"Nací en 1920... y espero llegar a los 100" Álvaro Castaño Castillo
Álvaro Castaño Castillo: "Nací en 1920... y espero llegar a los 100"
Ahora que las rescatamos, cuatro años más tarde, siguen ahí tan entusiastas como su autor que hoy se acerca a los 96 años. Palabras de un hombre que nació en la década en que Greta Garbo alcanzaba la fama, un caminante de la era del charlestón, espectador del cine mudo y testigo de los zepelines en el cielo.
Un niño que alcanzó a ver a las mujeres cuando jugaban tenis con largos faldones y las tildaban de avanzadas por atreverse a fumar en la calle.
El mismo transeúnte que hoy le causa, al tiempo, risa y rabia la gente distraída y sonámbula que deambula por las aceras, con los ojos clavados en la pantalla de sus celulares.
No le teme a la muerte, su única adicción son las rosas y añora en este mundo gente coherente. Mientras conversa no puedo dejar de pensar en ponerle sobre sus hombros este verso de Efraín Huerta que le horma perfecto: “Entonces los hombres tenían luz en la voz”.
¿Qué loción usa?
Vetiver. Tiene un olor muy seco, como el tabaco, muy varonil. Cuando la loción tiene un poquito de perfume no es varonil.
Cada mañana cuando se levanta, ¿cuál es el primer pensamiento?
Pedirle a Dios que sea mejor que el día anterior.
Su frase de cabecera.
Mis frases de cabecera son versitos que flotan en el aire. Hoy escribí una cosa sobre Alfonso López Michelsen, uno de los personajes de mi vida. Lo escribí para decir cómo duele la vida tan cortica de Alfonso y que fue tan rica. Empiezo diciendo que tengo la impresión de que la gente no celebró a Alfonso como lo merecía, como dijo Pablo Neruda: “es tan corto el amor y tan largo el olvido”. Así me la paso, escribiendo cositas que me dicen mucho.
Hoy cuando se mira al espejo, ¿en qué piensa?
Le doy gracias a Dios porque me encuentro bastante menor de lo que la gente se imagina.
¿Qué hizo en el furor de la juventud que hoy, con la serenidad de la vejez, ya no haga?
Le entregué gran parte de mi salud al cigarrillo y hoy me avergüenzo, convertí el odio y el temor al cigarrillo en una fórmula de vida. Te advierto una cosa, en este escritorito en donde estoy se produjo la única carta en la que le dije a Colombiana de Tabaco: “señores, gracias por el apoyo que le prestaron a la emisora, he reflexionado y me siento avergonzado de haber hecho propaganda al cigarrillo y con esta carta les estoy rogando que no me manden nunca más publicidad del cigarrillo”. ¿Te imaginas los colegas la cara que me hicieron?
Una ventaja suya a los 92.
La ventaja enorme de la memoria, viejo. La vejez sin memoria es un castigo. En cambio, Dios me hizo la gentileza de darme memoria. Entonces, si uno la tiene, merece utilizar el pasado porque lo tiene ahí en frente.
Un recuerdo re currente, que se le meta en la cabeza a cada rato.
Yo tengo a Borges, lo tengo continuamente regañándome e ignorándome. Dialogo constantemente con él. Me duermo recordando versos y voy entrando al sueño lentamente, y sueño los primeros minutos con poesía especialmente de Borges, que ha sido un maestro mío y un interlocutor permanente.
Un verso que tenga en la cabeza.
Por Dios, por ejemplo dice Borges: “La vejez/ (tal es el nombre que otros le dan),/ puede ser el tiempo de nuestra dicha./ El animal ha muerto o casi ha muerto,/ quedan el hombre y su alma…” y luego sigue una cosa larguísima.
Qué lindo, ¿no?
¿Hoy qué le causa risa?
Hay tanta cosa que me de risa de verdad, te lo digo sinceramente, esas preocupaciones menores. Una de ellas es el afán por hacer dinero fácil. Eso a mí me aterra. Y lo veo continuamente en mis contemporáneos, en mis menores, en mis mayores, la obsesión por el dinero, dinero, dinero. Es horrible. Sin amargura te lo digo, porque hay tantas cosas que despreciar, como hay para amar.
El dinero le quitó un espacio muy grande al honor.
Muy cierto.
¿Y a la palabra de honor, hoy en día, dónde la encontramos?
