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«La felicidad está de moda» Walter Riso

La sociedad del cansancio, la que nos empuja a ser los «mejores», la que nos induce a la «multitarea» y privilegia la hiperactividad como un valor, la que ha convertido el fenómeno de espera en poco menos que una tortura.

Por El Espectador
13 de noviembre de 2014
«La felicidad está de moda» Walter Riso

«La felicidad está de moda» Walter Riso

Sociedad del alto rendimiento y del dopaje competidor, diría el filósofo de origen coreano Byung-Chul Han. En esta cultura que alimenta y promueve la anticipación catastrófica, donde la depresión y la fatiga crónica van en aumento y donde el exceso de optimismo nos lleva al desgaste mental y físico al desconocer nuestros límites. En esta sociedad, me pregunto: ¿cabe la felicidad como una forma de autorrealización? Porque si «ser feliz» es como decían los griegos, «un fin supremo», ¿por dónde empezamos en semejante zafarrancho psicosocial? 

 

Que la felicidad está de moda y forma parte de los valores posmodernos es un hecho, al menos en su forma más hedonista: placer a discreción y odio profundo a cualquier forma de molestia. De esta manera, surge un nuevo deber que se convierte en carga: la obligación de ser feliz (una especie de fobia a la tristeza y a los bajones normales). Curiosamente, esta premisa se acompaña de una contradicción que confunde. Si no estás saltando en una pata de la alegría, estás out (¡qué insufrible aguafiestas es este personaje escéptico y realista que nos obliga a ver las cosas como son y salirnos de lo virtual!); y al mismo tiempo, si estás muy contento, «demasiado eufórico», te mandan donde el psiquiatra y te cuelgan un cartel que dice: «Peligro, no acercarse y no tocar: hipomanía». No sabemos qué hacer con esto de sentirnos bien. Es más, algunos se han acostumbrado tanto a sufrir y a pasarla regular que, cuando se sienten muy bien, piensan: «Qué irá a pasar de malo ahora...». 

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Vale la pena anotar que hay un cambio en la ciencia de psicología: ya no se habla tanto de felicidad como de estar bien todo el tiempo, porque eso es imposible, sino de que haya más eventos gratificantes que negativos. Otros afirman que en realidad con que seamos un poco menos infelices y menos necios, deberíamos conformarnos, ya que la felicidad absoluta es un mito. Si lo que se pretende es estirar los instantes de alegría para que duren, la felicidad no sería más que un apego a la alegría. Lo absurdo está en que los que buscan la «felicidad desesperadamente», terminan siendo infelices, ya que perseguirla como una cuestión de vida o muerte genera frustración y ansiedad, porque nunca logramos apropiarnos de ella definitivamente. 

 

¿Qué hacemos entonces? Los expertos muestran cierto optimismo, partiendo de una ecuación de la felicidad compuesta de tres variables. La primera se debe a variables genéticas y depende un 30 o 40 %, aproximadamente. Es decir: de un tono afectivo que cargamos debido a lo heredado (tendencia o predisposición a ser alegre o melancólico, por ejemplo) y aunque no podemos modificarlo radicalmente, es posible influir sobre él. La segunda variable corresponde, más o menos, a un 20 - 30 % y tiene que ver con los aspectos positivos o negativos del contexto inmediato, siendo las relaciones interpersonales las que más potencian la vida feliz (parece que la edad, el dinero, la edad, el sexo o la raza, tienen poco que ver o no son determinantes). La tercera variable, el 40 o 50 %, depende de nuestra manera de pensar y actuar, de cómo procesemos la información y de lo que seamos capaces de hacer con nuestras vidas. 

 

En este panorama de ventajas y desventajas, pro y contras, surge la gran pregunta: ¿qué es la felicidad? ¿Podemos tener un consenso al respecto? Es difícil no estar de acuerdo con la poeta Margaret Runbeck cuando afirmaba: «La felicidad no es una estación a la cual hay que llegar, sino una manera de viajar». La frase dice mucho y nos sugiere que el «proceso» es más importante que el «resultado». Desde un punto de vista menos literario y apelando a la psicología, la ética y la filosofía, una existencia que se acerque lo más posible a una plenitud consistente (viajar bien),  requiere de la capacidad de integrar al menos tres tipos de «vida» en una sola: 

Una vida placentera. Esto implica darse gusto y estar en contacto con estímulos o situaciones que produzcan goce y disfrute.

Una vida gratificante. Aquí se desarrollan las fortalezas personales, las virtudes, nuestros talentos naturales. Actuar según aquello para lo que estamos «diseñados», estar en concordancia con lo que pensamos, sentimos y hacemos (coherencia).

Una vida significativa. Es decir, sentirnos partícipes de algo superior que le otorgue un sentido a la propia existencia y que nos comprometa hasta el alma.

La felicidad es una construcción personal y social que nunca se acaba, es un horizonte que nos inspira, no una «estación a la cual hay que llegar». Es proceso en estado puro. Así la sociedad del agotamiento nos exprima. 

Por El Espectador

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