
Volver a entrar en su casa es internarme en su dolor cuando la visité por primera vez para hablar del libro valiente que acababa de publicar sobre el suicidio de su hijo. Hoy el motivo de mi regreso es otro, no es la desdicha de la muerte sino la alegría de haber ganado un premio importante de poesía. La sala está cambiada, más paredes cargan los dibujos de Daniel, donde se cruza su imagen con la de perros oscuros y salvajes, un fondo que contrasta con la dulzura de Piedad, sentada frente a la mesa del comedor cubierta con un mantel amarillo como el trigo. Desde que se ganó el premio, hace pocos días, me cuenta que unas 50 personas le han escrito felicitándola, gente de sus entrañas, amigos dentro y fuera de Colombia. Sonríe, baja la voz y declara que soy el único periodista que la ha llamado. Se ganó el premio y piensa que de alguna emisora la irán a llamar, dice tener algunos fans en la Universidad Distrital... Guarda silencio y luego suelta una carcajada para confesar que ellos tampoco llamaron. “Creo, dice, que me llamó NADIE”. Para ella la culpa la tiene la misma poesía al hacerse muy oscura a partir de la segunda mitad del siglo XIX; sin embargo, al leer sus versos hay una rima que ilumina. Un detalle de su libro ganador Los habitados:
“Lo terrible es el borde, no el abismo.
En el borde
hay un ángel de luz del lado izquierdo,
un largo río oscuro del derecho
y un estruendo de trenes que abandonan los rieles
y van hacia el silencio”.
El ruido anda suelto
Hay un poema de Dámaso Alonso que dice “Cuando murió el poeta se quedaron tristes todas las cosas pequeñitas que él cuidaba”.
¡Qué lindo!
¿Cuáles son las cosas pequeñitas que cuida el poeta?
Hay poetas que cuidan cosas pequeñitas y otros que se encargan como de lo grande, yo me considero de los que cuidan las cosas pequeñitas; por ejemplo, los instantes, cosas efímeras. Y también de las cosas que nos pertenecen de manera más honda, de los recuerdos.
¿No le atraen las cosas por útiles?
¡No, jamás! Yo creo que al poeta no le gusta nada que sea útil; por el contrario, el poeta tiende a ser un inútil. Hoy estaba pensando eso, por ejemplo, yo me gano el concurso y enseguida me llama un señor y me dice que para poder pagarme el premio necesita que le envíe un certificado de residencia. Hasta ahí llega la felicidad del premio, inmediatamente me hundo en la depresión. ¿Qué es un certificado de residencia? No tengo ni la menor idea.
¿Este premio podría compararse con un Óscar?
¡Jajaja! No, como con un Grammy.
En estos tiempos modernos, acelerados, poco contemplativos, ganar un premio de poesía... bueno, de hecho, que haya concursos de poesía resulta algo quijotesco.
Sí, es como la pervivencia de un mundo antiguo y de una manera de cuidar el lenguaje, mientras en la superficie todo se está desbaratando a nivel de lenguaje. En la superficie está la bulla, el ruido, que es una cosa que me impresiona. La multiplicación de la tecnología. El silencio no existe como compañía, el ruido anda suelto por el mundo.
En la poesía, dentro de esa defensa del lenguaje, ¿está la defensa del silencio?
Bueno es la defensa del silencio que propicia un manejo de lenguaje que no podemos llamar “correcto”, esa palabra no le cabe a la poesía, sino es todo lo contrario, es como de alguna manera violentar el lenguaje cotidiano para sacar de las palabras significados nuevos, o no necesariamente nuevos sino más hondos de las cosas.
¿Cómo explicarle a un joven conectado con toda esta tecnología de hoy, qué es la poesía?
Yo a una persona joven le hablaría de que la poesía como la música es vehículo del sentimiento, de las emociones, pero también es una manera de acercarnos al mundo. Entonces, leer poesía es como ver por un agujerito una realidad que se ilumina. De pronto con la lucidez de quien ha consumido, por ejemplo, una sustancia, yo no soy consumidora de sustancias porque soy una miedosa; no porque tenga prejuicios morales, pero dicen, por ejemplo, que todos los sentidos como que se potencian, y yo creo que la poesía produce eso.
En este mundo de tantas letras de canciones en boca de todo el mundo, y la poesía encerrada en publicaciones conocidas por unos cuantos, ¿no le da un poco de envidia?
No, cero. Pienso que no escribo tanto para que una multitud me conozca, sino para que un lector solitario en su sitio donde esté leyendo se comunique hondamente conmigo.
¿Cero? ¿No le encantaría que su poesía estuviera en la cabeza de toda esta gente que corea en los estadios?
Por supuesto que quisiera ser una poeta popular, como Neruda que se paraba frente a los obreros y todos recitaban en voz alta los poemas que él había escrito. Eso para un poeta debe ser muy emocionante, pero la poesía ha perdido, digamos, un poco ese lugar.
