
María creyó que lo imposible puede ser posible, lo cual constituye el reto de la fe.
Oración para todos los días
Bondadoso Dios de infinita caridad, que tanto amaste a los hombres, que les diste en tu Hijo la mejor prenda de tu amor, para que hecho hombre en las entrañas de una virgen, naciera en un pesebre para nuestra salud y remedio. Nosotros, en nombre de todos los mortales, te damos infinitas gracias por tan soberano beneficio. En retorno de él te ofrecemos la pobreza, humildad y demás virtudes de tu Hijo humanado, suplicándote por sus divinos méritos, por las incomodidades con que nació y por las tiernas lágrimas que derramó en el pesebre, que dispongas nuestros corazones con humildad profunda, con amor encendido, con total desprecio de todo lo terreno, para que Jesús recién nacido tenga en ellos su cuna y more eternamente. Amén.
(Se reza tres veces el Gloria al Padre)
Quinto día de Novena
Obedecer a la Palabra de Dios
Leamos la Palabra de Dios
El Ángel le respondió: Pues nada es imposible para Dios. Respondió María: yo soy la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra (Lc 1, 37 – 38)
María creyó que lo imposible puede ser posible, lo cual constituye el reto de la fe. Zacarías dudó, María creyó y se le otorgó la gracia de concebir a Jesús en su corazón y en su vientre. Creer, como ya se ha dicho, significa ponerse al servicio de la Palabra de Dios, dejándonos conducir por ella en medio de las circunstancias personales y del mundo. María comprendió y vivió que la fe no se reduce a la aceptación racional de una teoría, sino que implica confianza y obediencia a la Palabra de Dios. Ella se hizo sierva de Dios mediante la obediencia confiada y amante a la Palabra divina.
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De esa manera contribuyó de forma decisiva en la realización del plan de salvación. María aprendió que creer no es quedarse paralizado aguardando que los planes de Dios se desarrollen sin nuestra cooperación; quedarse como un simple espectador que ve la vida desde un palco, sino colaborar eficazmente en el desarrollo de la obra del Señor. Así la existencia de María fue fecunda, por medio de ella y en sus entrañas brotó la salvación. Así como Dios quiso contar con la contribución de María, hoy el Señor cuenta con nuestra fe y nuestra obediencia a su Palabra para continuar realizando su obra en nuestro mundo, especialmente en estos tiempos difíciles que estamos viviendo a raíz de la pandemia.
Recordemos como Iglesia que estamos llamados a dar fruto. Y en este orden de ideas estamos llamados como María a escuchar y actuar en conformidad con la Palabra de Dios. Son muchos los que le están prestando su corazón y sus manos a Dios para consolar, sanar y ayudar a los más afectados por la crisis que vivimos.
Por el contrario, creer sin compromiso y acción es ser como la sal que se vuelve sosa. Dejemos que el Señor marque un nuevo ritmo de obediencia a su Palabra y de cooperación fructuosa en la obra de Dios.
Demos un paso en dirección hacia la Palabra
“Obedezcamos a la Palabra del Señor y daremos fruto abundante”
Gozos
Aspiraciones para la llegada del Niño Dios
Dulce Jesús mío, mi Niño adorado, ¡Ven a nuestras almas! ¡Ven, no tardes tanto!
(1) ¡Oh Sapiencia suma del Dios soberano, que a infantil alcance te rebajas sacro! ¡Oh Divino Niño, ven para enseñarnos la prudencia que hace verdaderos sabios!
(2) ¡Oh Adonaí potente que a Moisés hablando, de Israel al pueblo diste los mandatos! ¡Ah! ven prontamente para rescatarnos, y que un Niño débil muestre fuerte brazo!
(3) ¡Oh raíz sagrada de Jesé, que en lo alto presentas al orbe tu fragante nardo! ¡Dulcísimo Niño que has sido llamado lirio de los valles, bella flor del campo!
(4) ¡Llave de David que abre al desterrado las cerradas puertas de regio palacio! ¡Sácanos, Oh Niño, con tu blanca mano, de la cárcel triste que labró el pecado!
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(5) ¡Oh lumbre de Oriente, sol de eternos rayos, que entre las tinieblas tu esplendor veamos! ¡Niño tan precioso, dicha del cristiano, luzca la sonrisa de tus dulces labios!
(6) ¡Espejo sin mancha, Santo de los santos, sin igual imagen del Dios Soberano! ¡Borra nuestras culpas, salva al desterrado y, en forma de Niño, da al mísero amparo!
(7) ¡Rey de las naciones, Emmanuel6 preclaro, de Israel anhelo, Pastor del rebaño! ¡Niño que apacientas con suave cayado ya la oveja arisca, ya el cordero manso!
(8) ¡Ábranse los cielos y llueva de lo alto bienhechor rocío, como riego santo! ¡Ven hermoso Niño, ven Dios humanado! ¡Luce hermosa estrella, brota, flor del campo!
(9) ¡Ven, que ya María previene sus brazos, do su Niño vean, en tiempo cercano! ¡Ven, que ya José, con anhelo sacro, se dispone a hacerse de tu amor sagrario!
(10) ¡Del débil auxilio, del doliente amparo, consuelo del triste, luz del desterrado! ¡Vida de mi vida, mi Dueño adorado, mi constante amigo, mi divino hermano!
(11) ¡Véante mis ojos de Tí enamorados! ¡Bese ya tus plantas! ¡Bese ya tus manos! ¡Prosternado8 en tierra, te tiendo los brazos, y aún más que mis frases te dice mi llanto!
¡Ven, Salvador nuestro, por quien suspiramos, ven a nuestras almas, ven no tardes tanto!
Oración a la Santísima Virgen María
Soberana María, que por tus grandes virtudes y especialmente por tu humildad, mereciste que todo un Dios te escogiera por madre suya, te suplicamos que tú misma prepares y dispongas mi alma y la de todos los que en este tiempo hicieran esta novena, para el nacimiento espiritual de tu adorado Hijo. ¡Oh dulcísima Madre! Comunícanos algo del profundo recogimiento y divina ternura con que le aguardaste, para que nos hagas menos indignos de verle, amarle y adorarle por toda la eternidad. Amén.
(Se reza tres veces el Avemaría)
Oración a San José
¡Oh santísimo José, esposo de María y padre adoptivo de Jesús! Infinitas gracias damos a Dios porque te escogió para tan altos ministerios y te adornó con todos los dones proporcionados a tan excelente grandeza. Te rogamos, por el amor que tuviste al Divino Niño, nos abrases en fervorosos deseos de verle y recibirle sacramentalmente, mientras en su divina Esencia le veamos y le gocemos en el cielo. Amén.
(Se reza tres veces el Padrenuestro)
Oración al Niño Jesús
Acuérdate, ¡oh dulcísimo Niño Jesús!, que dijiste a la venerable Margarita del Santísimo Sacramento, y en persona suya a todos tus devotos, estas palabras tan consoladoras para nuestra pobre humanidad agobiada y doliente: “Todo lo que quieras pedir, pídelo por los méritos de mi infancia y nada te será negado”. Llenos de confianza en Tí, oh Jesús, que eres la misma verdad, venimos a presentarte toda nuestra miseria. Ayúdanos a llevar una vida santa, para conseguir una eternidad bienaventurada. Concédenos por los méritos de tu encarnación y de tu infancia, la gracia de la cual necesitamos tanto. Nos entregamos a Ti, ¡oh Niño omnipotente!, seguros de que no quedará frustrada nuestra esperanza y de que en virtud de tu divina promesa, acogerás y responderás favorablemente nuestra súplica. Amén.
(Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo)

