La Luna y el vino

Además de provocar las mareas y generar cambios de comportamiento en plantas, animales y personas, los ciclos lunares inciden en la agricultura y la viticultura.

Por Hugo Sabogal

21 de julio de 2019

foodtechnology.co.nz.

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Pese a que la agricultura ancestral y ecológica ha formado parte de nuestro saber durante generaciones, su uso terminó estancado con la industrialización de la labranza.

En los albores del siglo XX retoñó en cuerpo de la biodinámica, de mano del austriaco Rudolf Steiner (1861-1925), como consecuencia del impacto negativo de los agentes externos tanto en la calidad del suelo como en la salud de millones de personas. Y en fechas recientes se ha hecho notorio el número de comunidades regidas nuevamente por el sentido ecológico y las fuerzas del cosmos, empezando por las de nuestro satélite natural.

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Además de provocar las mareas y generar cambios de comportamiento en plantas, animales y personas, los ciclos lunares inciden en la agricultura y la viticultura.

En tal sentido, el período de luna ascendente favorece el desarrollo vegetal (y, por ende, acciones como injertar y cosechar), mientras el de luna descendente promueve el descenso de líquidos y fluidos, colaborando con tareas como plantar y labrar.

Lo más novedoso es que catadores y consumidores han comenzado a incorporar dichos fenómenos a la hora de abrir una botella y disfrutar el contenido de su copa.

La principal fuente de inspiración es el trabajo de la alemana María Thun (1922-2012), admirada por sus profundos conocimientos de biodinámica. Una obra póstuma suya es el Calendario para degustadores de vinos. Y como beber vino es una costumbre cotidiana, Thun dividió su calendario en cuatro bloques.

Días de fruta: son aconsejables para abrir una botella. Los vinos denotan sensaciones de fruta madura, gran cuerpo y atractivo impacto en el paladar.

Días de flor: potencian las sensaciones florales y aromáticas, principalmente en los vinos blancos. Ocupan el segundo renglón de preferencia para el aficionado.

Días de hoja: resaltan las sugerencias terrosas y minerales, llegando al punto de arruinar el equilibrio en un buen vino.

Días de raíz: aquí la percepción dominante es desagradable, inexpresiva y sin un gusto.

Es tal el alcance de este calendario que en Londres se ha llegado al extremo de limitar las degustaciones profesionales a los días de fruta y flor.

Y como refuerzo y complemento también se tienen en cuenta los elementos y los ciclos de los astros.

En los días de flor (aire), los adeptos recomiendan beber vino bajo la tutela de géminis, libra y acuario.

Tierra es el elemento rector en los días de raíz, marcados por constelaciones como tauro, virgo y capricornio.

Los días de fruta, identificados con fuego, invitan a descorchar botellas bajo los efectos de leo, aries y sagitario.

En los días de hoja (agua) es preciso abstenerse cuando dominan constelaciones como cáncer, piscis y escorpio.

Para los no creyentes, la experiencia de sentir un vino fuera de tono puede derivarse de situaciones más mundanas, como servirlo muy frío o muy caliente. En el primer caso, los aromas se sienten encapsulados y casi petrificados. Y en el segundo —debido a la rápida evaporación del alcohol por acción de la temperatura—, surgen matices picantes y fogosos. Nada que ver con la Luna.

También se arruina el disfrute de un buen vino si se ha bebido café, comido chicle o cepillado los dientes con un dentífrico invasivo. O haber usado lociones o perfumes.

Cada cual sacará sus propias conclusiones, sin nunca olvidar que la Luna también ha sido farol y guía de navegantes, galenos y poetas. Imposible ignorarla.

Por Hugo Sabogal

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