
“No he podido hacer el duelo por la muerte de mi hijo”, mamá de Diego Becerra
En estos cinco años hemos ganado unas batallas y hemos perdido otras. Empezamos perdiendo porque no teníamos pruebas a favor de Diego, era nuestra palabra contra la de una institución que se dedicó a conseguir pruebas para dañarle el nombre a mi hijo. Hemos estado defendiéndonos de una entidad que salió dos días después de su muerte a tratarlo como delincuente. No nos dio tiempo de sentir dolor por su muerte, porque ha primado el deseo de encontrar la verdad, de demostrar que lo que decían de Diego era mentira.
Yo no he podido vivir el duelo que normalmente hace una madre. Todos los días me levanto pensando en cómo voy a demostrar la inocencia de mi hijo. La fortaleza viene de Gustavo, mi esposo, de los amigos que creyeron en nosotros y que conocían a Diego y sabían que él era incapaz de hacer lo que la Policía decía. Gracias también al grupo de artistas de la calle, porque Diego se convirtió en una esperanza para su lucha. Después de estos cinco años, la lucha ha valido la pena.
Solo tenemos dos condenas, las de los dos policías que se pusieron la mano en el corazón y decidieron confesar el abuso que cometieron, pero no se ha condenado al que cometió el homicidio, ni a los que planearon que se dañarael nombre a Diego. Logramos una Orden de Caballero del Senado y una Carta de Estilo del Concejo de Bogotá, eso significa que ellos creen que mi hijo no cometió ningún delito. Eso ayuda a reparar el corazón, me da satisfacción para seguir luchando. Así pasen diez años seguiré pendiente de que no jueguen con nosotros, hasta lograr que la Policía pida excusas sinceras (lo hicieron una vez en el Senado pero porque necesitaban el ascenso del general Patiño, el director de la Policía de Bogotá cuando mataron a Diego).
Todos los días me levanto pensando que no me puedo sentir débil, porque ellos se aprovechen de eso. He tenido la fortaleza de sentarme al lado de ellos en las audiencias y no sentir deseos de venganza. No siento odio dentro de mí. Dios me ha dado grandeza, no permitió que mi corazón se dañara, sigue siendo bueno y noble, a pesar de tanto daño que le han hecho a Diego.
Me molesta cuando los abogados hacen maniobras para dilatar las audiencias y piden nulidades o no se presentan. Ese no es comportamiento ético. Ellos me han engañado. Al principio, llegué a pensar que había sido un error, que a Wilmer Alarcón se le había disparado el arma y que merecía perdón. Él llegaba a las audiencias llorando, diciendo que estaba arrepentido. Pero me di cuenta de que estaban tratando de que yo me condoliera por su sufrimiento. Me pidieron que aceptara homicidio culposo, pero yo les dije que no, porque todo lo que había visto en el proceso me llevaba a pensar que lo hizo con dolo, con el fin de causarle daño a mi hijo. Después de eso, el patrullero llegaba sonriendo. Empezaron a dilatar las audiencias.
En estos cinco años he aprendido a vivir con el dolor. En la audiencia de las condenas, cuando me pidieron perdón, recordé el día que mataron a Diego y me di cuenta de que la herida sigue abierta. Cuando llegan las audiencias yo me preparo para escuchar tratos denigrantes contra Diego. En algunas ocasiones, dicen cosas para tratar de molestarme. Eso lastima el corazón.
Un día, uno de los abogados dijo en una audiencia: ‘y es que acaso Diego Felipe tenía características para ser Botero o un Obregón’. Eso me dolió. Estoy segura de que mi hijo iba a ser grande como persona, con ese corazón tan lindo que tenía, con ese amor que irradiaba. Para mí, la grandeza está en otro lado, no en la fama. También me lastimó mucho el martes siguiente a la muerte, cuando salió el conductor del bus a decir que Diego lo había agredido y le había dicho unas cosas horribles. Mi hijo nunca fue mal hablado, yo sabía que él no se expresaba así, pero una periodista de La W enjuició a Diego por lo que dijo el conductor y me enfrentó a mí con ese señor. Y me dijo: ‘es que su hijo ya estuvo en un CAI antes, no sería por buena persona’. No les importó mi dolor. Ese es el día que peor me he sentido.
