
“No es que seamos heroínas. Somos mamás antes que nada”, Olga Behar
Periodista, escritora y docente
¿Es posible separar los papeles de madre, profesional, mujer, amiga, como usualmente lo pensamos cuando somos jóvenes, y más aún, cuando nos convertimos en profesionales exitosas?
Para responder a esta pregunta, tuvieron que pasar muchos años, desafíos y experiencias –las unas buenas, las otras no tanto− y, sobre todo, tuve que experimentar la dicha y el compromiso de hacer de mis hijos personas honorables y responsables, además de divertidas y un poco alocadas –en ningún caso más que su madre−, para entender que las mujeres tenemos una variedad de papeles, retos e intereses que a veces no son posibles de amalgamar, pero que en el tiempo, siempre tendremos la oportunidad de representar los unos antes, junto, o después de los otros, sin que sea estrictamente necesario renunciar a ellos.
Hoy, puedo responder, sin lugar a dudas, que cada tiempo trae su afán y que hay momentos en los que una mujer es capaz de renunciar a todo por el bienestar de sus hijos. Afortunadamente, en algún instante, la crisis amaina, lo malo se convierte en experiencia de vida para unos y otros, y la mujer puede retomar esos otros roles para los cuales se ha preparado tanto y obtenido grandes éxitos.
Mi caso personal es bien ilustrativo. Hace 17 años, decidí dejarlo todo, un trabajo extraordinario en la televisión internacional, un notable reconocimiento como periodista y escritora, y salir del país con mi familia, como unos exiliados más, solo para que los niños no siguieran temiendo lo que lapidariamente me dijo una tarde el menor, entonces de solo cinco años: “Mami, es que yo creo que un día te van matar”.
Saber que para los seres más importantes de mi vida, estar en Colombia en un momento crítico como lo fue el final del siglo XX y tener que cubrir eventos que los traumatizaban −como secuestros colectivos, un terremoto, las masacres paramilitares y tantos etcéteras que hoy son parte de la historia de nuestro conflicto armado−, estaba arruinándolos emocionalmente, se convirtió en un impulso para hacer un alto en el camino y replantearme la forma de ejercer mi oficio. El bienestar de los cachorros es la prioridad para esta leona, aunque sea la reina de la selva, me dije, y actué de inmediato.
Hoy, de regreso al país, admiro como nadie a tantas mujeres valientes que no renuncian a sus sueños sino que, en muchas ocasiones, los aplazan. Así lo hice yo y además de que no me arrepiento, estoy convencida de que esa pausa necesaria nos permitió crecer y unirnos mucho más como familia.
Durante más de una década hiberné profesionalmente; fue un invierno frío en el ejercicio periodístico y en mi producción literaria. Pero luego llegó la primavera y ahora el verano es intenso. Tanto, que mi hija —la mayor— hoy no solo es una gran profesional, sino que ha sido coautora de varios de mis trabajos literarios y periodísticos.
También me he podido posicionar en la academia, como docente y especialmente como investigadora en temas sociales y de comunicación. Nunca creí que sería tarde. En los últimos años de mi vida, parece como si hubiera recuperado el tiempo perdido para las actividades distintas al mejor oficio del mundo, como lo llamó alguna vez Gabriel García Márquez, el periodismo. Pero, pensándolo bien, hoy ya no estoy tan segura de que lo sea, porque pienso que el de ser madres se lo lleva por los cachos.
No es que seamos heroínas, simplemente somos mamás antes que nada. Y ese título nada ni nadie nos lo podrá quitar… a mucho honor.
Foto: Andrés Torres / El Espectador.