
Fotos: William Martínez.
Un hombre de facciones finas y figura atlética posa como una escultura de la antigua Grecia. Está desnudo, parado sobre su pierna derecha. Una mina antipersona le voló la izquierda cuando era soldado y patrullaba a unos kilómetros de Marquetalia, Tolima, la cuna de las Farc. El campesino caldense protagoniza la serie fotográfica El David (2005), de Miguel Ángel Rojas, quizá la obra más popular del artista bogotano. Rojas funde dos cosas tradicionalmente separadas: la belleza del cuerpo y el desgarro de la guerra. No expone a la víctima como una masa de carne sofocada, en estado de eterna convalecencia, sino como alguien que aprendió a soportar el sufrimiento. En la fealdad de las ruinas —lo decía Baudelaire— siempre habrá un destello de fuerza de vida. Y la fuerza de vida —lo decía Nietzsche— reside en el instinto, que es el cuerpo.
Cortesía Colección de Arte del Banco de La República.
Esta intención también aparece en la serie fotográfica Signos cardinales (2008), de la artista paisa Libia Posada, quien dibujó en las piernas de once mujeres desterradas de sus pueblos las rutas que eligieron para proteger sus vidas y las de sus familias. Éxodos a lomo de mula, en bus y a pie, que comparten, casi siempre, un corredor común: Antioquia, el departamento de Colombia donde los grupos armados, sobre todo paramilitares, perpetraron el mayor número de masacres: 598 entre 1980 y 2012. En vista del alcance global que tuvo el acuerdo de paz entre el Gobierno y las Farc, el Museo de Antioquia consideró justo este momento para entrar a Europa y presentar, por primera vez, una exposición colectiva sobre la guerra, el duelo y la memoria: ‘Medellín. Una historia colombiana’. El David, Signos cardinales y 105 obras más de 43 artistas colombianos, sobre todo paisas, ya se exhiben en Les Abattoirs, el museo de arte moderno de Toulouse, en Francia.
“Lo que queremos mostrar es cómo los artistas colombianos reaccionaron frente a la guerra. Ellos exponen el horror sin apellidos. Ofrecen una lectura que trasciende las banderas políticas y el velo mediático. Es ineludible empezar a reflexionar públicamente y sin dogmas sobre las raíces del conflicto (la disputa por el territorio, la droga como alimento de la confrontación) y la melancolía que este produjo y no se va”, opina Nydia Gutiérrez, curadora del Museo de Antioquia y una de las responsables de seleccionar las obras que viajaron a Toulouse. Si bien la muestra cuenta con íconos de la colección del museo, como Horizontes (1913), de Francisco Antonio Cano, y El recreo, las monjas y el cardenal (1987), de Débora Arango, también incluye piezas de artistas menores de 35 años, como Natalia Castañeda, y reporteros gráficos como Luz Elena Castro.
Las 107 obras colombianas –entre pinturas, instalaciones de video, grabados, esculturas y fotografías– están repartidas en la nave central y en las salas de los ochos edificios que componen el museo de Toulouse, un espacio que antes era el matadero industrial de la ciudad. En 1825, el arquitecto Urbain Vitry imprimió en esa construcción la monumentalidad de una iglesia neoclásica. La metamorfosis a museo —cuenta el director de colecciones de Les Abattoirs— estuvo a cargo de Antoine Stinco, el mismo que renovó la Escuela del Louvre.
Ubicado en el barrio popular de St. Cyprien, se convirtió en un auténtico refugio cultural para los habitantes de la ciudad y para los migrantes: desde hace siglo y medio las oleadas de desplazados no han cesado en la ciudad; hay numerosas comunidades de cubanos, irlandeses, estadounidenses, vietnamitas y, especialmente, españoles (los nietos de los rojos y los anarquistas expulsados por Francisco Franco conforman la principal minoría de Toulouse). La colección del museo —3.600 piezas que replican con trazos furiosos y materias informes la destrucción que impuso la Segunda Guerra Mundial— es visitada por cerca de 160.000 personas al año.
La exposición colombiana marca un precedente para las dos entidades culturales. Por un lado, a pesar de que el Museo de Antioquia intercambia obras con sus pares nacionales, poco se ha movido en el ámbito internacional. Su antecedente más relevante, según la propia institución, ocurrió en 2009 en Washington, cuando cedieron varias obras emblemáticas de su colección al Banco Interamericano de Desarrollo para realizar una exposición que exploró los cambios de Medellín durante el siglo xx. La muestra en Toulouse puede ser la puerta de ingreso para futuros proyectos entre ambas instituciones.
Esto lo puede intuir María Alicia Uribe, directora del Museo del Oro del Banco de la República, líder colombiano en producir exposiciones internacionales (220). Ella sostiene que gracias al intercambio de obras, el museo ha logrado presentar por lo menos una muestra extranjera al año, algo impensable hace una década por los altos costos. Sucede que, al entablar contacto, el museo que cede las piezas exime a su par de pagar una comisión que puede superar los 300 millones de pesos. Por el lado de Les Abattoirs, Valentín Rodríguez, el director de colecciones, cuenta que es la primera vez que realizan la curaduría y el montaje para una exposición de arte contemporáneo colombiano. De hecho, añade, este es su primer acercamiento ‘en forma’ al arte de América Latina, pues la mayoría de sus intercambios se realizan con España.
Mientras el país se prepara para la Comisión de la Verdad —audiencias públicas en las que los actores armados revelarán sus crímenes y darán pie a que estallen odios o se encuentren razones para la reconciliación—, la catarsis colectiva empezó en el arte. Un paso para destapar heridas y empezar a sanarlas.
Fotos: colección Museo de Antioquia.



