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Renate Werwigk, la mujer que logró escapar de Berlín Oriental

Los dos intentos de escape de Werwigk terminaron en captura y condena a varios años de prisión. Al final alcanzó la libertad en Occidente. A sus 76 años, esta pediatra, hoy retirada, cuenta su vida detrás del Muro de Berlín que cayó hace 25 años.

Por El Espectador

10 de noviembre de 2014

Renate Werwigk, la mujer que logró escapar de Berlín Oriental

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Renate Werwigk-Schneider habla con seguridad. Es fuerte, clara y directa. Tiene una memoria extraordinaria para recordar  cada detalle de su vida, y narrar de forma cronológica fechas y nombres. Y siempre sonríe, a veces como exorcizando el pasado. La sonrisa se borra, por momentos, cuando recuerda los hechos que la marcaron a ella y a otros miles de alemanes, cuando la libertad terminaba frente a un muro.

Hoy tiene 76 años, es pediatra retirada, tiene dos intentos de escape de Berlín, tres años de prisión a cuestas y la felicidad por no haberse rendido en su búsqueda de la libertad. «Viví siempre con esperanza porque creía verdaderamente que mi destino no era morir viviendo en el comunismo», dice sentada en el jardín de su casa en Lichterfelde, un barrio que hacía parte de Berlín Occidental en los años de la división.

También tiene un expediente de mil páginas en la Stasi (sigla de la Agencia de Seguridad del Estado), la famosa y temida oficina de espionaje de la República Democrática Alemana, que la condenó por no adaptarse al sistema. Pero la historia personal de Renate empezó a escribirse de manera no oficial mucho antes de que el muro existiera.

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Hija de un médico y pastor protestante, creció en Teupitz, un pueblo al sur de Berlín donde su papá tenía una propiedad y una parroquia. En 1945, cuando Renate comenzó la primaria, su familia, cristiana de clase media, ya era vista como enemiga del régimen comunista. «Eramos de la “burguesía” y no trabajadores en la dictadura del proletariado».

En medio de cierta discriminación, la familia siguió su vida normal gracias a la profesión de su padre, pues en Alemania Oriental no había suficientes médicos. Aun así, no escapaba al espionaje que se colaba en el colegio con compañeras que escribían siempre en un cuaderno o hacían preguntas sobre quién oía radio occidental o recibía correspondencia de la otra Alemania. «Si uno quería hablar de algo debía hacerlo en un parque porque en escuelas, teatros o edificios podía haber micrófonos».

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Unos años después la persecución fue más evidente y a los jóvenes de la congregación cristiana a la que ella pertenecía no les permitieron seguir estudiando. Algunos se fueron a Berlín Occidental a estudiar, ya que la frontera seguía abierta, pero a Renate, de quince años, no la dejaron irse sola a la ciudad.

Las protestas del 17 de junio de 1953 en Berlín, cuando miles de trabajadores reclamaron libertad y elecciones, mejoraron un poco su situación. A pesar de que el gobierno reprimió las marchas, en el pueblo se le permitió a Renate regresar al colegio. Se graduó de la secundaria con las mejores notas, aunque el reporte final destacaba que no era miembro de FDJ (sigla en alemán de la organización socialista Juventud Libre Alemana). No obstante, decidió estudiar medicina en Berlín.

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«En la Universidad von Humbdolt no me dejaron matricular y entonces mi papá les advirtió que si su hija no podía estudiar Medicina, él se iría del país». Renate inició su rebeldía al negarse a tomar las clases de Economía política o Socialismo científico. Cuatro semestres después fue expulsada de la universidad. «Todo por no querer ser un doctor socialista», dice, aunque después continuó estudiando en medio de presiones.

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Cuando el régimen comunista levantó el Muro de Berlín, el 13 de agosto de 1961, Renate tenía 23 años y estaba a punto de terminar sus estudios. Su hermano, cuatro años menor, decidió escapar. La noche de año nuevo, con ayuda de su padre, se arrastró por debajo de la alambrada en una zona rural, y llegó al Oeste.

Los padres de Renate se quedaron en el pueblo y Renate permaneció en Berlín para terminar su carrera. Su hermano pronto entraría en contacto con ella a través de un correo humano que tocaba a su puerta, le daba indicaciones codificadas y desaparecía. Estos correos eran casi siempre estudiantes del Oeste que tenían permiso de estudiar en el Este. 

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Así recibió la información de que se estaba construyendo un túnel en el área de la calle Bernauer, famosa por ser el límite habitado entre las dos ciudades y donde la gente se fugó saltando por las ventanas o corriendo a riesgo de ser asesinados por la Policía.

En febrero de 1963, ella y sus padres llegaron al sitio acordado, pero algo falló. «Nuestro correo llegó pálido y nos dijo que nos fuéramos, que el túnel había sido delatado. Al día siguiente, mi padre fue arrestado, pues nuestro carro había sido usado como guía con una señal que lleva escrita una palabra clave». Renate y su madre fueron también arrestadas y llevadas a lugares diferentes.

