Descifrando etiquetas

Los europeos identifican sus vinos por el lugar de origen (Rioja, Burdeos, etc.), mientras el Nuevo Mundo los distingue por el nombre de la variedad de uva.

Por Hugo Sabogal

02 de junio de 2019

Cortesía

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Para el conocedor, elegir un vino tomando como referencia la lectura de su etiqueta presenta varios retos.

Debe saber, de antemano, que los europeos identifican sus vinos por el lugar de origen (Rioja, Burdeos, Borgoña o Ribera del Duero), mientras el Nuevo Mundo los distingue por el nombre de la variedad de uva utilizada en su elaboración.

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Para los viñateros franceses, españoles, italianos y portugueses es obligatorio, por ley, destacar el origen y evitar cualquier mención a las variedades que componen sus vinos (aunque están otorgándose excepciones para no sacrificar mercado).

Y es justamente por las dificultades derivadas de estas normas que el aficionado desprevenido evade la compra de vinos del Viejo Mundo. Sí, porque para hacerlo con destreza necesitaría conocer y memorizar los tipos y estilos provenientes de cientos de regiones y pequeños distritos a lo largo y ancho del antiguo continente.

¿La estrategia? Volver su mirada a los vinos que destacan cepas con las que se ha familiarizado y cuyos componentes aromáticos y gustativos ya conoce: Cabernet Sauvignon, Malbec, Carménère, Sauvignon Blanc o Chardonnay, por solo mencionar las más reconocidas.

Para ilustrar las complejidades de las etiquetas europeas, citaré un par de ejemplos.

Pauillac es el nombre de una pequeña comuna francesa localizada en el departamento de Gironda, distrito de Lesparre-Médoc, dentro de la región de Burdeos.

Conviene memorizar estos detalles para llegar a un vino de Pauillac. Si el bolsillo nos lo permite, el mejor testimonio lo conseguiríamos al probar un Château Mouton Rothschild, compuesto, principalmente, por una mezcla de Cabernet Sauvignon y Cabernet Franc, con algo de Merlot y Petite Verdot. Este vino exhibe cuerpo firme y gran expresión aromática, todo esto enlazado en un tejido de texturas que acarician y estimulan el paladar. Excepcional, sin duda. Claro: si contamos con 900 euros para comprar la cosecha de 2006 o 4.350 euros para hacernos a una versión de 1982.

Si nos metemos en Italia, el enjambre de denominaciones no es menos difuso. Tomemos el caso de la región de La Toscana, en el centro de Italia. Además de las inolvidables Florencia, Pisa y Siena, dicho territorio histórico da origen a la denominación Chianti, cuya uva insignia es la tinta Sangiovese. Hasta aquí, fácil. Pero la Sangiovese adopta una compleja variedad de nombres, dependiendo del distrito donde se produzca. Podemos encontrarnos, entonces, con nomenclaturas como Vino Nobile di Montepulciano, Prugnolo Gentile, Sangiovese Grosso, Brunello di Montalcino, Nielluccio, Rosso di Montepulciano, Morellino, Montefalco Rosso y Morellino di Scansano.

Pero, ¿a qué sabe la Sangiovese? Este cepaje intenso, tánico y rústico es dueño de una rica malla aromática que incluye recuerdos a pimentón asado, tomate, humo, arcilla, orégano, tomillo y rosas secas, entre otros. O sea: un acompañante insuperable para armonizar con la comida italiana.

Fue esta complejidad de nombres y referencias territoriales la que llevó —primero a Estados Unidos y luego a países productores como Argentina, Australia, Chile, Nueva Zelanda, Sudáfrica, Uruguay, entre otros— a adoptar la nomenclatura de las variedades de uva para identificar sus vinos. Gracias a ello, la cultura del vino se amplió a consumidores de distintos orígenes y culturas y nos abrió aún más las puertas de sus misterios.

Por Hugo Sabogal

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