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"Lo más difícil es motivar a los jóvenes víctimas a que construyan país", Alejandra Mahecha

Sin resentimiento, creció en Sibaté sin entrever que se convertiría en la abanderada de los jóvenes víctimas de la guerra.

Por Redacción Cromos
07 de marzo de 2017
"Lo más difícil es motivar a los jóvenes víctimas a que construyan país", Alejandra Mahecha

Por: Alejandra Mahecha 

Licenciada en educación física

Representante nacional de Jóvenes víctimas del conflicto armado

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En 2001 yo vivía con mi hermana y una nana en Neiva, porque mis papás se la pasaban viajando. Eran artesanos y comerciantes, trabajaban vendiendo objetos hechos en bambú. En las ferias de San Pedro les iba muy bien. En ese entonces la guerrilla les cobraba vacuna. Un día mi papá no lo soportó más y dejó de pagar. 
 
Yo no tenía noción de lo que había de puertas para fuera. Tenía 7 años, vivía mi realidad de niña. Una noche nos acostamos a dormir porque al otro día debía ir a la escuela. Cuando desperté iba en un camión. Mi familia y yo estábamos aquí en Sibaté, Cundinamarca, a las 6:00 a.m., con un frío que congelaba. Venía envuelta en unas cobijas, con mi hermana. Nos bajamos en una calle, nos dieron el desayuno a mi hermana y a mí mientras mis papás empezaron a bajar las cosas. Veníamos solo nosotros, nos trajo el camión en el que mis papás transportaban el bambú y los muebles. 
 
Ellos intentaron poner el negocio de artesanías, pero no pegó. Se la tuvieron que rebuscar en lo que pudieran. A pesar de las necesidades, yo veía a mi mamá que era muy organizada con la gente. Por ser desplazada se reunía con otros a ver cómo hacían derechos de petición. Es una mujer muy activa, que estuvo presente en la elaboración de la Ley 1448, que es la que nos cobija a las víctimas del conflicto armado.
 
 

Recuerdo que nos tocaba ir a Bogotá a hacer unas filas eternas para que nos dieran mercado. De pequeña no pensaba en esas cosas, solo quería jugar. Teníamos la carta de desplazados, no de víctimas, porque antes apenas se habla­ba de desplazados. Esa palabra siempre lo marca a uno; en el colegio había profe­sores que preguntaban ‘¿quién es el des­plazado acá?’, y yo, por pena, no levanta­ba la mano. Me resentía que me hicieran sentir extraña. En una de mis confusio­nes, le pregunté a mi mamá ‘¿cuándo vamos a devolvernos?’. De tanto hacerlo, ella se sinceró. Me dijo que nunca. Yo es­taba en séptimo u octavo de bachillerato.

 

Al entrar a la universidad, por ser víctima, me dieron dos puntos extra para facilitar mi ingreso. El mundo académico me abrió los ojos. En tercer se­mestre vi una materia llamada Paradigmas Disciplinares. De trabajo tocaba elegir un para­digma. Elegí el sociocrítico, que consiste en ayuda a la comuni­dad, de encontrar soluciones en conjunto a los problemas. En resumen, era lo que hacía mi mamá. Como estudié educa­ción física, lo enlacé al deporte como opción para no delinquir.

 

En 2012, hubo un evento en Corferias en el que anunciaron los diálo­gos de paz en La Habana. De la universidad iba mucha gente y yo fui a una charla sobre derechos humanos, sin decirle a mi mamá. Cuando yo llegué me la encontré. La vi a lo le­jos, con un poco de gente. Yo iba por la mesa estudiantil. Se suponía que cada mesa iba a trabajar propuestas y a la mesa de juventud no se las iban a dejar plantear porque tenía­mos una posición antipática ante el proceso. Mi mamá me preguntó por qué no partici­pamos y yo le dije la verdad. Me agarró de la mano y hablamos con alguien, que, con el compromiso de hablar dos minutos, me dejó subir. El auditorio se alborotó con nuestra postura. Al bajarme la gente estaba eufórica. Ya empecé a juntarme más con mi mamá. La Ley 1448 salió en 2011 y empezó a funcionar al año siguiente. En ella se estipula que las víctimas jóvenes deben pertenecer a mesas de participación. Motivada por mi mamá, cursando séptimo semes­tre, me inscribí.

 

En esa inmersión, poco a poco entendí el funcionamiento de la Ley 1448. El año pasado fui elegi­da representante nacional de las victimas jóvenes del conflicto. Primero fui por Cundinamarca y luego, a través de una votación democrática, me eligieron a ni­vel nacional. Llevo un año y me queda otro. Lo más difícil para mí es moti­var a que los jóvenes víctimas participen. Cuando lo hacen buscan su estabilidad económica. Su objetivo es personal y no colectivo. Para mí ha sido difícil cambiarles la mentalidad, les digo que estamos en un momento coyuntural, que si nosotros no modificamos las cosas, seguiremos igual. Mañana vamos a dirigir al país y, si los mis­mos líderes de los afectados por el conflic­to no piensan en la formación de sus hijos, a Colombia la van a seguir dirigiendo los hijos de los dirigentes de siempre. Ese es el reto, tenemos que ganarnos la confianza, empoderarnos, porque si no lo hacemos por nosotros, no lo hará nadie”.

 
Foto: David Schwarz.

Por Redacción Cromos

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