El colectivo de arpilleristas chilenas Memorarte, dedicado a hacer memoria y resistencia política a través del bordado a gran escala, llega de visita a Bogotá como invitado del encuentro Ciudad Deseo: II Festival Internacional Arte y Memoria para la Paz en Bogotá, organizado por IDARTES, que se lleva a cabo del 3 al 5 de noviembre.
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El Festival contará con la participación de más de 40 invitados de Colombia, Argentina, Perú, Chile y Cuba, y una programación de conciertos, películas, conversatorios, encuentros creativos, recorridos barriales, entre otros. El colectivo Memorarte participará en el foro inaugural, en uno de los recorridos barriales por el barrio Santa Fe desde El Castillo de las Artes, y ofrecerá un taller de bordado. Consulte aquí toda la programación e inscríbase de manera gratuita.
Memorarte o el arte de contar historias bordando

Erika Silva de Memorarte
Erika Silva es una de las mujeres líderes del colectivo Memorarte, es docente de la Escuela de Medicina, magister en Gobierno y Finanza Pública y exfuncionaria del gobierno chileno, y eligió las artes y el bordado de arpilleras como su vehículo de acción política.
Silva cuenta que la costumbre de bordar arpilleras empezó en los años sesenta con un gran bordado de Violeta Parra titulado ‘Contra la guerra’, y por ser una pieza icónica de denuncia que marcó un punto de referencia en la historia chilena, fue posible retomarlo más adelante, en tiempos de crisis durante la dictadura. En ese entonces, fueron muchísimas las mujeres que empezaron a contar historias a través del bordado contra los atropellos que sufrieron sus hijos, esposos y familiares. Su manera de resistir fue bordar: mientras esperaban afuera de los tribunales de justicia, mientras pedían respuestas afuera de las cárceles de detenidos políticos, mientras se encontraban en las calles con otras mujeres. “También bordaban porque la dictadura las empobreció. El bordado se volvió un oficio que mostraba lo que pasaba en Chile pero, además, las mujeres empezaron a vender sus piezas y esta se convirtió en una manera de llevar alimento a sus casas”, aseguró.
Hoy en día, la historia ha cambiado, pero las arpilleristas matienen el arte vivo con las preocupaciones del presente. Junto a Cynthia Imaña, Alejandra Campos, Pamela Monasterio, Ximena Fernández y Ana Reyes, Memorarte se ha convertido en el colectivo más representativo del arpillerismo en el país. Hoy, su trabajo se enfoca en hacer las críticas correspondientes a las deudas de la democracia: “Pasar de una dictadura a una democracia es un alivio, en primera instancia, pero luego, esa democracia empieza a tener muchas fallas también. Siempre digo que uno tiene que actuar como un observatorio, cuestionar, y si nos prometieron algo, es lo que tienen que cumplir. Quienes gobiernan nos dijeron que la palabra que no se cumplía, se debía reclamar”, asegura.
Silva empezó a bordar en 2011, y cuenta que siempre vio en el bordado una forma de placer y de disfrute, que siempre se imaginaba poder dedicarle tiempo en sus días a coser, y que a través de ese goce el colectivo se fue armando, también. Fue en 2014 cuando le dio un taller a Cynthia Imaña y Alejandra Campos que su vocación se volvió mucho más política, el objetivo dejó de ser terminar una pieza, para reemplazarlo por el propósito más ambicioso de incidir en las decisiones públicas. Aparte de su equipo principal, hoy existe también la Comunidad Memorarte, conformada por alumnas y mujeres que han asistido a los talleres, que se ofrecen para hacer parte del intenso ritmo de bordado, y trabajan en lo que se requiera.
Lo cierto es que esto demuestra que llevar el bordado al espacio público, algo que hace unas décadas estaba tan asociado al mundo doméstico y al rol más tradicional de la mujer, sigue siendo un reto y una satisfacción. “Hay gente que espera de un bordado que sea una pieza impoluta, que no se ensucie, que no se vaya a manchar. En este caso no es así. Para nosotras es importante que esas piezas conmuevan, que sean bellas, pero igualmente resistentes, se enfrentan con la calle.” Estas no son piezas particularmente delicadas, pero se adaptan, para que las flores y los pájaros puedan habitar la calle en medio de las protestas, y en eso también radica su poder.
‘Contra la guerra’ de Violeta Parra, la primera arpillera
Violeta Parra fue la primera, y aunque fue más reconocida por sus canciones y notable aporte al folklore chileno, Parra pasó de bordar motivos en las sábanas, manteles y cortinas de su casa, en privado, a crear el famoso bordado que la consagró como arpillerista titulado ‘Contra la guerra’. En esta pieza de tela y lanigrafía de gran escala aparecen cuatro personajes, uno de color violeta que la representa, otro verde, otro rojo y otro azul, todos amigos personales de la cantautora, y cada uno con un ave blanca en las manos.
