
"Una de las cosas que envidio es al que sabe bailar tango” Carlos Gaviria
El gusto por el tango lo aprendió en un salón de clases en el que él era el profesor. Palpitaban los años 60 en Medellín y Carlos Gaviria Díaz, quien ya era doctor en Derecho y Ciencias Políticas, era de los pocos que aún no había sucumbido al hechizo del bandoneón. Sus alumnos –que por su precoz arribo a la docencia eran contemporáneos suyos– se encargaron del asunto y pronto lo convirtieron en amante vitalicio de la voz de su tocayo de apellido Gardel.
“Me iniciaron en la vida del tango. Hacíamos sesiones bohemias, cantábamos y nos tomábamos unos tragos”. Lo dice con la certeza del magistrado que se hizo famoso por fallos históricos de la Corte Constitucional en temas como “el libre desarrollo de la personalidad”.
Su costumbre tanguera se volvió casi libertina, tanto que ahora la música es la dictadura que somete a este librepensador. Para él sigue siendo un plan de amigos. Una manera de distraerse, de divertirse, de pasar el tiempo. Jamás los oye solo y los sigue acompañando siempre con whisky o aguardiente.
El precandidato presidencial por el Polo Democrático –quien le peleará en las urnas la candidatura oficial de la izquierda a Antonio Navarro Wolff– tiene con el tango un vínculo civil de tiempo atrás. Un aporte personal e íntimo al mito que circunda la figura del gran Carlos Gardel...
El doctor Alberto Gómez Arango, padre de su esposa, acudió aquel triste 24 de junio de 1935 a examinar los restos del accidente aéreo en el que murió en Medellín ‘el Morocho del Abasto’. “Él me decía que lo habían identificado porque tenía la dentadura intacta y muy bonita. Que no tenía caries ni calzas”.
Después, con el pasar del tiempo, Gaviria fue creando sus propios lazos y tejiendo sus propios recuerdos. Hace 20 años Horacio Ferrer, el letrista de Astor Piazzola, visitó la capital antioqueña. El ex presidente de la Corte –poseído por su papel de sublime fanático– lo presentó a un auditorio en la Universidad de Antioquia. “Sus letras son de poeta. Surrealistas, elaboradas, extrañas y bellas”. De aquel día guarda una amistad y un tesoro muy personal: un cancionero con una linda dedicatoria.
Tiene un cancionero firmado y dedicado por Horacio Ferrer (letrista de Piazzola). "Es un compositor de tangos surrealistas, de letras de poeta; elaboradas, extrañas y bellas".
Mientras lee emocionado las palabras que le dejó Ferrer, le brota sin control su espíritu académico. Ese que lo matriculó en la Universidad de Antioquia y en Harvard. Y que lo llevó a ser el Vicerrector General y Decano de Derecho de su alma máter.
“Carlitos. Mi querido. Van estos ‘gotanes’...”. Interrumpe para explicar que las palabras al revés son una técnica de distorsión del idioma que crearon los presidiarios para despistar a los carceleros. Continúa la lectura. “... dignos de haber sido escritos por René Magritte en curda...”. Otra pausa para comentar que ‘en curda’ significa borracho y que René Magritte era un pintor surrealista belga maravilloso. Y termina. “... y te los ofrezco con amistad que no nace de admiración y con admiración que no nace de amistad. Medellín, 1983. Y nos queríamos tanto”.
La discoteca de su apartamento en Bogotá, que es sólo una minúscula sucursal de la que tiene en Medellín, está dominada por la música clásica y los tangos. Allí conviven en armonía Pompas de jabón, de Enrique Cadícamo, con Un réquiem alemán, de Brahms. Desencuentro, de Cátulo Castillo, con La muerte y la doncella, de Schubert. Sur, de Homero Manzi, con Sinfonías de París, de Haydn. Y la versión de Roberto Goyeneche, de Malena, con El rapto en el serrallo, de Mozart...
Su lado argentino, el que no le permitió contener el canto cuando habló de Sangre maleva, La bicicleta blanca y Balada para mi muerte, también se evidencia en una pared del estudio forrada con la obra de Jorge Luis Borges. Pero la vena gaucha del Senador, de mirada bonachona y blanca cabellera, agoniza a la hora del baile. “Soy pésimo bailarín. Una de las cosas que envidio es al que sabe bailar tango”.
No importa porque Carlos Gaviria tiene, como la canción de Enrique Santos Discépolo, Alma de bandoneón.
Fotos: Archivo CROMOS
