Las virtudes del vinófilo

Si usted ha estado tomándose algunas copillas de vino en estas semanas de confinamiento, seguramente las ha disfrutado sin preguntarse mucho sobre los misterios atrapados en la botella. O sobre su propia relación con el vino. Para la mayoría de los aficionados, beber vino es más un hábito adquirido que un acto de entrega.

Por Hugo Sabogal

12 de abril de 2020

Cortesía

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Ir más allá es lo que motiva el trabajo del ensayista norteamericano Alder Yarrow, autor del respetado blog vinography.com y del libro The Essence of Wine. En sus escritos, siempre busca descifrar lo que el vino nos cuenta y lo que debemos contar de él.

En un reciente artículo, Yarrow argumenta que la frustración causada por la ausencia de conocimiento puede compensarse con la identificación de cinco conectores esenciales. Yarrow los identifica como “virtudes”. Adoptarlos, dice, puede cambiar para siempre nuestra conexión con la bebida. Aquí los comparto.

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Curiosidad

Es la cualidad más importante del buen amante. Y lo es para poder enfrentar su fabulosa diversidad: decenas de productores, múltiples orígenes y variedades, así como tipos y estilos. Explorar este vasto horizonte enriquece la experiencia. Más que enciclopedias, atreverse a probar diferentes vinos construye la memoria gustativa en la vida de un buen amante, con el beneficio adicional de establecer lo que le gusta, sugiere Yarrow.

Hedonismo

El vino es sinónimo de delectación. Sus innumerables facetas reflejan esa búsqueda innata, insaciable y permanente de aromas y sabores. Esta condición única atrapa tanto al amante como al fanfarrón, o a quien compra y vende vino como objeto de inversión. Como en el amor, dice Yarrow, hay que pensar menos y disfrutar más.

Capacidad de perdonar

Como producto natural y perecedero, el vino puede llegar a frustrarnos por la presencia de algún defecto. Lo impacta el calor, la luz y las condiciones bacteriológicas que surgen con el paso del tiempo. Todavía es un misterio establecer por qué el vino cambia de una botella a otra, condición que lo hace fascinante. Pero insistir en que cada vino sea perfecto y consistente es negarle su propia condición natural. “A medida que damos rienda suelta a nuestra condición de enamorados de la bebida, es preciso recordar que, como alimento, el vino es frágil y perecedero”, dice Yarrow.

Paciencia

Todo vino crece y se transforma. Cuando se envasa, comienza a ajustarse al nuevo entorno. Algunos grandes vinos son intolerables en su juventud y grandiosos en sus años dorados. Para llegar allí han debido pasar décadas guardados. Incluso, recién descorchados, el oxígeno y la temperatura exterior pueden transformar su expresión aromática y gustativa. Por eso hay que ser paciente y aprender a esperarlos. Se necesita algo de conocimiento, pero aquí el paladar tiene la palabra.

Camaradería

El vino nació, como muchas cosas en la vida, para compartirlo. Y dependiendo de la compañía, su expresión puede mejorar. Algunos estudios destacan que el estado emocional afecta la percepción de una copa. Y aunque es placentero disfrutarlo a solas, es siempre mejor apreciarlo en compañía. Para Yarrow, aplicar estas virtudes ayudará en la transición de entusiasta a buen amante.

Por Hugo Sabogal

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