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«Si me quieren contratar, piénsenlo bien, porque yo soy exigente» Jorge Luis Pinto

Pinto es un DT muy exigente, pero también es cierto que gracias a su estilo obsesivo Costa Rica quedó entre las ocho mejores selecciones del mundo. Punto para Pinto.

Por Jairo Dueñas

22 de agosto de 2014

«Si me quieren contratar, piénsenlo bien, porque yo soy exigente» Jorge Luis Pinto

Fotografía por: DAVID M. SCHWARZ
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Pedirle una extravagancia, precisamente a él, es como pedirle a un mago que saque de su bolsillo una carta de la baraja. Algo muy usual. Algo que cuenta no con el ímpetu del que cree que lo suyo es una hazaña, ni con la vergüenza del que considera que ha cometido una falta, sino con la parsimonia del que rememora algo muy normal en su vida diaria. Esa mañana –me cuenta Pinto– hace cinco años, antes de ir a entrenar, pasó por la carnicería y compró un lomo de tres kilos. No le preocupó si estaba magro o muy grasoso o si estaba bien cortado, sus ojos solo estaban pendientes de que la báscula marcara exacto los tres kilos, nada más. Aunque en su narración no hay detalles, lo imagino con su paquete debajo del brazo entrando a la cancha, donde el equipo ya entrenaba, observando a sus jugadores y llamando a uno en especial. Acto seguido, le pidió que se diera la espalda. Fue entonces cuando sacó la carne y se la colgó al cuello como una fría y cruda estola roja. Luego lo retó a que corriera con «eso», mientras  le explicaba al desconcertado futbolista que ese era su sobrepeso y la causa de su incomodidad y su mal juego. No es cuento, así es Pinto. Un estudioso del fútbol y un desaplicado de la diplomacia.

Un hombre que salió de la selección Colombia por la puerta de atrás y volvió al fútbol por la puerta grande al llevar hasta cuartos de final a Costa Rica en el pasado Mundial. Como no tiene casa en Bogotá –sus cosas siguen en San José de Costa Rica–, quedamos de vernos en Magnolio en la zona T. Pinto se adelanta a la cita. Cuando llegamos ya lleva varias copas de vino con algunos familiares en una pequeña mesa a la entrada. Cuando se levanta, parece mucho más escasa su estatura de un metro con setenta centímetros. Sus zapatos combinados, su pantalón gris, su camisa blanca y su blazer  terminan en un llamativo rosario, en su muñeca izquierda, del niño huérfano de Pamplona. Saluda como un general, gesticula como un general, pero no es un general. Es un DT apasionado con ganas de hablar.
 

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Jorge Luis Pinto confiesa sin pudor que ha hecho guardia frente a las casas de algunos de sus jugadores para controlar que se acuesten temprano; que al capitán de la selección tica, recién casado, le cambió la luna de miel por acuartelamiento de primer grado, y que a algunos futbolistas los ha puesto a dieta estricta.

 

Su mayor virtud.

La honestidad y la pulcritud en mi trabajo.

Su peor defecto.

Que exijo al máximo.

¿A Keylor Navas qué le exigió, que le molestó tanto?

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No, es que con Navas nunca tuve una discusión, todo lo que se ha especulado no lo dijo él. Que lo mandé a entrenar lesionado. ¿Usted cree que Navas entrena lesionado? Eso lo dijo el entrenador de arqueros y el primero que entrenaba con él era el entrenador de arqueros, explíqueme la contradicción. (Sonríe.)

Una extravagancia suya que haga parte de su exigencia como entrenador.

Una extravagancia: a cinco gordos en la selección de Costa Rica, en la primera fase, los senté en una mesa aparte y ahí no podían ir ni grasas, ni harinas, ni postres. ¿Estaba mal?

¿Y qué dijeron?

Se molestaron y hoy dos me han agradecido que hiciera eso. Uno de ellos es «La bala» Gómez.

¿Usted es un hombre de muchos «noes»?

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Soy un hombre de muchos «síes» y muchos «noes» cuando corresponde. Y como santandereano, ni soy gago ni tatareto para decir «sí» o «no».

¿Pinto no cambia?

Pinto no cambia. Mi exigencia, que la conoce todo el mundo, la confronto con quien sea. Antes de que me contraten, lo he dicho siempre, piénsenlo bien, porque soy exigente.