¡Qué linda pregunta! Muy difícil de encontrar, pero por aquí adentro debe estar escondidita. El sentido del honor en la vida es fundamental.
¡El bendito celular!
Dígame una cosa despreciable de hoy.
Me da risa y rabia cuando me atropellan en la calle porque no ven que están frente a personas y les pasan por encima con el bendito celular. Están despreciando la importancia de las otras personas. Eso me molesta mucho.
¿De qué se está olvidando esta vida moderna?
Se está olvidando de la historia. No tiene conciencia del pasado y por eso es tan incierta frente al porvenir, tan vacilante, porque no tiene el peso de la historia que le haga reflexionar.
Una verdad que para usted sea muy importante, pero que hoy el mundo la haya olvidado.
El mundo se ha olvidado de la coherencia. Me impresiona mucho que cuando van a hablar de alguien, dicen que era tan buen mozo o tan honorable, o tan rico pero nunca oirás que alguien diga que era un tipo coherente. A la gente no se le ocurre, y es una virtud fundamental que nos hace falta. Aquí los ministros pasan de una cartera a otra porque no les importó ni la una ni la otra, es hacer nada porque son incoherentes. Eso me preocupa de nuestros tiempos. Uno debe predicar con su ejemplo. Yo he creído siempre que lo fundamental de esta emisora ha sido su coherencia desde el primer día, el 15 de septiembre de 1950.
Hace sesenta y dos años…
Desde entonces dijimos: “vamos a levantar el nivel cultural de la radio”. Esa frase me ha causado sangre y lágrimas, porque es una frase muy desafiante sobre todo para mis colegas que resolvieron hacer solamente negocio y divertimento. Eso sí, noticias estupendas, presentación de los deportes, pero no le destinaron a la cultura lo que le correspondía. Y sé que no les gusta, pero sé también que es mi deber recordarles que tenemos esa obligación.
¿En estos tiempos modernos falta un nuevo Álvaro Castaño Castillo?
No sé, no tendría vanidad de decirlo, pero sí es importante que haya eso, porque sí falta que se incremente la cuota para la cultura.
Cada edad tiene un nivel de importancia. A los 15, ¿qué era lo importante para Álvaro Castaño?
A los 15 años ser campeón de tenis, que ya lo era. Yo no sé si sepas que yo fui campeón a los 12 años. Te voy a dar unas foticos. Esta foto yo la quiero mucho. Porque el tenis ha sido para mí un idioma, un reino.
¿Y campeón de qué copa?
En el Instituto de La Salle, que tenía 990 alumnos.
¿Y cuál era su fuerte como tenista?
Era sumamente ágil. En la malla tenía una elasticidad brutal y un sentido intuitivo de anticipación para lo que estaba pensando el enemigo.
¿A los 25 qué era lo importante para Álvaro?
A esa edad estaba escribiendo mi tesis de grado de abogado sobre la Policía, parece una cosa aburridora pero fue Miguel Lleras Pizarro, mi jefe de tesis, el que me obligó a escribirla.
¿Una tesis obligada?
Vale la pena que te haga una síntesis. Cuando yo llegué con mi tesis, Miguel la miró con un desprecio infinito. “¿Qué es esta vaina?” me dijo, “¿Derecho diplomático? Está loco, yo no te patrocino esa tesis, yo no te firmo eso”. “¿Qué quieres entonces, Miguel?”, yo lo cuestionaba. Y él me dice: “Quiero que trabajes sobre las instituciones que están en crisis. Las instituciones de Colombia están todas mal. La Policía por ejemplo, sé que te debió parecer lobísimo, pues te advierto que es la más noble de todas. Está en este momento aplastada por el Ejército, el Ejército que es una fuerza violenta. De choque. La Policía es tutelar, debe ser pasiva, pacífica, de tolerancia. Échale un estudito a eso y gradúate con esta tesis, no con derecho diplomático”. Y me clavó esa vaina.
¿Cuánto duró haciéndola?
Tres años, me remonté a la India, a Egipto, a los romanos, a los griegos, y luego seguí todo el recorrido con una tesis muy sencilla sobre la Policía como una fuerza que se inventó para proteger al hombre de paz. En el acápite de mi libro dice: “habrá buen o mal gobierno, si hay buena o mala Policía”.
¿Se graduó en qué universidad?
En la Nacional, que era la gran Nacional. No se volvió a repetir, te digo, una nómina como la Nacional. El decano era Gerardo Molina. Era un hombre muy ecuánime.
