En 2016, la educación pública finlandesa decidió enseñar a sus estudiantes a través de proyectos, lo que dejó a un lado el sistema tradicional dividido por materias. / Pixabay
Si te gustó la escuela, te encantará el trabajo es el nombre de un libro de cuentos del escocés Irving Welsh. Recuerdo haberme cruzado con ese título en mi adolescencia. Nunca he hablado de esto con alguien, pero, antes de empezar a laborar, cada vez que me encontraba esa frase pensaba que, como odié la escuela, iba a odiar el trabajo. Por suerte, me equivoqué en el pronóstico. En lo que sí acerté, recién graduado de bachiller, fue en decir que mi paso por el colegio es una experiencia que no quiero repetir. Es más: no se la recomiendo a nadie.
Mis años agobiantes están en la primaria y la secundaria. Soy un graduado del modelo de educación tradicional, que privilegió las matemáticas, la química y la física. Tuve madera para la literatura, la historia y la educación física, características insignificantes para el colegio. Sin ser consciente de que se premiaba más a unos que a otros, la sensación era esa: los afines a las letras, viajábamos en clase turista, mientras que mis compañeros duchos en números y fórmulas eran de un estrato superior.
A esa conclusión llegué lustros después. En secundaria estuve lejos de realizar un análisis medianamente crítico. Pero hoy, nadie anula la desazón que me produce pensar en mi época escolar. Soy de los que se la pasa diciendo: “pudo haber sido mejor” y “todo el tiempo que perdí yendo a ese lugar…”. En un tiempo culpé a los profesores e incluso mis papás llevaron del bulto. Por su culpa, por su culpa y por su gran culpa. Y resulta que ellos ni yo tenemos las manos untadas. Tampoco se trata de encontrar responsables para 'acribillarlos' con los peores calificativos. Hay algo en el sistema de la educación colombiana que está fallando. Mi historia frustrada es una de muchas. Quisiera dejar atrás la página, jamás revivirla, romperla en varios pedazos o quemarla a fuego lento en un cenicero. Que la afirmación Si te gustó la escuela, te encantará el trabajo no sea un horrible flash back.
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Educación tradicional vs. Educación por proyectos
¿El colegio se asemeja a la vida real? ¿Para mi trabajo actual es útil lo que vi durante once años? ¿Qué sentido tuvo madrugar, asistir a clase, pagar la matrícula? Respondo estas preguntas con una situación: si hoy, a mis 33 años, volviera a cursar octavo de bachillerato, seguramente volvería a perder factorización y disfrutaría la lectura nocturna de Destinitos Fatales y Calicalabozo. No quiero decir que faltaron más dosis de Andrés Caicedo que de Aurelio Baldor para hacerme amable la existencia juvenil. Lo que quiero decir es que repetiría la historia que viví, a pesar de que ahora soy adulto.
Supongamos que la institución en la que me gradué hubiera privilegiado la literatura en vez de a las ciencias duras. La profesora, igual, habría evaluado el rendimiento académico con pruebas que midieran mi memoria. ¿Serviría? A la mayoría de estudiantes colombianos nos han exigido memorizar las 32 capitales departamentales del país. ¿Eso es útil en tiempos de Google?
El profesor Gabriel Diago, director de innovación del Gimnasio Los Caobos, pone de ejemplo el ejercicio de las capitales nacionales para comparar la educación tradicional, que fue la que me tocó, con la educación por proyectos. “Nosotros, en vez de invertir horas memorizando con los estudiantes, para al final repetirlas en un examen, buscamos definir en cuál de las 32 capitales quisieran vivir y porqué. Deben tener en cuenta el precio del metro cuadrado, la cultura, la industria y el clima para debatir entre todos cuáles serían sus condiciones para echar raíces. De este modo se van a aprender las 32 capitales y van a aplicar lo que han investigado a su propia vida, con pensamiento crítico. Esas respuestas no te las da un buscador de Internet, las deben construir y las adaptan a sus gustos individuales”.
El epistemólogo Jean Piaget manifestó que la función de la educación es preparar personas para que sean creativas, inventoras y descubridoras. Muy en su línea se encuentra Ken Robinson, que, en su conferencia Las escuelas matan la creatividad, manifestó que “si no estás dispuesto a arriesgarte, nunca saldrás con algo original. Para cuando se han vuelto adultos, la mayoría de niños han perdido esa capacidad, han adquirido el miedo a equivocarse y así estigmatizamos los errores. Administramos sistemas de educación donde equivocarse es un delito. Estamos eliminando la creatividad con la educación”.
¿Cuánto de lo que vi en las asignaturas saboteó mi creatividad? ¿La creatividad que tengo ahora es la resaca de una mejor? ¿De qué se trata la educación por proyectos? Eduardo Ordoñez, profesor del Colegio Unidad Pedagógica, lo explica: “Es un modelo donde los alumnos eligen un tema sobre el que yo ensamblo matemáticas, sociales, biología y lenguaje. El proyecto es grupal, este año estamos abordando el cuidado del medioambiente y la amenaza de la contaminación”.
