
Por: Alejandra Mahecha
Licenciada en educación física
Representante nacional de Jóvenes víctimas del conflicto armado
Recuerdo que nos tocaba ir a Bogotá a hacer unas filas eternas para que nos dieran mercado. De pequeña no pensaba en esas cosas, solo quería jugar. Teníamos la carta de desplazados, no de víctimas, porque antes apenas se hablaba de desplazados. Esa palabra siempre lo marca a uno; en el colegio había profesores que preguntaban ‘¿quién es el desplazado acá?’, y yo, por pena, no levantaba la mano. Me resentía que me hicieran sentir extraña. En una de mis confusiones, le pregunté a mi mamá ‘¿cuándo vamos a devolvernos?’. De tanto hacerlo, ella se sinceró. Me dijo que nunca. Yo estaba en séptimo u octavo de bachillerato.
Al entrar a la universidad, por ser víctima, me dieron dos puntos extra para facilitar mi ingreso. El mundo académico me abrió los ojos. En tercer semestre vi una materia llamada Paradigmas Disciplinares. De trabajo tocaba elegir un paradigma. Elegí el sociocrítico, que consiste en ayuda a la comunidad, de encontrar soluciones en conjunto a los problemas. En resumen, era lo que hacía mi mamá. Como estudié educación física, lo enlacé al deporte como opción para no delinquir.
En 2012, hubo un evento en Corferias en el que anunciaron los diálogos de paz en La Habana. De la universidad iba mucha gente y yo fui a una charla sobre derechos humanos, sin decirle a mi mamá. Cuando yo llegué me la encontré. La vi a lo lejos, con un poco de gente. Yo iba por la mesa estudiantil. Se suponía que cada mesa iba a trabajar propuestas y a la mesa de juventud no se las iban a dejar plantear porque teníamos una posición antipática ante el proceso. Mi mamá me preguntó por qué no participamos y yo le dije la verdad. Me agarró de la mano y hablamos con alguien, que, con el compromiso de hablar dos minutos, me dejó subir. El auditorio se alborotó con nuestra postura. Al bajarme la gente estaba eufórica. Ya empecé a juntarme más con mi mamá. La Ley 1448 salió en 2011 y empezó a funcionar al año siguiente. En ella se estipula que las víctimas jóvenes deben pertenecer a mesas de participación. Motivada por mi mamá, cursando séptimo semestre, me inscribí.
En esa inmersión, poco a poco entendí el funcionamiento de la Ley 1448. El año pasado fui elegida representante nacional de las victimas jóvenes del conflicto. Primero fui por Cundinamarca y luego, a través de una votación democrática, me eligieron a nivel nacional. Llevo un año y me queda otro. Lo más difícil para mí es motivar a que los jóvenes víctimas participen. Cuando lo hacen buscan su estabilidad económica. Su objetivo es personal y no colectivo. Para mí ha sido difícil cambiarles la mentalidad, les digo que estamos en un momento coyuntural, que si nosotros no modificamos las cosas, seguiremos igual. Mañana vamos a dirigir al país y, si los mismos líderes de los afectados por el conflicto no piensan en la formación de sus hijos, a Colombia la van a seguir dirigiendo los hijos de los dirigentes de siempre. Ese es el reto, tenemos que ganarnos la confianza, empoderarnos, porque si no lo hacemos por nosotros, no lo hará nadie”.