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Descríbame lo que sintió en Brasil. ¿Esa fue su gran graduación?

Yo no sé si haya sido mi gran graduación, pero es la respuesta a mi trabajo, a mi dedicación, a mi exigencia. Me preparé toda la vida para ir a un Mundial y lo logré. Es el momento más lindo de mi vida profesional.

Después de este vitrinazo en Brasil, ¿qué quisiera hacer?

Me encantaría dirigir un equipo grande en Brasil o ir al Mundial de Rusia.

¿En Brasil a qué equipo?

Corinthians.

¿Y en Colombia?

Me encanta dirigir en Colombia. Me gustan varias plazas, no digo los equipos. Bogotá me encanta, Barranquilla, Santa Marta y Cúcuta.

Antes de lo hecho en Brasil, ¿cuál era su gran logro?

Los títulos que gané con Alianza Lima, con Cúcuta, con Táchira. Uno que quiero mucho fue con Santa Fe, en el torneo apertura, que es como si fuera hoy un título, en el 2002. Todas vivencias hermosas e inolvidables.

¿Cuánto tiempo vivió en Costa Rica?

Dos años y medio. Muy feliz viví, o vivo, porque aún no me he venido. Allá están todas mis cosas.

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De todas las cosas que tienen allá, ¿cuál es la primera en empacar a la hora del trasteo?

La joya de la corona es un aparato que tengo que trabaja por Internet y me da señal inmediatamente para ver cualquier partido de cualquier parte del mundo.

¿Hizo sus buenos ahorros con su trabajo en el Mundial?

He sido equilibrado, pero hasta hoy no me han pagado los premios del Mundial. Vamos a ver. Eso depende de la Federación de Fútbol de Costa Rica.

¿Cómo anda con ellos?

Bien, de mi parte bien, yo no sé ellos.

¿Por qué no siguió con Costa Rica?

Porque no compartimos cosas. Por ejemplo, yo pedí llevar asistentes míos, propios, porque había encontrado un grave error, delicado, que ellos mismos me lo dijeron.

¿Qué grave error?

Que un asistente que trabajaba conmigo, Paulo César Wanchope, fue y le dijo al presidente que me sacara (Se ríe), ¿cómo le parece? No puedo continuar trabajando de esa manera, entonces pedí ese recambio y no lo aceptaron, ellos también estaban molestos por algunas cosas.

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¿Qué cosas?

Algo de lo que dijeron los jugadores, que era muy exigente fuera de la cancha. ¡Hágame el favor! Fuera de la cancha Pinto era muy exigente, claro que lo voy a ser siempre, claro que un jugador se tiene que acostar a las 10:30 de la noche y no quedarse en el lobby del hotel, lo voy a hacer siempre. Claro que un jugador tiene que cuidarse el peso, lo voy a hacer siempre. Claro que el bus solo espera tres minutos a cualquiera que sea, y a los tres minutos  arranca, eso lo voy a hacer siempre. Estas exigencias que hoy me reprochan fueron las que nos llevaron a ser octavos en el mundo. 

 

«Me disculpan si soy atrevido, pero de esta Selección que estuvo en Brasil, yo puse muy jóvenes a siete, y los nombro: Ospina, quien debutó conmigo con 19 años; Zúñiga, Zapata, Armero, Sánchez, a quien no lo conocía nadie; Guarín y Falcao, quien debutó conmigo cuando no tenía 50 partidos en Selección ni 300 en Europa. Eso para mí es de un gran orgullo.»

 



«Voy a extrañar el gallo pinto»
 

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¿Ahora para dónde va?

No sé para dónde, puedo estar en Oriente, puedo estar en Suramérica, puedo estar en Brasil, no tengo afán, no me interesa el dinero ni la distancia ni nada, me interesa donde pueda hacer mis cosas con tranquilidad.

Pero, ¿hay propuestas?

Sí, claro. Hay buenas propuestas de Suramérica, de clubes brasileños, y hay una de un país muy importante en Asia. Ya me ofrecieron Bahrein y dije que no, me ofrecieron un equipo en Qatar y dije que no.

¿Tiene algún negocio en mente aparte del fútbol?

Uno es engordar ganado a través de establos, lo he visto por el mundo. Eso me encanta. Otro negocio es crear una fábrica de redes deportivas, de mallas deportivas.

¿Qué va a extrañar de Costa Rica?

