Fernando Botero ya no está con nosotros. Así lo informó en la madrugada la emisora W Radio y posteriormente El Tiempo lo pudo confirmar. A los 91 años, el pintor y escultor más importante de Colombia dejó una obra invaluable que ha recorrido todos los continentes.
En una nota publicada en W Radio, se lee lo siguiente “el pasado 14 de septiembre, Sánchez Cristo informó que envió al maestro Fernando Botero sus “buenos pensamientos a uno de los colombianos mas ilustres que nos han representado en el mundo entero” por cuenta de un reciente quebranto de salud que padeció”.
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Lo anterior quiere decir que Botero venía delicado, aunque se podía intuir por las palabras de Sánchez Cristo que se iba a recuperar. La familia del artista aún no se ha emitido un comunicado oficial, pero se sabe que una neumonía fue la causa principal.
Se espera que sus hijos den más detalles de la muerte del antioqueño más universal.
Fernando Botero seguía pintando
Así lo informó Cromos cuando el maestro cumplió 90: “Cualquiera pensaría que hoy está disfrutando de la fama y transcurre los días en calma, al calor de un delicioso café y de una vista maravillosa de su apartamento en Mónaco, convencido de que ha valido la pena décadas de encierro en su taller. Pero no es así: el maestro continúa pintando, dibujando y esculpiendo. Los pocos que lo conocen en la intimidad saben que es un hombre con los zapatos en la tierra, a quien, según su hijo Juan Carlos, “lo único que le importa al final del día es el trabajo que se hace en la soledad del estudio y el desafío que cada obra representa. Por su trayectoria, sabe que el cuadro, si está bien hecho, permanece. Lo único que perdura en el arte es la excelencia”.
El comienzo de su universo
La Monalisa a los doce años (1959) distaba del gigantismo que desarrollaría posteriormente. En 1956, en la Ciudad de México, descubrió una porción de su monumentalidad. El mito fundacional del “boterismo” reza que fue pintando un instrumento que Fernando experimentó una revelación artística.
Su hijo Juan Carlos Botero corrobora que su papá trabajaba en “una mandolina con formas muy abundantes y generosas y, al trazar el agujero del sonido más pequeño de lo normal, vislumbró la semilla de su estilo singular: la exaltación del volumen y la monumentalidad de la forma para comunicar sensualidad y deleite estético”.
Al periódico El País, Fernando también confirmó el origen de su universo. Por supuesto que no fue de un día para otro que empezó a pintar su mundo. Transcurrieron años entre sus obras tempranas y un botero inconfundible, tal como lo pintaría en la actualidad: “La madurez del estilo depende del trabajo, toma mucho tiempo. Y ahí vinieron los personajes: los boteros. No tenía influencias visibles, había coherencia, resultado de una obsesión que parte de la mandolina”, manifestó el paisa al periodista Juan Cruz.