En el Gimnasio Los Caobos también forman por proyectos. La temática que escoja la clase debe atravesar las materias que normalmente se dan en primaria. En un curso escogieron una injusticia social, y ellos pudieran analizarla y plantear una solución posible. Para Gabriel Diago, cuando se enseña desde proyectos se estimulan todas las habilidades: “Vas a encontrar que unos son más exitosos en matemáticas y otros en arte, pero, en definitiva, deben llegar a unos estándares mínimos en todas las inteligencias. Cada uno debe exigirse, aprender sobre sus fortalezas y debilidades”.
Controladores de tráfico
De 1 a 5, yo fui un niño 3. Mi 3 era radical, casi inalterable, al menos hacia arriba. Con las materias en las que me iba mal, podía convertirme en un 2 o, en la peor de las mañanas, en un 1. Mi memoria no registra profesores que me hayan calificado con 0. La sola presencia y la tinta sobre el papel sumaba un punto. En este instante me acuerdo de mis notas sin miedo, pero entonces, al recibirlas, sufría terror existencial. Como mecanismo de defensa, pronto abracé mis limitaciones y me importó un pepino sufrir de alergia a los números. Fui una especie de perdedor con dignidad.
El salón se dividía en la élite de los 5, que eran apenas un puñado de compañeros, y en nosotros, los del montón. La resignación, el terror a los exámenes y el posterior regaño de mi madre los supe compensar con habilidades sociales. Jugaba y hablaba de fútbol desde que me subía a la ruta. En vez de dejar que otros me matonearan, me anticipaba y los molestaba primero. Focalizaba la atención hacia alguien para hacerme invisible a las burlas. De esta manera remé por las aguas espesas de la primaria y la secundaria. Si algo hice bien fue tratar de domesticar esos años perdidos con chistes malos, con la convicción de ser un chico 3.
¿Para qué sirve calificar? Para premiar al que se acerca al logro. No quiero saber si actualmente soy un chico 3 (sí, lo soy), de lo que estoy convencido es que fui uno del montón en la escuela y eso ni con una máquina del tiempo se puede modificar. “En la Unidad Pedagógica no se ponen calificaciones –sostiene Eduardo Ordoñez–. La forma de evaluarlos es a través de informes descriptivos, cualitativos, no cuantitativos, por lo tanto, las evaluaciones dependen del proceso del niño. No buscamos estandarizar, respetamos los ritmos de aprendizaje, cuando eso sucede, los niños empiezan a desplegar un proceso interno que no se basa en ser el mejor del curso, los alumnos van identificando sus fortalezas y van trabajando sobre ellas, acompañados de sus maestros”.
La académica española Isabel Fernández, en su charla La creatividad y el rol del profesor, dice que los educadores son los responsables de crear las condiciones para que el estudiante quiera y pueda aprender. “Nos hemos convertido en controladores de tráfico aéreo y somos los responsables de encender la mecha del espíritu crítico. Profesores: antes de entrar en el aula piensen si lo que va a ocurrir ahí va a preparar profesionales que serán capaces de desarrollar distintas profesiones que no hemos inventado”.
Lo toma o lo deja
La educación por proyectos es una realidad. Inspirado en el sistema público finlandés, no solo llegó para estimular las habilidades de escolares como yo, sino para proponer retos a los profesores y a la mismísima enseñanza nacional. Desafortunadamente, aún no se aplica en los colegios públicos ni en la mayoría de instituciones privadas. La tarea de las madres y los padres de familia es saber qué puerta abrir cuando se habla de la educación primaria y secundaria de sus hijas e hijos.
El filósofo surcoreano Byung Chul Han escribió en su ensayo La sociedad del cansancio: “En El ocaso de los Dioses, Nietzsche formula tres tareas por las que se requieren educadores: hay que aprender a mirar, a pensar, y a hablar y escribir. El objetivo de este aprender es, según Nietzsche, la «cultura superior». Aprender a mirar significa «acostumbrar el ojo a mirar con calma y con paciencia, a dejar que las cosas se acerquen al ojo», es decir, educar el ojo para una profunda y contemplativa atención, para una mirada larga y pausada. Este aprender a mirar constituye la «primera enseñanza preliminar para la espiritualidad». Según Nietzsche, uno tiene que aprender a «noresponder inmediatamente a un impulso, sino a controlar los instintos que inhiben y ponen término a las cosas». La vileza y la infamia consisten en la «incapacidad de oponer resistencia a un impulso», de oponerle un No. Reaccionar inmediatamente y a cada impulso es, al parecer de Nietzsche, en sí ya una enfermedad, un declive, un síntoma del agotamiento. Aquí, Nietzsche no formula otra cosa que la necesidad de la revitalización de la vida contemplativa”.
El sistema tradicional de enseñanza transforma a los niños y a los adolescentes en futuros adultos frustrados en una sociedad que va más rápido que las estériles clases de aritmética, que se reducen a resolver problemas sobre un tablero. Con las herramientas actuales, me niego a concluir que el colegio es un lugar para que los menores ocupen el tiempo mientras los adultos trabajan. Irving Welsh no se equivocó al afirmar Si te gustó la escuela, te encantará el trabajo. Tal vez estaba pensando en una niña o en un niño finlandés, no en un colombiano.
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