¿Y por qué perdió popularidad la poesía?
Porque la poesía se hizo muy oscura a partir de la segunda mitad del siglo XIX, pero sobre todo con las vanguardias, entonces, la poesía resulta impenetrable y la gente se alejó de la poesía; yo creo que la poesía es un poquito culpable de eso. No quiero yo decir que esa poesía no pueda llegar a ser muy bella y muy honda, hay poetas maravillosos que son muy oscuros como Luis de Góngora. El camino que ha transitado la poesía es un poco hacia el hermetismo. Pero al lado de esa poesía hermética hay otra más sencilla, más llana, más comprensible; yo me siento más de ese lado... pero sí, la poesía ha alejado un poquito a los lectores.
Poetas que cantan
¿Alguna vez se ha puesto a pensar cómo podría recuperar la poesía esa popularidad que tuvo alguna vez?
Estoy pensando en Leonard Cohen que me parece mejor poeta que Bob Dylan. Le están poniendo música a la poesía. Hay poesías de poesías, entonces podríamos considerar esa música que llaman de cantautor, pero resulta que la poesía en su forma más pura crea su propia música y eso es lo interesante de la poesía, lo otro es si es un mecanismo para hacer más popular el poema.
¿Pero está de acuerdo con musicalizar los poemas?
Tú no puedes hacer una poesía llena de imágenes y de cosas muy sugestivas y ambiguas si la vas a cantar. Yo creo que el poema pierde ambigüedad, que es una de las características esenciales de la poesía, esa es la dicha de leer poesía, es como que te están diciendo una cosa y cuando crees que la estás entendiendo como que vuelve y se te escapa porque el lenguaje está funcionando de una determinada manera. La canción necesita una cierta facilidad que no siempre tiene la poesía. No quiere decir que una sea mejor que la otra, es que son géneros distintos.
En últimas, hablamos de un público más relajado, que se contenta con contenidos fáciles.
Yo no creo que es que se haya vuelto, yo creo que eso siempre fue así, las mayorías siempre quieren las cosas más fáciles, lo que pasa es que antes no había la oportunidad de alfabetismo que hay hoy. Soñamos que, porque la gente es educada, porque ha pasado por los colegios, tendría que saber qué es poesía, y resulta que la circunstancia sigue siendo igual, hay una minoría que se interesa por la ciencia, por la filosofía, por el pensamiento, por la poesía, es como una élite del pensamiento, eso no quiere decir que despreciemos a esas otras masas, vinieron otras manifestaciones a raíz de la tecnología a usurpar el papel de la poesía.
¿Las redes sociales también han invadido esos espacios?
Totalmente, o sea, la alienación de la gente, del tiempo de la gente con las redes sociales es una cosa salvaje. Yo no tengo redes sociales no porque no me interesen sino porque cuido enormemente mi tiempo, porque a mí me quedan muy pocos años, claro cuando uno tiene 20 y piensa que es infinito y eterno, pues qué le importa dilapidar 10 horas chateando, viendo Facebook y mirando twitter e instagram. Hoy estaba leyendo un libro muy bonito, La alianza de la poesía y de la música, de Yves Bonnefoy, un gran poeta francés contemporáneo, y él dice que el libro, la escritura, la poesía, la música, la filosofía nos hacen ir más allá del mundo animal, de la existencia como seres de la naturaleza, nos da un nivel de trascendencia. Entonces yo creo que hay mucha gente que nunca pasa ese umbral, que vive la vida con una naturalidad que no le urge hacerse preguntas sobre casi nada. Por ejemplo, para mí el misterio del cosmos me abruma con preguntas: ¿Esto cómo empezó? ¿Esto para dónde va? ¿Esto qué sentido tiene? Porque tú miras y dices: ¡aquí hay algo sublime!
Para Byung Chul Han, la tecnología nos está metiendo cada vez en el multitasking, que para él no es más que esa actitud de animal salvaje que tiene que estar atento a muchas cosas “para sobrevivir”. Según el filósofo surcoreano, estamos perdiendo esa ventaja de la civilización llamada pausa.
Sí, la pausa, la distancia, y tú como que controlas tus propios ritmos, pero aquí estás controlado por lo de afuera. Cuando tú vas en la calle, tú tienes que mirar que no te vayas al hueco, que el carro no te agarre, que el ladrón no te robe, no empujar a la viejita, o sea, ya de hecho la vida urbana introdujo una cosa que era como el inicio del multitasking. ¡Pero claro esto con la tecnología se multiplicó!
¡Estamos acosados por un mundo con mucha información!