«Me llevaron a la prisión de Hohenschönhausen y estuve seis meses sin saber dónde estaba. Fue una pesadilla. Me interrogaban y me decían mentiras acerca de lo que mi padre había dicho». En septiembre la llevaron a juicio, sin darle la oportunidad de consultar un abogado. Ese día volvió a ver a sus padres. La condena fue de tres años y medio para el papá, dos años y medio para ella, y un año para su madre. «Nos imputaron, entre otros cargos, por haber conspirado para empezar la tercera guerra mundial».

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En la prisión la dejaron ejercer la medicina y en 1965 hubo una amnistía que los dejó libres. «Mis padres se rindieron, pero yo les dije que lo intentaría de nuevo». En ese momento no había plan pero sí una forma de irse: que Alemania Occidental comprara su libertad. Era un sistema creado para que el gobierno socialista ganara un dinero extra.

El encargado de estos negocios, en principio secretos, era el abogado Jochen Vogel, muy cercano al gobierno y quien le dijo a Renate que no era fácil pues ya era libre y además medica. La única manera de que la compraran era que ella estuviera presa de nuevo. Entonces, desistió. Más tarde, en en 1967, con ayuda de su hermano, que le dio un pasaporte falso, planeó su segundo escape. El plan consistía en ir hasta Bulgaria de vacaciones como ciudadana de Alemania del Este, cruzar a Estambul con el nuevo pasaporte y, desde ahí, llegar a Alemania Occidental.

Esta vez iba con su novio, Dieter, amigo de su hermano. Llegaron a la frontera en un taxi. Los arrestaron solo por una razón: la sospecha derivada de que el taxista, literalmente, temblaba. Esto lo descubrió Renate años después, al leer su expediente de la Stasi. 

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«En Sofía me interrogó un señor Dimitrov que me aseguró que nunca volvería a ver a Dieter. Le respondí que yo le iba a mandar una tarjeta de mi matrimonio», cuenta. En Berlín fue puesta de nuevo en custodia y condenada a tres años y medio. La llevaron a la prisión de Hoheneck, cerca a Chemnitz, la más grande y aterradora cárcel para mujeres de Alemania Oriental, donde compartió celda con diez asesinas de niños. Allí no era médica sino una costurera de ropa de cama que, nadie sabe por qué, se vendía en almacenes de Alemania Occidental. Meses después, mientras cosía en su máquina, se le acercó de repente un guardia: «Venga conmigo, debo transportarla a otro lugar».

Llegaron a la frontera de las dos alemanias, en la región de Turingia, curiosamente en un BMW propiedad de la Stasi. El carro se estacionó en una zona despejada a donde también llegó un Mercedes Benz dorado en el que venían el abogado Vogel, a quien había contactado un año antes, y su homólogo de Occidente.

«Abrieron la cajuela y había una maleta que habían enviado mis padres con todos los papeles de la universidad, mi certificado de nacimiento y mis diplomas. Encima había un ramo de flores». Luego llegó un carro diplomático, también occidental, con cuatro hombres vestidos de negro que la observaron y dijeron: «Sí, es ella». Vogel subió al carro y recibió un maletín en el que ella alcanzó a ver montones de billetes. Según el expediente de la Stasi, su libertad costó 100 000 marcos alemanes (51 000 euros) y además fue intercambiada por un espía capturado en el Oeste. 

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Ese día, el 24 de julio de 1968, Renate llegó por fin a la República Federal Alemana, con veinte kilos menos y quizás la misma sonrisa que hoy tiene. En octubre de ese año regresó a Berlín, al occidente, y se casó con Dieter. Días después, también cumplió una promesa: le envió a Dimitrov, el oficial búlgaro, la invitación al matrimonio y una foto. La broma causó un problema diplomático pues Bulgaria, en graves problemas económicos, le reclamó a Alemania Oriental por el negocio de la compra de libertad. «En total, fueron pagados 3,8 millones de marcos alemanes por 23 000 prisioneros», aclara.

Su vida continuó como pediatra, sin Dieter, pues el matrimonio mató quizás la ilusión del amor en la distancia. Años después, se volvió a casar. También visitaba a sus padres desafiando los ojos espías con su pasaporte occidental. En 1980, luego de haber recibido varios permisos para visitar a Renate, los padres decidieron no volver a Berlín Oriental.

 

 

La noche del 9 de noviembre de 1989, Renate estaba en su casa cuando se enteró, por las noticias, de que el Muro de Berlín había caído. Al día siguiente, diez amigos del Este llegaron a su casa, ordenaron pizza y pasaron la noche en Occidente. El domingo 12 de noviembre asistieron juntos al concierto de la Filarmónica de Berlín en honor de los alemanes orientales en la Puerta de Brandemburgo, donde Daniel Barenboim dirigió la Séptima sinfonía de Beethoven.

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Renate tardó más de veinte años en empezar a contar la historia de su vida y su camino tortuoso a la libertad. «Llegué a la conclusión de que no debía frustrar lo que me quedaba de vida pensando en el pasado. Hablar es lo más importante y ahora puedo hacerlo abiertamente. Tengo una vida hermosa y feliz, ¿por qué tendría que destruirla?». Y esta es la historia que también les cuenta a los estudiantes en los colegios, para que no se olvide y ojalá nunca se repita. Y siempre termina con una gran sonrisa.

 


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