"La gente está muy distante"
Álvaro, sigamos saltando en el tiempo. ¿A los 50 qué era lo importante en su vida?
Lo importante era sostener la importancia de la emisora, porque yo la fundé cuando tenía veintipico de años, pero a los 50 hubo muchas crisis y polémicas, había que afirmar principios que han sido la pasión de mi vida, tenerlos ante todo y luego afirmarlos.
¿Qué principios hay que afirmar?
La equidad, que es la cosa más importante de esta vida tan corta. Luego la coherencia, eso es fundamental. Y el amor por el país, que se ha perdido mucho. La gente está muy distante frente a los grandes valores del espíritu. Anda muy distraída y eso a mí me alarma, porque entiendo que es fundamental tener principios y servirlos.
¿A los 92, qué es lo importante para Álvaro?
Llegar a los cien con frescura e irresponsabilidad. Lo tengo totalmente decidido. Estoy seguro de que llegaré dentro de 8 añitos no más.
Ocho años son un soplo.
La esposa de Gerard Phillipe, el autor francés, editó una obra muy linda que se llama El tiempo de un suspiro, después de que él muriera muy jovencito. Era un prodigio, apuestísimo, el mejor actor de Francia, en mi concepto. Entonces, se murió y ya. Así pasa la vida. Hay que tener conciencia de esas vainas.
El recuerdo más remoto de CROMOS.
Cuando yo tenía unos siete añitos había una sección que se llamaba Tiranos del hogar, que eran fotos de niñitos chiquitos que eran los tiranos del hogar. Aparecíamos todos muy peinaditos y elegantes.
¿Qué año?
1926. Recuerda, aparezco con guantes de boxeo.
Usted es el menor de 13 hermanos.
Sí señor, el último en nacer.
Y el último sobreviviente en este mundo, ¿o no?
También, sí señor.
Un recuerdo de ser el menor.
Recordaré toda la vida que estaba recargado de ternura, de gratitud porque mamá me trató con una dulzura que había podido perjudicarme. Me hizo muy frágil. Yo estaba muy inerme y empendejado cuando mamá murió. Yo tenía 11 años. Eso me debilitó mucho porque me quería demasiado, pero al mismo tiempo me hizo muy sensible a la vida.
¿Su mamá a qué edad murió?
A los 48. Muy joven y tuvo 13 hijos. Mamá era la dulzura invencible.
Algo que le quede para toda la vida de su mamá.
Su sonrisa, los ojos verdes que tenía, unos ojos de mar, de distancia. Ella tenía la tez más oscura, entonces era una morena de ojos verdes, bellísima.
¿Y su papá lo protegía mucho?
Mi papá me trató como si él fuera un abuelo. Era la relación del papá con el chiquitico, el decimotercero. Mi papá me contemplaba mucho. Él vivía muy orgulloso de mi figurita, creía que yo era muy bonito y me hacía recitar. Yo salía feliz, tenía el peinado a la polka, es decir, los condiscípulos me decían nena, y yo tenía un repertorio que iba desde Los caballos de los conquistadores y El brindis del bohemio a Los camellos de Gerardo. Repetía unos versos complicadísimos que solamente yo entendía. Tenía que lucirme.
¿Desde qué edad recitaba todo eso?
Todo eso a los 11, era una cantidad brutal de cosas.
Algo de su papá para toda la vida, que se lleve con usted.
Los consejos. Mira, papá me dijo un día: “mijito, yo no te voy a dejar haciendas, ni acciones, ni automóviles, ni castillos, nada. Te voy a dejar consejos y vas a ver que van a ser más ricos que si te dejara bienes materiales”.
Un consejo inolvidable de su papá.
Te digo uno que es una hermosura: “mira, mijito, yo quiero que seas honesto por convicción. Pero si no logro que seas honesto por convicción, entonces te cambio el consejo, hazlo por conveniencia, porque no hay mejor negocio que ser honesto”. Ese fue el consejo grande de papá.
"La vejez es como un templo"
¿Qué le faltó hacer?
Me faltó ir al Hermitage, el museo que queda en Rusia más rico del mundo en impresionismo. Eso me faltó.
Álvaro, ¿en quién cree?
Yo te diría que en Alberto Lleras Camargo. Por la equidad, porque era un tipo puro, un triunfante de presidente. Eso es lo que falta en este país.
Y cuando dice puro ¿A qué se refiere?