Sí, a mí ahora me tiene que interesar la información. Tengo una columna en El Espectador hace seis años, y el desgaste que significa tenerme que leer mínimo dos periódicos, ¿tú sabes? ¿Qué es que en la vida y en el día de uno, entre esa información todas las mañanas?
Justicia cósmica
¿Alguna vez pensó que la poesía le traería 15.000 euros a la casa?
¡Jajajaja! Digamos que nosotros con estas profesiones ganamos tan poquito, de profesor nada, de periodista nada; por eso los premios se convierten también en una retribución que nosotros consideramos justa. Hay como un deseo de justicia divina, de justicia cósmica que hace que vayamos a esos premios, también pienso en los 128 concursantes que perdieron, que no tuvieron los 15.000 euros.
¿Cuántos concursos de poesía ha perdido?
Te voy a contar como es mi relación con los concursos, lo que buscaba era un mínimo de reconocimiento ¿Sirvo o no sirvo? Esa era la pregunta, tenía 19 años, entonces mandaba unos cuenticos a los concursos y siempre me ganaba el segundo puesto o una mención. Entonces yo dije: “Soy pésima”. Siempre de mención, siempre de segundo puesto, me desanimé muchísimo, ahí no había nada de plata ni de nada, y dejé de concursar. Cuando se instauró el Premio Nacional de Poesía decidí concursar, pero no por la plata que, en esa época, en 1994, eran 12 millones de pesos.
¿Y ganó?
Sí, me gané ese premio y con esa plata yo mandé a mi hija Renata a conocer Europa, se fue con dos amigas, tenían 20 años, y yo pagué los pasajes, la estadía y todo con esa plata... ella no se debe acordar. Y luego me desinteresé de los concursos y duré muchos años sin concursar. Me daba pereza empezar a buscar, me consideraba afortunada de que los editores me estuvieran publicando. Ya como que había pasado esa prueba.
¿Cuándo vuelve a concursar?
Con Explicaciones no pedidas en Casa de América de Poesía Americana, antes de que mi hijo se muriera, porque yo me gano el premio en mayo de 2011 y a los dos días Daniel se mata. ¿Te acuerdas de eso? Y ahí me gané una buena plata que me sirvió sabes ¿para qué? Para hacer el libro con los dibujos de mi hijo, para eso me sirvió.
¿Qué la motiva a escribir poesía?
Emociones muy poderosas que solo pueden estar expresadas a través de ese lenguaje intenso y muy apretado que es el de la poesía.
Recomiéndeme tres poetas.
Le recomendaría a un lector que no sea demasiado especializado a Idea Vilariño, tiene ese nombre porque el papá era un loco excéntrico. Una mujer hermosa, fue la amante de Juan Carlos Onetti, ella es uruguaya y tiene una poesía de amor espectacular. Le recomendaría a Alejandra Pizarnik, es una poesía descorazonada y a veces dura pero muy sugestiva. Hay un poeta que ahora leo mucho que se llama Philip Larkin es inglés, tiene mucha ironía y mucha acidez.
Poeta, ¡sí! poetisa, ¡no!
A estas nuevas generaciones de cibernautas ¿podríamos decirles que la poesía es una manera de vivir?
En una profunda conexión con el mundo, un poeta lo que anda es en comunicación honda con el mundo y como oyendo las resonancias del mundo y mirando cómo toman lugar en él. Desarrollamos una manera de mirar y además tenemos una sensibilidad que hace que tengamos como unas antenas y registremos un montón de cosas, el escritor por lo general es así, es un tipo que le va robando al mundo cosas. Es rarísimo que existamos seres que no podemos sino convertir en palabras lo que vivimos, que siempre estamos queriendo traducir el mundo en palabras.
¡Qué paradoja! Forma parte de una generación que quiere convertir todo en palabras, en un mundo moderno que lo que quiere es ver imágenes.
Bueno, yo aprecio mucho las imágenes. En estos días estaba viendo con mi nieta una película, Hotel Transilvania, y me preguntaba si eso era como leer un libro porque era una película hermosa, divertida, tan bien narrada; y yo pensaba: “Esto es sustituto de la literatura”, y me asustaba de que eso fuera tan poderoso que mi nieta no llegara al ejercicio de la palabra para llegar a los mismos mundos.
Es una generación mucho más audiovisual.
Totalmente atraída por la imagen y como que se ha olvidado del poder de las palabras. Antes, uno escribía una carta de amor; ahora es un e-mail y al e-mail le da pena ser un poco lírico.
¿Por qué no le gusta la palabra poetisa?
Porque la usaron mal durante mucho tiempo y entonces la confundieron como con recitadora, había como una cosa un poquito peyorativa alrededor de la palabra, aunque hay palabras terminadas en isa que pueden ser muy bonitas como sacerdotisa, que tiene peso, pero no digas poetisa porque entonces te puedes imaginar una señora llena de velos recitando.
