Por:
Cristina Lleras Figueroa
Curadora.
Sigue a Cromos en WhatsAppActualmente forma parte del equipo de museología de la Dirección del Museo Nacional de la Memoria del CNMH.
Comúnmente asociamos los museos con aquellos eventos (heroicos o lamentables) que pasaron, con objetos de algún remoto ayer o de un lugar ajeno al nuestro. Sin embargo, si un museo cumple con su rol de ponerse al servicio de la sociedad, entonces no alberga pasados sino futuros posibles. En el caso de Colombia, cuando parece que esta guerra inacabada hubiese acontecido en otro país, o a unas personas irreconocibles, se hace aún más necesario que podamos tener un lugar para ver, escuchar y reconocer las historias de lo que le ha pasado a otros y también a nosotros. Para imaginarse una sociedad distinta hay que frecuentar algo ya acontecido.
Por ello en Colombia se está creando un Museo Nacional de la Memoria, que en la actualidad funciona como una Dirección del Centro Nacional de Memoria Histórica (CNMH), que busca convocarnos en torno al pasado, para pensar, conversar y actuar frente a él.
La estigmatización y la eliminación de las diferencias ha caracterizado el conflicto armado, y eso lo podemos ver en películas como Cóndores no entierran todos los días —sobre la violencia bipartidista del siglo XX—, así como en fotografías, objetos testimoniales y relatos sobre la Unión Patriótica, cuyos miembros fueron sistemáticamente perseguidos y asesinados. En esa medida, el Museo nos invita a pensar que fortalecer la democracia implica reconocer y aceptar el disenso y la diversidad de posturas y pensamientos políticos en la cotidianidad. Para un pasado, un futuro. Y tendremos que aprender a relatar cómo imaginarnos un país sin conflicto armado, con esa cicatriz.
Lo que el pasado nos puede ayudar a comprender para el presente, resulta fundamental para el proceso que vive la sociedad colombiana. Los objetos que han entregado voluntariamente desmovilizados de los grupos paramilitares al CNMH tienen mucho para contar. Gorras y uniformes militares, cuchillos en vainas camufladas, reglamentos, himnos, banderas, insignias y condecoraciones, nos muestran que hubo estructuras profesionales ordenadas para adoctrinar, disciplinar y formar guerreros (y guerreras) feroces. ¿Qué otros presentes son posibles para aquellos jóvenes que han conocido únicamente el combate?
No se trata únicamente de no repetir la historia, pues las violencias no son nunca las mismas y la guerra de las últimas décadas tampoco ha sido la misma guerra siempre. Se trata de ver qué hay detrás de los sucesos dolorosos, qué los sostiene y los reproduce.
El museo nos muestra que en este país hubo violaciones masivas de derechos humanos de ciertas poblaciones, pero no solo las define a partir de estos relatos sino también de las resistencias y las búsquedas de la sociedad civil por la paz. También es el lugar donde las comunidades cuentan sus propios relatos a través del teatro, la música y lo audiovisual, y donde podríamos oír de nuevo el alabao que entonaron las Alabaoras de Bojayá en la ceremonia de la firma del acuerdo de paz. En esta canción ellas denuncian lo sucedido, reclaman justicia y acciones frente a otros grupos violentos, se imaginan un futuro mejor, un futuro distinto al pasado de guerra e inequidad, un futuro cuya construcción es de muchos. Sin duda será una labor de años y generaciones. La guerra ha sido larga y compleja y asimismo será contarla. Asimismo será cambiarla.
Foto: cortesía.