El contraataque de Cahors

Gran parte de la transformación vivida por Cahors se fundamenta en el trabajo del enólogo francés Michel Rolland, quien también ha sido un abanderado del Malbec argentino en el mundo, gracias al proyecto de Clos de los Siete, en Mendoza.

Por Hugo Sabogal

21 de octubre de 2018

Cortesía

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A tres horas de Burdeos, en el sudoeste francés, la ciudad de Cahors vive un inusitado renacimiento gracias al retorno de la Côt, su ancestral uva, convertida por Argentina en un éxito descomunal. Solo que los suramericanos optaron por utilizar otro de sus nombres, el de Malbec, aunque también se la ha conocido como Uva Negra, Auxerrois y Pressac.

Durante siglos, los viticultores de Cahors cultivaron la Côt valiéndose de viejas prácticas agrícolas, convirtiendo su mosto en vino mediante técnicas más cercanas a la Edad Media que a la era moderna. Sus vinos eran intensos, de tinte negro, gran astringencia y acidez, y poco atractivos para paladares que no fueran los propios.

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Los argentinos, en cambio —bendecidos por más de 330 días de sol y por los soñados microclimas andinos—, extrajeron un vino frutado y floral, deliciosamente fácil de beber.

Los cultivadores de Cahors reaccionaron y emprendieron hace diez años una frenética campaña para cambiar oficialmente el nombre de Côt por el de Malbec, complementando su estrategia con modernos procesos de elaboración. Y su trabajo ha rendido frutos.

Gran parte de la transformación vivida por Cahors se fundamenta en el trabajo del enólogo francés Michel Rolland, quien también ha sido un abanderado del Malbec argentino en el mundo, gracias al proyecto de Clos de los Siete, en Mendoza. Eliminando prácticas ancestrales, tanto agrícolas como enológicas, Rolland propuso reducir notablemente los rendimientos de uva por planta para darles a los pocos racimos que quedaban una atención más focalizada y selecta. Otro gran viraje fue demostrarles a los viñateros locales que un clima continental como el de Cahors es el mejor aliado de la Malbec, como ocurre en Argentina.

Según Rolland, el clima marítimo de la vecina Burdeos, donde la Malbec se produjo extensivamente durante siglos, nunca fue propicio para la uva. Por eso, a mediados del siglo XX, Burdeos cortó todo nexo con la variedad, causándole una gran pérdida de prestigio.

Hoy, las exportaciones de Cahors al mundo se han incrementado notablemente, permitiéndole al consumidor internacional elegir entre dos estilos claramente diferenciados.

En general, el argentino permite disfrutar de un vino más frutado, floral, voluptuoso y suave, mientras que el de Cahors (gracias a la existencia de suelos calcáreos) se torna vivaz, complejo y profundo. El primero siempre se mostrará apacible, y el segundo, más seco y firme. Si se quiere, el Malbec argentino juega el papel de seductor, mientras que el de Cahors se torna altivo y elegante.

Comercialmente, los argentinos se sienten cómodos con el carácter moderno e incitante de su Malbec, mientras que los franceses de Cahors insisten en la imagen de un Malbec original, con un pasado que lo convirtió en el preferido de Leonor de Aquitania y Enrique II en el siglo XII, y de Pedro el Grande, en la antigua Rusia.

Estos son algunos de los nuevos Malbec de Cahors: La Baume Grande Olivette, Château du Cèdre, Château Lagrézette, Château Haut-Monplaisir, Château Lamartine, Domaine du Prince, Château Eugénie y Domaine La Bérangeraie, entre otros. En Argentina sobresalen los de Catena Zapata, Luigi Bosca, Norton, Alta Vista, Achaval Ferrer, Rutini, Noemía, Pulenta Estate, Clos de los Siete, Altos Las Hormigas Terroir, Mendel, Zuccardi Aluvional, Viña Cobos y Monteviejo, entre muchos más.

Por Hugo Sabogal

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