El éxito nos lo han pintado casado con el dinero y la fama. Para una poeta, ¿qué es el éxito?
Bueno, es que no me gusta esa palabra. Me gusta la palabra “reconocimiento” porque tiene que ver con el trabajo, la pasión, el conocimiento, pero también con la perseverancia por no dejarse vencer por tantas cosas que lo pueden vencer a uno, entonces por eso me gusta más la palabra reconocimiento.
No hay tiempo para reconocernos
En estos tiempos de redes sociales, de selfies, de escritura rápida y de hedonismo ¿dónde anda la poesía?
En el bolsillo de mucha gente, porque cuando yo llego a la universidad hay unos que están escribiendo poesía; porque cuando voy a los colegios hay un niño o una niña que escribe poesía y salen y leen lo que hicieron. Siempre hay unos locos que están haciendo poesía, es como una secta.
En esta civilización trepidante, ¿por qué hacer una pausa para la poesía?
Porque necesitamos volver a conectarnos con nosotros mismos, porque es que no podemos vivir siempre hacia afuera, cuando estamos en conexión siempre con este mundo acelerado no tenemos tiempo de reconocernos, vamos como ausentes de nosotros mismos; por eso es necesario el silencio y de alguna manera un encierro en la poesía.
La tecnología, ¿es un obstáculo?
Sí, sí es un obstáculo porque estamos creando generaciones de niños y de adolescentes hiperconectados, que están siempre viendo no sé qué cosas por sus pantallas. Aunque esa tecnología es también un medio muy propicio para publicar y circular poesía. Pero sí es necesario un poco de liberación del otro, porque no es la tecnología; es que a través de la tecnología estamos en relación con el otro en una especie de conversación eterna.
¿Lee poesía en la tablet?
No hay peligro de que yo lea nada en la tablet. Yo voy en los aviones con tres libros en la cartera porque en un viaje de nueve horas, como el que ahora hice a Madrid, uno puede estar por acabarse y de los dos restantes, ¿qué tal que abra uno y me parezca horroroso? Entonces todavía me queda otro.
Los habitados
Después de la muerte de su hijo Daniel, ¿cambió en algo lo que escribe?
Sí, sí cambió, sí, para este libro que acaba de ganar el premio, Los habitados, tuve que buscar un lenguaje diferente porque lo que quería decir lo requería. El libro está dividido en dos, la primera parte es sobre los habitados por el monstruo de la locura, y la segunda parte es acerca de los que están encerrados en sí mismos o sea discriminados; ahí la voz no podía ser una voz como la que tengo en otros poemas, tuve que buscar un lenguaje particular. Hay una voz que nos lleva a realidades que son muy dolorosas.
¿Qué cambia en su oficio cuando se sienta a escribir un poema o cuando se sienta a escribir una obra de teatro o cuando se sienta a escribir una novela?
El teatro en una cosa rápida, de una intensidad en el tiempo, dos meses como máximo, es un trabajo a toda. La poesía ocurre muy lentamente, no puede ser de otra manera. Yo siempre me he demorado escribiendo un libro de poemas entre dos y cinco años... no hay prisa. Y la novela tiene que tener una continuidad porque o si no pierdes el hilo, pierdes el ritmo, pierdes el tono, me puedo demorar cuatro y cinco años haciendo una novela. Apenas tú sabes que vas a escribir una novela, prepárate para lo peor.
Piedad, un verso suyo que la acompañe.
“No hay cicatriz, por brutal que parezca, que no encierre belleza”.
¿Qué cosa importante se nos olvida cuando olvidamos la poesía?
Se nos olvida el poder de la palabra, porque yo creo que nunca es más poderosa la palabra que en la poesía.
¿Cuál es la gran moraleja de todo esto?
Que hay que confiar y participar en los concursos. Yo le digo a la gente, al poeta joven, al poeta viejo que ya cree que no va a ganar, que los concursos son empujones muy buenos porque estoy segura de que cuando este libro, Los habitados, salga —como está avalado por haber ganado el concurso— va a tener más lectores.
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Me da curiosidad ver los poemas que le tradujeron al árabe y al griego, subimos a su biblioteca para buscarlos, pero es imposible encontrarlos entre un torbellino de libros volando por todas partes. En medio de ese tumulto de portadas aparece otro título de mi anfitriona, Las herencias, por estos versos la tarde se marcha:
Toda historia de amor no es otra cosa
que dos modos distintos de hilvanar los olvidos.
Según Fabio Jurado, experto en Teorías de la lectura, “estudios han demostrado que quien lee poesía desde niño se convertirá más fácilmente en lector, de adulto, pues el lector de poesía logra niveles de abstracción superiores y por tanto es capaz de hacer una lectura crítica”. De ahí, proyectos como este poema ilustrado para niños.
Fotos: Daniel Álvarez.