Es decir, que está de acuerdo con su sueño, con sus convicciones morales. En este país hay mucha impunidad todavía. Es obligatorio, que los que estamos observando el curso del país ya de cierta edad, exijamos pureza y honorabilidad, no robar un centavo nunca, por ningún motivo, a nadie.
¿Hoy en día es más espiritual?
Sí, sin duda alguna. La vejez es como un templo. La edad lo va purificando a uno, es un agua bendita transparente, porque es la experiencia.
¿Usted reza?
Medito más que rezar, yo acabo dialogando con los poetas, hay unas discusiones locas y luego, medito mucho. Creo que es una obligación ser un poquito mejor que el día anterior
¿En cuántas Bogotás le tocó vivir?
En muchas. Reconstruyo cosas y al hacerlo digo: “cómo era de mejor esos tiempos de las matinales del teatro Faenza”.
¿Con qué Bogotá se queda?
Con esa. Yo nací en 1920, esa puede ser la de 1930, ingenua y provinciana.
Antes de que apareciera en su vida la HJCK, ¿qué quería hacer?
Yo quería leer. Sí, mi vocación sin duda ha sido la historia. Ser investigador, eso sí me ha atraído. Yo fundé la academia José Asunción Silva en el colegio, cuando teníamos 14 añitos con Indalecio Liévano Aguirre, el famoso autor del club de Núñez, con Hernando Durán Duzán, el candidato a la presidencia, con Jorge Cárdenas, con Diego Tovar Concha. Desde luego en esos tiempos uno tenía amigos de ambos partidos, no pensaba en la política. Era una época feliz, regida por los intereses intelectuales.
¿Habría sido escritor?
En realidad lo fui, es que en esto de la radio hay mucho de escritor. Yo hago mis comentarios todos los domingos y ahoritica, voy a empezar con la complicidad de Pilar, mi hija, a hacer mis memorias.
¿Ya las está escribiendo?
Yo no escribo, a una niñita muy querida que por ahí anda le dicto todo, y ella ya me conoce de memoria, me dice: “Doctor: eso ya lo dijo”.
¿Qué pasó con el abogado, graduado?
Eso si le confieso que nunca me gustó. La profesión nunca me sedujo, porque la práctica de la profesión es una cosa muy envilecedora. Hay que desahuciar gente pobre, hay que hacer trampitas. La ocupación de la abogacía es vil. En cambio la teoría es bellísima, la teoría que viene desde los romanos, ¡eso sí!
De la HJCK se ha dicho todo en estos 62 años, pero cuénteme el gran obstáculo que hubo que sortear para que fuera una realidad.
Cuando salimos muy triunfalmente a devorarnos la radio, te estoy hablando de 1950, gobierno de Laureano Gómez por Dios, y de Ospina y de Urdaneta Arbeláez, nosotros éramos seis intelectualitos muy pretenciosos, entonces los enemigos nuestros, que nos veían tener éxito, le dijeron al gobierno: “ojo, estos no son intelectuales, son oposicionistas”, y te cuento una cosa, alcanzó el ministro Angulo a dictar la resolución cerrando la emisora.
¿Y qué pasó?
De pronto me acordé que Eduardo Gamba Escallón fue profesor del ministro, y naturalmente, el ministro era de Popayán, y le dije: “Eduardo, sé que me van a cerrar la emisora, carajo, no hay derecho, por favor, dile al ministro que yo soy un hombre de bien, que soy un buen tipo, que soy amigo tuyo”, Y entonces el ministro retiró la resolución que ya tenía lista, y la emisora se salvó. Eduardo Gamba Escallón salvó la emisora. Eso es muy lindo.
¿Cómo ve ahora la HJCK en internet?
La veo muy provisoria, porque son dos mundos totalmente diferentes, en uno el mundo local, doméstico, bogotano, en donde hicimos mucho por la cultura, no vamos a desmentirlo, pero la gente se pregunta, ¿y por qué te fuiste a las distancias siderales?, porque uno tiene la vanidad de existir un poquito más cada día, y yo quería medirme a ese panorama que me imaginaba lleno de estrellas titilantes en el espacio. Y evidentemente todos los días recibimos informes de los sitios más remotos, más impensados del mundo, que nos hablan y nos celebran.
Cuando se siente cansado ¿dónde se refugia?
