Galicia profunda

El vino gallego esconde, asimismo, los principios y valores de una nacionalidad atada a la cultura gaélica, derivada de pueblos ancestrales como Irlanda y Gales.

Por Hugo Sabogal

02 de diciembre de 2018

Cortesía

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Al momento de beber un vino gallego, mi sugerencia es pensar, antes que nada, en lo que esconde.

Su suelo y subsuelo, por ejemplo, albergan misterios telúricos propios de un territorio creado hace 350 millones de años, donde las raíces de la vid se abrazan y se nutren de granito, esquisto y gneis, rocas metamórficas que aportan al líquido singulares sensaciones minerales, imposibles de repetirse en otro lugar. En este territorio bruscamente quebrado se practica una viticultura heroica: es decir, de difícil acceso, exigente, fatigosa, minifundista y, esencialmente, de pan coger.

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El vino gallego esconde, asimismo, los principios y valores de una nacionalidad atada a la cultura gaélica, derivada de pueblos ancestrales como Irlanda y Gales.

Igualmente, transporta en sus venas ese profundo espíritu religioso emanado de su condición de ser, junto con Roma y Jerusalén, un obligado destino de peregrinación cristiana. Con el correr de los siglos, hombres y mujeres han plantado, a lo largo de la ruta hacia Santiago de Compostella, variedades y especies traídas desde sus confines, en un proceso que ha dado origen a una interesante cantera enológica.

Adicionalmente, los viñedos brotan bajo la influencia oceánica del Atlántico, y esto les permite a sus granos alcanzar una frescura inconfundible, tanto en blancos como en tintos.

Así las cosas, el vitivinicultor gallego se rige a diario por una máxima implacable: confiar en su tierra a sabiendas de que su tierra está confiando en él.

Bajo estas circunstancias, la actual enología gallega se viene alejando cada vez más de la estandarización de los vinos globales, motivada por las exigencias comerciales del mercado.

Para enólogos como Roberto Regal, el nuevo propósito es rescatar –y resaltar– los valores de la singularidad gallega.

En una reciente visita a Colombia, Regal nos sometió al ejercicio de acercarnos a una serie de vinos surgidos durante la nueva etapa.

Su propósito, dice, es dejar atrás aquellos vinos monovarietales de Albariño y Mencía. Para Regal, es más emocionante –aunque riesgoso– hacer más compleja y gratificante la experiencia si la Albariño se combina con otras cepas blancas como Treixadeira, Godello, Loureira y Torrontés gallega, por ejemplo. Y en esta misma línea, los tintos de Mencía van acompañados de Garnacha, Brancelao, Merensao y/o Sousón. Plurivarietales, los llama Regal.

Aún más significativo para Regal es reducir la intervención de la mano del hombre, dejando que los microorganismos y bacterias que participan en el vino tomen más protagonismo para entregarnos caldos más puros y auténticos, con un carácter rústico que hable de Galicia, tal y cual es.

“Somos lo que bebemos y comemos”, dice Regal. “Nuestros nuevos vinos deben darnos la oportunidad de “ver” y sentir toda la fuerza del terroir al que pertenecen.

Estoy con él. Desde el primer sorbo, estos vinos nos transportan a una Galicia libre de las ataduras y obstáculos del mercado, ayudándonos a entender que si la cultura enológica ha de seguir viva, solo lo conseguirá si cada vino que probamos nos revela el rincón del mundo al que pertenece. Como estos nuevos vinos gallegos.

Por Hugo Sabogal

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