Voy a extrañar el «gallo pinto». Increíble, es el plato más rico y conocido que hay en Costa Rica, tiene calentado de fríjoles, arroz y huevo frito, y una salsa muy típica de ellos.

¿Y quién lo va a extrañar allá?

Toda la gente. El 99,9 % de Costa Rica sé que me quiere, no tengo la menor duda, hay algunos molestos, como siempre.

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¿Quiénes serían los molestos? ¿Keylor Navas?

De pronto, serían dos o tres.

¿Y el capitán, Bryan Ruiz?

Indudablemente que la exigencia a alguien tiene que molestarle. Por ejemplo, un jugador que está en luna de miel, ¿qué prefiere? ¿Estar en un Mundial con el grupo o con la esposa? ¡Con la esposa! Y yo no le podía permitir eso a Bryan Ruiz.

¿Su peor momento en la vida?

Yo diría que el peor momento es cuando salí de la selección Colombia. Me equivoqué al opinar cosas que no debía opinar, quise cambiar una generación y eso me costó mucho. Sabía que el cambio de una generación, como el cambio de un sistema político, lleva muchas cabezas, a veces presidentes, a veces el pueblo, y en este caso fue la cabeza del técnico del equipo.

¿Qué quería cambiar?

Jugadores que ya no iban en el contexto del fútbol de hoy, por jugadores jóvenes que de pronto eran muy jóvenes. Me disculpan si soy atrevido, pero de esta Selección que estuvo en Brasil, yo puse muy jóvenes a siete, y los nombro: Ospina, quien debutó conmigo con 19 años; Zúñiga, Zapata, Armero, Sánchez, a quien no lo conocía nadie; Guarín y Falcao, quien debutó conmigo cuando no tenía 50 partidos en Selección ni 300 en Europa. Eso para mí es de un gran orgullo.

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¿De dónde vino, entonces, la oposición?

Cuando hay cambios generacionales, el jugador experimentado cree que debe jugar por sus años, por su experiencia, y entonces viene el conflicto.

¿Con Mario Alberto Yepes, Iván Ramiro Córdoba y Fabián Vargas?

Totalmente, está dicho. No les gustaba la doble sesión, entrenar mañana y tarde, tener horarios, llegar de Europa a concentración. En cambio, ¿los otros dijeron algo? Me habla de tres, y usted no me habla de veinte felices, ¿entonces? Hoy me habla de Keylor y de Bryan Ruiz; llamemos a los otros veintiuno. Los reto, públicamente ante el mundo, llamemos a los otros veintiuno, a ver.

¿Hoy se habla con Yepes, Iván Ramiro o Fabián Vargas?

No, pero el día que me los encuentre, los saludo.

En tiempo pasado, ¿cómo califica su experiencia con la selección Colombia?

Lindísima, fui atrevido al poner jugadores en los que no creía mucha gente y hoy son las figuras de la Selección.

Siendo autocrítico, ¿en qué falló?

Fallé en no darles a los veteranos más dulce y caramelo –como me dijo Gabriel Ochoa–, darles algún tiempo y saberlos llevar. Fallé en eso, en entenderlos un poco.
 

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«Le quiero contar una intimidad: todos los días antes de los partidos del Mundial llamé al doctor Ochoa. Él me decía que mirara todo con calma... Una belleza.»

 

«No soy el Álvaro Uribe del fútbol»

¿Cómo define su estilo de dirigir?

Yo soy exigente, soy comprometido con el trabajo, y dicto una conferencia que se llama «Disciplina en la ejecución». Yo quiero que la ejecución de mis entrenamientos busque la excelencia.

Quiere controlarlo todo.

¡Claro! Porque es que si el bus llega tarde, el que sufre es Pinto; si la comida es mala, el que sufre es Pinto; si hay cama mala en el hotel, al otro día se levantan los jugadores mal dormidos y el que sufre es Pinto. La gente no ha entendido qué es un técnico. Mourinho hace todo, el doctor Ochoa hacía todo, y son los mejores del mundo, entonces cuando Pinto lo hace, no sirve.

¿Usted es el Álvaro Uribe del fútbol?

No, yo no soy de extrema derecha.

Me refiero a la exigencia, al control excesivo.

Puede ser, puede ser, sí, pero no. (Suelta una sonrisa cómplice.)

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¿Qué parte no?

