fue. Todo lo que planifiqué, lo conseguí. Estoy súper contenta.
Después de la medalla de plata, en los Juegos Olímpicos de Londres, no solo era yo la que esperaba alcanzar la de oro en Brasil, toda Colombia tenía los ojos puestos en mí. Daban por hecho que ganaría. Su confianza, por supuesto, me daba alas, pero también se convirtió en una presión más. Sin embargo, no me dejé abrumar por las expectativas de la gente.
Después de cuatro años de entrenar, me sentía más preparada física y mentalmente. Había alcanzado una madurez deportiva que hacía que me sintiera muy segura de mí misma. Tenía la intuición de que ganaría, pero si las cosas no se daban, regresaría al país con la tranquilidad de haber hecho todo lo que estaba en mis manos.
Siempre pienso en grande –este y el resto de secretos de la vida se los debo a mi mamá y a mi abuela–. Nunca he creído que haya cosas imposibles. Sin embargo, soy muy consciente de que mis rivales piensan igual que yo, se exigen tanto como yo y sacrifican tanto como yo, así que nunca hay que confiarse. Después de tanto trabajo y sacrificio –porque ser deportista implica sacrificar muchas cosas–, lo logré.
Terminé 2016 con la satisfacción de ser nombrada Deportista del Año de El Espectador, un reconocimiento que recibo con mucho placer y satisfacción, porque conmigo estaba lo mejor del deporte del país. Ahora espero seguir creciendo y alcanzar los mejores resultados en el campeonato mundial.
Estoy muy agradecida con la vida y con el deporte, todo lo que tengo se lo debo al atletismo. Y espero seguir soñando”.
Foto: David Schwarz.