En mi casa. Yo soy muy casero... y muy fiestero también. Pero mi refugio en la ciudad es mi casa y mi biblioteca. Me levanto muchas veces sin encender la luz, con los ojos cerrados, digo, aquí está Ortega y Gasset, aquí Borges, aquí Neruda, aquí Miguel Hernández, solo con el tacto, con la yema de los dedos.
"La vanidad se va"
Usted fue un tipo bien plantado. Confiéseme, ¿a dónde va a parar la vanidad con los años?
Es ella la que se va, la juventud resiste hasta el último momento, pero la vanidad se va.
Y Gloria Valencia ¿Dónde está?
Qué linda y terrible pregunta. Yo necesito hablar con Gloria a diario, me voy donde la tengo, en los archivos de la emisora, entonces yo llego y la convoco, como hacen los espiritistas que invocan espíritus. Entonces la pongo y acabo muerto de la risa con ella. Ella no ha muerto para mí, pero hay que invocarla.
¿Cuántos años juntos?
64 de felicidad, que eso es una prueba muy especial. Nos casamos en el 47.
¿Cuál es el piropo que más le gustaba que usted le echara?
Yo la llamaba ‘la divina’, porque la conocí en la calle, y cuando vi semejante maravilla, pensé: “Dios mío, que sea bruta, que sea bruta”. ¿Por qué? Porque si me resultaba inteligente tenía que casarme con ella, y así fue, entonces esa es una historia muy linda.
¿Para Álvaro Castaño qué es el amor?
El amor tiene tantas definiciones, la de Platón es muy linda “es el afán de engendrar en la belleza”. A Gloria no le gustaba que yo hablara de amor, sobre todo si estaba hablando de ella. Tenía razón, ella me enseñó el pudor del amor, no hables de eso, porque a ella le daba la impresión que estaba violando una entidad sagrada.
¿Le teme a la muerte?
No, qué curioso, la manoseo tanto que le he perdido el respeto, porque la toco, la volteo, la pongo patas arriba, me burlo de ella. Entonces ya es un elemento tan cercano que no le temo. Aspiro a no sentir dolor. El dolor físico me aterra, en eso soy muy cobarde.
¿Cómo quisiera ir usted a su propio entierro?
Yo me iría así como estoy, así de verdad, en pantalón jean, con saco casual y fular, importantísimo.
¿Qué flor le ha gustado en la vida?
La rosa, es que mírala, esa rosa es mi cómplice, es mi compañerita, toda la vida he tenido una rosa. Hay una escarlata que es muy linda. El poema que más me gusta de la rosa, que no sé si me preguntaste, es de León de Greiff: “Esta rosa fue testigo/ de ese, que si amor no fue,/ningún otro amor sería...”
Dígame un consejo de alguien que ha vivido tanto.
Ser fiel a uno mismo, es fundamental. Yo he sido de muchos amigos, no he sido traicionado sino unas dos vececitas, pero me duele tanto el recuerdo de eso. La consigna debe ser: ser fiel a uno mismo, que es igual a ser fiel a los demás.
¿Qué le cambiaría usted a la vejez?
Yo estoy muy contento con mis 92 añitos de verdad, feliz de la vida. Me siento vital. Duermo muy bien, que es un secreto. La gente no tiene conciencia de la riqueza infinita que hay en la salud. Eso está detrás de si quieres tomarte un whiskicito y te lo tomas sin ningún temor, con la bendición de todos los médicos. Uno o dos, no más.
Su palabra favorita.
¡Churro! La uso mucho. Es que nosotros descubrimos la palabra churro en el Café del Rhin. Allá nos reuníamos todos los amigos. Era en el pasaje Santa fe, que lo tumbaron ya.
Los churros eran los azucarados.
El origen de la palabra churro para nosotros es el siguiente: un día llegó un tipo con una revista en la que se leía “¡qué churro!” en la foto de una niña divina que se estaba enjabonando, y alguien dijo: “mirá esta vaina, churro no solo quiere decir bizcocho”. Los argentinos llaman también churro a una mujer atractiva y linda. Entonces decidimos usar la palabra de las dos maneras.
Y siguen por ahí muchos churros.
¡Claro, afortunadamente!
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La semana pasada quise volver a visitarlo para prolongar esta charla, pero una de sus secretarias me informó que ya no iba a la oficina, que ahora prefería estar más tiempo resguardado en el templo de su vejez. Cinco años le faltan para el siglo.
Fotos: David Schwarz.