Yo no busco los medios para hacer las cosas que yo quiero, y Uribe lo hizo, tengo la prueba.

¿Cuál?

Mi hermana, Yolanda Pinto –esposa del asesinado Guillermo Gaviria–, le dijo al presidente que no lo buscara porque era un riesgo, y él lo buscó y fue fusilado. Yo no hago eso.

El infierno está en los detalles, ¿usted es así? ¿Minucioso en los detalles?

Sí,  el éxito de los hombres ganadores está en el detalle, por lo más mínimo falla una guerra, hay un accidente, se hunde un barco, hay un problema político.

Un detalle que lo hizo sobresalir en el Mundial de Brasil.

El análisis del adversario fue determinante en el éxito de la selección de Costa Rica. Por ejemplo, contra Italia, a Pirlo le apliqué cuatro conceptos. El primero: siempre que iba a recibir, lo presionaba para que tocara de primera y no recibiera la pelota; el segundo: si había recibido y giraba, no lo dejábamos jugar por perfil derecho para que no lanzara, que es su virtud; tercero: si ya nos ganaba la posición y nos iba a lanzar, le agrandábamos o le achicábamos, depende del momento y el espacio, para que no nos ganara la espalda o para dejar catorce veces a Balotelli en fuera de lugar.

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Hablemos de la familia. ¿Estuvo en el Mundial?

Mi actual señora, Claudia Uribe, y mis dos hijos, Verónica y Jorge Luis, de mi primer matrimonio, estuvieron en el Mundial.

¿Usted es más de amores o de odios?

No, yo soy más de amores, soy sentimental, me conmueven los hechos, lloro, siento.

Pero siempre tiene sus peleas.

Porque mis principios y mis contenidos los defiendo a muerte, porque no me los gané en un trasteo, me los gané en la educación. Puedo decir con orgullo, perdóneme la inmodestia, que soy de los pocos técnicos que se ha educado en tres universidades del mundo: en la Pedagógica de Colombia, en la USP de San Pablo y en la universidad del deporte de Colonia, Alemania.

Adicto al fútbol.

He recorrido el mundo para aprender. Terminó el Mundial y muchos entrenadores se fueron de vacaciones al Caribe, y yo me fui al congreso internacional de entrenadores en Alemania y a ver la pretemporada del Borussia Dortmund, que me encanta.

En el fútbol, ¿el poder para qué?

Los técnicos queremos el poder para hacer las cosas de la mejor forma, porque uno sabe que si no las hace de la mejor forma, pierde.

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¿La echada del «Pibe» Valderrama de Millos marcó su reputación de dictador?

Perdóneme, Jairo, pero eso es lo que me emputa del periodismo. Primero dicen que lo saqué, que es una mentira, y segundo no dicen que yo fui el que lo compré a las cinco de la mañana por cinco millones y medio a Eduardo Dávila. Al «Pibe» Valderrama no lo sacó Pinto nunca de Millonarios, lo sacó de un entrenamiento –como él lo sabe–, porque me llegó con un tenis y un guayo. Pero le explico al mundo entero y pregúntenselo a él, que cuando me fui de Millonarios me reuní con estos tres señores, anote los nombres: Camilo Llinás, Jorge Franco y Guillermo Gómez, el último ya muerto, en ese entonces vicepresidente de Millonarios, en el restaurante Eduardo,  y les dije: «El único favor que les pido es que no vendan a Valderrama». Son testigos ellos, pero no me hicieron caso y lo vendieron a los seis meses al Deportivo Cali.

¿Cuántos equipos lleva como director?

Como ocho.

¿El más grato?

Muchos. Todos, no puedo dejar ninguno por fuera.

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El más ingrato.

El Deportivo Cali en 1991.

¿Por qué?

Porque los directivos me pidieron que pusiera  una generación muy joven. Yo les dije: «No hagamos esto porque en junio me sacan a mí y en diciembre los sacan a ustedes», pero no me entendieron. Y, efectivamente, nos sacaron. Era una generación de jóvenes jugadores de las divisiones menores que no daba para un equipo grande. Era un experimento muy atrevido.

¿Le va mejor con los jóvenes?

Hennes Weisweiler, uno de los mejores entrenadores del mundo, cuyo nombre también lleva la academia de entrenadores de Alemania, dijo que prefería trabajar con los jóvenes que con los veteranos porque aprendían más rápido.