De sus cabezas crecen flores, cada una diferente de la otra, en representación de sus almas. A la derecha se ve una escopeta que adentro lleva una vela y un crucifijo, y dispara a una quinta ave que aparece boca arriba. Con esta pieza, una denuncia autorreferencial en contra de la guerra y a favor de la paz, Violeta Parra fue reconocida como la primera latinoamericana que expuso su obra de manera individual en el Museo del Louvre en Paris en 1964 (aunque en realidad, la exposición fue organizada por la institución del Museo de Artes Decorativas). Esto supuso un hito en la trayectoria de la artista chilena pero, sobre todo, un hecho clave para convertir al bordado en una forma de acción política y estética de denuncia.
El aniversario de la muerte de Rodrigo Rojas
Erika recuerda la primera vez que salieron a la calle con una arpillera. Fue sobre un caso de la dictadura, cuando quemaron vivo al joven fotógrafo de 18 años, Rodrigo Rojas. Estaban, precisamente, en su taller de bordado el dia que se cumplían 30 años de su muerte. Se había planeado un homenaje público, un gran performance en el que se iba a proyectar en las calles de Santiago la imagen de un hombre caminando, como si fuera él mismo Rojas. Eran las 3:00 de la tarde y el evento empezaba a las 7:00 de la noche, pero se les ocurrió bordar una arpillera en homenaje a Rodrigo. Lo dibujaron, le pusieron una cámara fotográfica y bordaron lo más rápido posible una pieza de un metro cuadrado. Persiguieron la marcha en un taxi y reconocieron la figura de la madre del fotógrafo.
“Nos acercamos a ella y le dijimos: ‘Verónica, te entregamos esta arpillera por los 30 años de tu hijo. Ojalá no fuera esto y pudiéramos entregarte justicia’”, aseguró Silva. “La madre se conmovió y nos contestó: ‘Entregarme una arpillera es una forma de hacer justicia.’”
Silva asegura que ese fue uno de los momentos más memorables de la historia del colectivo, un día en el que se hizo claro que el bordado daba la posibilidad, también, de devolver dignidad y reconocimiento.
El bordado para compartir con otras mujeres
Hoy, contar historias sigue siendo revolucionario cuando las mujeres que luchan por sus derechos denuncian abusos, protestan feminicidios y reclaman justicia por familiares en contextos de violencia, pero también, cuando reconocen que sus dolores más cotidianos hacen parte de un entorno, y son comunes a otras. El colectivo busca incidir en la vida de las mujeres, y Érika, particularmente, trabaja también con mujeres cuidadoras que están constantemente al servicio de sus padres o familiares enfermos. Dice que es frecuente ver que cuando las mujeres tienen tiempo libre, no saben qué hacer con él, porque nunca han tenido la opción de pensar en ellas mismas. Sabe que la autonomía también requiere de ciertos recursos económicos, sin embargo, insiste en que los recursos por sí solos no dan automáticamente la agencia para tomar mejores decisiones. “La vida no se trata solo de dinero”, dice Silva. “No hay que ser ingenuo, evidentemente hay gente a la que le cuesta solo sobrevivir. Pero hay quienes, con muchos recursos, tampoco necesariamente hacen saltos más audaces con respecto al protagonismo de su vida.”
Mientras tanto, insiste en que la experiencia compartida y la creatividad sí entregan ese poder. Erika está convencida de que, entre todas las opciones, el arte es la que más le brinda la posibilidad de ser protagonista de su historia: “Nuestra lucha es la libertad, y la libertad es conocer caminos. El arte es un camino, no es el único, pero es un camino vibrante, político y está lleno de gozo colectivo, y es para todos, no solo para unos pocos. Por eso es importante defender la diversidad. No tiene solamente un componente ético de respetar a los distintos, es importante desde cosas muy simples. Conversando y compartiendo con otras se te ocurren ideas nuevas. En la diversidad tú discutes, y finalmente, agradeces porque ves otros escapes a la vida cuando sientes agobio”, agregó.
La excusa es el hilo y la tela, pero les interesa mucho más que eso. Según Erika, el poder del arte radica en su capacidad de ayudarnos a imaginar alternativas, de lograr esa magia muy concreta que consiste en hacer aparecer algo donde antes no existía nada. Y en el mejor de los casos, en compañía, sanar.
Por: Lina Cepero
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