El vino como inversión

Todo empieza en un pequeñísimo círculo de bodegas ubicadas en regiones francesas como Borgoña y Burdeos, cuyos vinos poseen el factor de inversión más alto. ¿Por qué? Simplemente porque cosecha tras cosecha la oferta de botellas es muy limitada.

Por Hugo Sabogal

02 de septiembre de 2018

Cortesía

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Comentaba, días atrás, que la franja de vinos más equilibrada por su relación calidad-precio es la que fluctúa entre los $30.000 y $50.000 por botella. Son precios que demuestran fácilmente su valor relativo en copa.

También cuestionaba la postura de quienes reniegan contra los vinos envasados en caja o cerrados con tapa rosca, cuando, debido a sus volúmenes de venta, son justamente los pilares sobre los que descansa el sector. Cumplen, además, la función de abrirles la puerta a quienes disponen de bajos ingresos.

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Hoy considero interesante navegar las aguas de aquellos vinos de precios inalcanzables y a los que sólo tiene acceso el 3 % de los compradores mundiales. Son botellas que se compran para transarlas más que para disfrutarlas en el menor tiempo posible.

Lo que lleva a preguntarse: ¿por qué invertir en vino?

Dejo la compleja respuesta en boca de un especialista como Cru Wine Investment, de Londres, que dedica su tiempo y experiencia a buscar grandes placeres en el retorno de una buena inversión.

Para Cru Wine, las cifras demuestran que invertir en vino implica menores riesgos y retornos más estables, gracias a las especiales características del activo.

Todo empieza en un pequeñísimo círculo de bodegas ubicadas en regiones francesas como Borgoña y Burdeos, cuyos vinos poseen el factor de inversión más alto. ¿Por qué? Simplemente porque cosecha tras cosecha la oferta de botellas es muy limitada. Adicionalmente, el volumen se reduce al quedar el vino en pocas manos o, mejor aún, al consumirse gradualmente. Otro punto clave es que, dada la notoriedad de las marcas más deseadas, el número de compradores es mayor que las cantidades para vender.

No menor es que, dada la condición innata de estos vinos, es decir, que mejoran sus características organolépticas con el paso del tiempo, el atractivo de la inversión se eleva, junto con el rédito.

En el peor de los casos, usted podría beberse esas botellas con el deleite de tener sobre la mesa un producto altamente deseado por que el pagó menos de lo que otros tendrían que desembolsar para vivir ese momento.

Son vinos, obviamente, que no se compran en el supermercado de la esquina. Existe una cerrada cadena para la compra y venta de estas marcas, y no es fácil romper los eslabones.

Para la muestra un botón: un Domaine de la Romanée Conti Grand Cru, Côtes de Nuits, se transa hoy a un precio promedio por botella de US$15.340 ($46,1 millones). O sea que una caja de 12 botellas puede avaluarse en $553 millones y sigue en alza.

En la escala descendente figuran otros vinos de Borgoña, como Domaine Leroy, Musigny Grand Cru, Côtes de Nuits, a razón de $22,8 millones la botella.

Los bordeleses Liber Pater (Graves), Petrus (Pomerol), Château Lafit Rothschild (Pauillac) o Château Latour (Pauillac) cambian de manos por cifras que van desde los $3 millones hasta los $15 millones por botella.

Otro día les cuento por qué es más caro comprar vinos de Borgoña que de Burdeos, pero les adelanto que todo tiene que ver con un número significativamente menor de botellas producidas por hectárea y con el hecho de que las propiedades borgoñesas están muy fraccionadas debido a las estrictas leyes locales de herencia. Se da el caso de productores que son apenas dueños de pocas hileras de un mismo viñedo. Complicado.

Por Hugo Sabogal

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