 

«De Costa Rica voy a extrañar el "gallo pinto", un calentado de fríjoles, arroz, huevo frito y una salsa muy típica de allá.»

 

Las llamadas al doctor Ochoa

Su gran maestro.

El maestro Gabriel Ochoa. Le quiero contar una intimidad: todos los días antes de los partidos del Mundial, llamé al doctor Ochoa.

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¿Y qué le decía el doctor Ochoa?

Hablábamos del partido, que estuviera tranquilo, que no me desesperara a la hora de tomar determinaciones, que mirara todo con calma... Una belleza.

Su rival de toda la vida.

No, no he tenido rival. Si de pronto tuviéramos rival diría que el «Chiqui» García, por principios; somos como el agua y el aceite.

¿Qué le molesta de él?

Todo lo que me hizo, él lo sabe, no vale la pena.

Pero una pista para el lector.

Me compró jugadores para que se echaran para atrás en todos los clásicos del año. Me amenazaron de muerte, anduve con guardaespaldas, por decir eso. Me tocó esconder a la señora con los hijos que estaban naciendo, me iban a matar. Y aquí sigo.

¿Alguna vez pensó dejar el fútbol para dedicarse a otra cosa?

Mi padre, Ernesto Pinto, me lo dijo un día, cuando me amenazaron de muerte en el 91: «Deje de joder con el fútbol que le va a pasar lo mismo que a Luis Carlos Galán». Nunca se me olvidara eso.

¿Su papá vive?

Sí, claro, y todavía me enseña y me regaña. Cuando mi padre  era el presidente de la asociación de padres de familia en San Gil, supo que estaban por ahí dando los puntos de los exámenes finales. Me llamó y me dijo: «Si usted me llega a la casa con el diploma lleno de trampa se lo rompo en su cara». Esa es de las grandes enseñanzas de mi vida.

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¿Qué edad tiene su papá?

Tiene 86 años.

¿Y usted?

Uy, por lo menos 61, y sigo, eso no se pregunta.

¿Hasta cuándo el fútbol?

Hasta que me muera.

¿Qué quiere que diga su lápida?

Aquí está un hombre pulcro que amó el fútbol.

¿Qué pasó con el maletín que se le perdió con sus anotaciones?

Eso fue hace cuatro meses en San José de Costa Rica. Estaba en mi carro, lo dejé mientras entregaba dos pasajes que se habían ganado los vendedores de una empresa para ir al Mundial de Brasil, y rompieron el vidrio y me lo sacaron. Me desilusionó tanto que hasta hace ocho días comencé a escribir nuevamente lo del libro.

¿Tiene la esperanza de que aparezca?

No creo. Seguro lo botaron sin darse cuenta por llevarse el iPad con mis direcciones y contactos de veinte años.

¿El libro cómo se va a llamar?

Prácticas y estrategias del fútbol.

¿Su música favorita?

Bueno, tengo canciones, la salsa romántica me encanta, el vallenato también.

Un sueño por realizar.

Un título continental, campeón de América, campeón de una Copa Libertadores.

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Una pesadilla que cueste trabajo olvidar.

Yo creo que no voy a olvidar lo que se ha comentado y se ha dicho, hoy, en Costa Rica. Porque ha sido en el momento más importante de la vida futbolística de ellos y de la mía, y sé que el 99 % son embustes, mentiras con resentimiento. Por ejemplo, que yo dije que tenía que ser el primero en salir en el avión cuando llegamos a San José, tras Brasil 2014. Ese no es Pinto.

¿Pinto por qué nunca jugó?

Porque soy de un pueblo, de San Gil, y en el pueblo no miraban a nadie, y porque de pronto mis padres exigían más estudio que fútbol. Malo no era, estoy absolutamente seguro de que jugaría hoy como volante «ocho» mixto.

¿Qué hace todas las mañanas?

Cuando tenía que trabajar, por ejemplo, en Costa Rica, salía al gimnasio a las 5:30 de la mañana, cuarenta minutos de ejercicio, desayuno y luego para la oficina.

¿Y ahora?

Ahora me hace falta eso, estoy desesperado por hacer ejercicio y jugar. Lo único que me falta a mí en la vida hoy es hacer las pichangas.

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Fotos: David Schwarz

¡¿Pichangas?!

Así se le dice al «picadito» en Costa Rica.

Por Jairo Dueñas

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