Mamá, te confieso: fumo marihuana y es hora de que lo sepas

A mis 32 años solo la consumo en fiestas, aunque en una época llegué a prender el porro todos los días, siempre en las noches, tras regresar del trabajo.

Por Carlos Torres

18 de mayo de 2018

Foto: Istock

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Fotografía por: UrosPoteko

Si decirle la verdad a una amiga que te gusta es una salida de closet, ahora imagina confesarle a tu mamá que te gusta el porro.

Tu mamá que llama “viciosos” a los fumadores de marihuana.

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Tu mamá que se imagina el efecto del cannabis como el de los ácidos y los colores de Yellow Submarine.

Para ti, mamá, va mi salida de closet.

De entrada, una aclaración: la marihuana no te pone a alucinar. La marihuana te relaja.

 

1. El debut

Fue a los 19 años, iniciando la universidad. La probé en un asado, estaba con compañeros de clase, expertos en la materia. No hubo ritual ni preparación, se trató de una chance espontánea. Recuerdo que el porro empezó a pasar de mano en mano hasta que llegó a mí. Sin dudarlo, le di tres pitadas, una más tímida que otra, sin retener el humo. Lo expulsé con rapidez, como quien no quiere la cosa.

Porque fumé mal me perdí su efecto relajante. Ese día no dije nada, guardé el secreto, los que fumamos marihuana asumimos que todos los del parche estábamos trabados.

Por mi parte, al menos ya podía decir que la había probado. Aunque fui torpe, esa noche se creé un vínculo. Arrancó una relación medianamente intensa, que fue mutando con los años.

 

2. Gustavo M, el maestro

Pasé fiestas fumando sin saber fumar, hasta que Gustavo M., compañero burro (marihuanero), me invitó a su casa después de la oficina. Armó el porro, puso música, fumamos. Di mis plones mecánicos, actué, simulé el ritual. Al rato, tras un breve en silencio, estaba él con los ojos rojos y yo con la mirada intacta. A Gustavo le extrañó mi estado, me contemplaba preguntándose “¿este man qué?”. Me anticipé a su pregunta, le dije la verdad, el porro no me agarra. Le dio risa, mucha, se me pegó, qué torpe había sido para fumar, sí, qué gueva.

Detectamos el problema. Su enseñanza fue clave para sentir (y describir) lo que sucedió en adelante. La cuestión era fumar, depositar el humo cerca de la garganta, sostenerlo como si fuera a tragármelo, aguantarlo segundos, luego expulsarlo por la boca, sin afán. Pausado, sin acelere.

Arranqué de nuevo. Lo intenté. Tuve suerte de principiante, lo hice bien, mis ojos se dilataron al tiempo que mis sentidos se apagaron lo justo para conservar el control. Por dentro me sentí acostado en una hamaca, suspendido, arrellanado a pesar de estar sentado en un sillón de la sala de Gustavo M.

Mi motricidad sintió el efecto, mermó la velocidad, el tiempo se envasó, transcurrió como arrastrándose, mientras brotaron unas ganas violentas de comer abundante dulce. Chocolate líquido.

Así fue mi primera traba.

 

3. Quemar los cartuchos del descubrimiento

Poco a poco, sin pena, fui acercándome al cannabis. Compré triturador de hierba, cueros para armar cachos, encendedor, compré porro, pregunté por vendedores. Soy de Cali, pero desde hace tiempo vivo en Bogotá. Mi roomate de entonces fue testigo de mi tránsito, de fumar los fines de semana di el salto a lunes, martes, miércoles, jueves, viernes…, casi todas las noches, acompañado por un brownie de chocolate y tres cervezas.

Entré en un ritmo desconocido, casi frenético, no podía proyectarme sin el cacho nocturno. A los meses mi acelere por fumar en la habitación terminó en culpa. ¿Me estaba convirtiendo en un adicto?, me dije. ¿Necesitaré ayuda?

Pero en el fondo sabía que trabarme en las noches era una goma pasajera. Intuí que iba a ser capaz de fumar de vez en cuando. Si el alcohol podía controlarlo, iba a tener la capacidad de domesticar la yerba. Solito, sin ayuda externa.

 

4. Mamá nunca lo supo

Nunca, pero me planteaba decirle. La sondeaba en mis visitas a Cali, cada que se presentaba la oportunidad le decía que la marihuana es una planta estigmatizada, que no todo el que fuma está incapacitado para llevar una vida estable.