Otro día difícil fue cuando se llevaron el proceso de la Fiscalía a la Justicia Penal Militar, diciendo que era un acto del servicio, a pesar de que ya había muchas inconsistencias en las llamadas al 123. Eso fue muy duro, nos bajó el ánimo al piso. Mucha gente nos dijo que no se podía hacer nada, menos mal los abogados decidieron seguir la lucha y finalmente lo devolvieron a la justicia ordinaria. Ese día lloré de la emoción. Habíamos ganado una batalla muy importante.
Nosotros no nos vencemos. Cuando iban a ascender al general Patiño en el Senado, todo el mundo nos recomendó no hacer nada, pero nosotros pedimos que nos dejaran hablar. No perdíamos nada. Fuimos primero a ver a la senadora Myriam Paredes, que era la encargada de estudiar la hoja de vida del general, a pesar de que le pedimos que la analizara con conciencia de madre, ella lo pasó a la Comisión Segunda.
Pedimos que nos dejaran hablar allá. Primero nos dijeron que no, luego que solo podía hablar uno de los dos, Gustavo o yo, y que nos daban solo cinco minutos. Finalmente nos dejaron hablar a los dos. Yo hice un escrito para que no se me olvidara nada de lo que quería decir. Me demoré todo un día y una noche redactando el escrito. Llegué allá y empecé a leerlo con la voz entre cortada, a los cinco minutos me cortaron. No sé de dónde, pero saqué fuerzas, necesitaba que supieran que no estaba doblegada ante ellos. Un senador pidió que me dejaran terminar. Me demoré 15 minutos.
Ese día le dije al general Patiño: ‘ustedes dicen que no se debe condenar a nadie antes de tiempo, que se debe demostrar la inocencia de la persona, pero usted condenó a Diego. Usted y su abogado han dicho que hay grupos al margen de la ley impidiendo su ascenso. No señor, somos nosotros dos, Gustavo y Liliana, dos ciudadanos correctos y honestos. Usted no hace honor a su escudo de honor y patria, cuando miente. Creo que esas palabras le debieron molestar. Al final, obtuvo su ascenso, pero nosotros fuimos escuchados.
Nos habíamos visto un día con el general Patiño y no fue una reunión cordial. Intentaron convencernos de que conciliáramos. Nosotros le dijimos que queríamos que se hiciera justicia, que los coroneles, los abogados y los patrulleros, y todos los que participaron, fueran enjuiciados. No pedíamos más. Aquí están acostumbrados a que en otros casos las familias concilian y les dan una casa. Nosotros no negociamos, porque estaban acabando con la honra de Diego Felipe.
Hemos ganado mucho. Hemos logrado demostrar que decíamos la verdad desde el primer día, que Diego estaba pintando grafitis, que no hubo un atraco a una buseta esa noche, que la policía hizo un montaje para decir que el policía le disparó a Diego porque él le disparó primero. En estos cinco años la Fiscalía ha hecho buen trabajo. El caso está a cargo de un fiscal anticorrupción, que sigue trabajando por la verdad. Tenemos pruebas técnicas, informes y documentos que demuestran que en el lugar de los hechos nunca hubo armas. Hay testigos, policías que han decidido colaborar con la justicia y contar lo que pasó esa noche. El caso es bastante fuerte. Eso nos da algo de tranquilidad.
Lo que no nos deja tranquilos es que los entes de justicia son permisivos. Nos preocupa que las condenas no sean fuertes, como debería ser, porque estamos hablando de funcionarios que tenían la responsabilidad de proteger la vida y honra de los ciudadanos, cosa que no hicieron con Diego. Yo no tengo sed de venganza, lo que quiero es justicia”.
Foto: David Schwarz.