Disolver o resolver

Meses atrás, ya lo había reseñado. Pero esta semana me encontré con el ascenso de otro proyecto enfocado en eliminar, de un plumazo toda posibilidad de contaminación en la fase de consumo. Es más: los productores predican la epístola de “cero emisiones”, y eso le da al proyecto una ventaja ambiental.

Por Hugo Sabogal

18 de octubre de 2020

La producción mundial de café genera 23 millones de toneladas de residuos.

La producción mundial de café genera 23 millones de toneladas de residuos.

Fotografía por: Cortesía

Sigo todos aquellos desarrollos de la industria cafetera encaminados a reducir la huella de carbono y, sobre todo, la generación de desechos en toda la cadena de producción.

Y lo hago porque si cada uno de nosotros evade las consecuencias del impacto ambiental del café, el futuro de la bebida, como la conocemos hoy día, estará en entredicho.

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La producción mundial de café genera 23 millones de toneladas de residuos. Van desde las cáscaras del fruto hasta los restos provenientes de cafeterías, hoteles, restaurantes y aquellos hogares donde preparamos diariamente una o varias tazas de café fresco.

Pocos de nosotros, especialmente en países de bajo consumo como Colombia, nos preocupamos por los desechos. Van al bote de basura, y asunto terminado.

Como respuesta a esta amenaza, es cada día más notorio el renacimiento de los cafés solubles o instantáneos, considerados los patitos feos de la categoría, pues no solo facilitan la preparación, sino que disminuyen o eliminan la contaminación. Eso sí, acaban con un delicioso ceremonial.

Un proyecto en el que, incluso, participan los más destacados productores de cafés de especialidad —como Counter Culture, Intelligentsia y Starbucks—, y busca, además de la comodidad, un fin aparentemente contradictorio: el café instantáneo de categoría.

Meses atrás, ya lo había reseñado. Pero esta semana me encontré con el ascenso de otro proyecto enfocado en eliminar, de un plumazo toda posibilidad de contaminación en la fase de consumo. Es más: los productores predican la epístola de “cero emisiones”, y eso le da al proyecto una ventaja ambiental.

La firma responsable se llama Stirz, creadora del primer sistema de cojines de café completamente solubles. Solo exige una taza, agua caliente ¡y ya está!

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Nada de aparatos. Nada para botar. La delgada y soluble bolsa que almacena el café se elabora con bagazo de caña. Y la caja de cartón donde vienen los sobres también es reciclable. Según Stirz, es el café que no deja rastros. Mi única conexión con esta nueva propuesta es que Stirz emplea granos de arábiga especialmente cultivados en Colombia.

El producto se ha hecho pensando en quienes realizan actividades al aire libre, como caminatas, montañismo, deportes o, incluso, en el entorno laboral. Poco más o menos, es una especie de cafetería portátil, instantánea y limpia.

¿Dónde quedamos quienes consumimos y defendemos los métodos tradicionales de preparación y, además, generamos desperdicios?

Fácil. A ponernos las pilas para darles uso. Bien manejados, estos desechos pueden destinarse al canal de la economía circular y convertirse en insumos para otros productos, reduciendo así sus efectos nocivos.

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Pueden utilizarse como fertilizantes para jardines y cultivos (mi elección habitual) y también como repelentes contra insectos y zancudos, neutralizadores de olores, limpiadores de utensilios con manchas y pegotes, y exfoliadores de la piel. Con ellos, igualmente, se elaboran tacos de combustión para chimeneas o calderas. O material para derretir hielo y nieve en el invierno. Y mediante un proceso adicional, permiten crear figuras y objetos.

O nos sentamos a ver cómo los solubles toman posiciones frente a una inevitable crisis ambiental o solventamos el uso de los desechos. Si no lo hacemos, estaríamos perdiendo todo lo construido en 500 años de tradición. Resolver o disolver, he ahí el dilema.

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