El ejemplo de un amigo cuya mamá y papá lo descubrieron me sirvió para allanarme el camino. A mamá se lo conté:

Mi amigo fumaba demasiado, mínimo dos veces al día. Un día los tres visitaron al médico de la familia, con la intención de disuadirlo. Quizás el mensaje de un profesional de la salud cambiara su opinión. Siempre usaba gotas para aclarar la mirada.

En el consultorio, el médico escuchó a las partes. Cuando le tocó el turno, se incorporó y fue a una biblioteca. De un cajón sacó una pipa, moños de yerba y encendedor. Los puso en el escritorio, frente a los padres preocupados. “Miren que yo también fumo”, les confesó. Les aclaró que lo hacía en sus ratos de esparcimiento. Dio una cátedra interesante sobre el control de los impulsos y las drogas blandas vs. las drogas duras, que aliviaron (un poco) la preocupación de los familiares de mi amigo.

 

5. Palabra de académico, palabra que se respeta

En 2017 Cromos publicó una entrevista con Juan Daniel Gómez, neurosicólogo especialista en adicciones. A continuación, revivo dos respuestas:

 

 P: Según el Informe Mundial sobre las Drogas del 2016, en el mundo hay 250 millones de consumidores dependientes de drogas psicoactivas. ¿Por qué drogarse es tan seductor si es dañino?

R: Si usted le da heroína a un perrito, se vuelve dependiente, aunque no tenga proclividad genética a la dependencia. Lo que pasa es que la molécula de la heroína tiene la propiedad de generar una relación con el organismo que es independiente del control voluntario. Hay personas con índice de desregulación de dopamina, sobre todo en las áreas de recompensa del cerebro. Estas personas requieren que su cerebro produzca una cantidad mayor de esta sustancia para obtener la misma recompensa que tienen la mayoría de seres humanos cuando sentimos satisfacción por lograr un ascenso o porque nuestro equipo de fútbol ganó un partido. Las personas con índice de desregulación son proclives a tener comportamientos dependientes o adictivos. Pueden ser adicciones farmacológicas, al juego, a las drogas psicoactivas.

 

P: ¿Un consumidor dependiente es un problema o puede llevar una vida en armonía con su acercamiento a las drogas?

R: El Informe Mundial sobre las Drogas indica que de los 250 millones de dependientes, el número de consumidores problemáticos es de 29 millones. Ese sería el número de personas que en realidad tiene un nivel de adicción muy alto. El resto, es decir los 221 millones de dependientes, tiene las características del perro, que tuvieron contacto con la sustancia y generaron un vínculo permanente. Son personas que pueden tratarse con terapias psicológicas. Los que son enfermos necesitan la molécula de por vida, como un hipertenso, un diabético o alguien que sufre de la tiroides, necesitan sus pastillas para vivir. El dealer (vendedor) académico le formula su marihuana o lo que necesite para mantenerse. 

Teniendo en cuenta el último párrafo, yo no soy un consumidor problemático ni me considero dependiente. Hoy soy un fumador social, que recibe el porro cuando está en reuniones o en fiestas. De resto, normalmente no se me antoja.

Mamá: mi situación no es para preocuparse. Quería que supieras esto. Sé que es difícil masticar una noticia como esta, principalmente por tu formación católica y por lo que vivimos en Cali, ciudad víctima de la inútil guerra contra las drogas, en donde es difícil repensar el consumo de drogas.

Quiero decirte que es posible la domesticación de la marihuana. Ya no la fumo de lunes a fines de semana. Lo hago de vez en cuando, en agasajos y con amigos. La fumo en ambientes de baile, para evitar pasmarme.

De todas es la única droga que he consumido. A mis 32 años no voy a desafiar el límite. Temo a las drogas duras (cocaína, heroína, éxtasis) como a los carros que van a toda velocidad. He tenido la oportunidad de probarlas, incluso en mis tiempos de amor profundo con el porro, pero supe abstenerme.

Mamá: para mí un cacho es una cerveza. Puedo aseverar que es menos, porque yo podría beber cerveza todos los días, me fascina, calma la sed, me acompaña, mientras que el cannabis es un placer esporádico, para valorarlo de cuando en vez.

La marihuana es una canción que pega rico, un descubrimiento placentero.

La marihuana es un gusto que corre el riesgo de maltratarse, por tanto abuso. Por eso no vale la pena quemarla, oirla a diario. No y no.

Por último, mamá: te amo.

Por Carlos Torres

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