El brasier que detecta el cáncer de seno

Tres estudiantes colombianas han ideado una prenda pensada para que detecte esta enfermedad antes de que sea demasiado tarde.

Por Laura Galindo M.

30 de agosto de 2018

David Schwarz / Cromos

David Schwarz / Cromos

Treinta segundos. Lo que dura un comercial de radio, el coro de un bolero, una llamada sin contestar antes de irse al buzón de mensajes. Medio minuto. Lo que tarda un avión en despegar, un presentador de noticias en leer los titulares, la cafetera en preparar un expreso. El mismo tiempo que lleva leyendo estas líneas. En el mundo, una mujer es diagnosticada con cáncer de mama cada 30 segundos.

Las cifras son alarmantes. Según estudios realizados por la Liga Contra el Cáncer, 8.686 mujeres desarrollan esta enfermedad en Colombia cada año y 2.649 mueren por su culpa. Hay más: el 80% de ellas no tiene factores de riesgo: no carga con antecedentes familiares, no pasa los 50 años, no fuma, no bebe y hace ejercicio regularmente.

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Ocho mil seiscientas ochenta y seis. Una de cada 17. Una cada treinta segundos. “Imagina que eres tú”, dice el eslogan de las creadoras de Julieta, un brasier que busca detectar el cáncer de seno a tiempo. Isabela Orozco, Valentina Agudelo y Cristina García son estudiantes de quinto semestre, en el Colegio de Estudios Superiores de Administración –CESA– y juntas idearon un dispositivo capaz de encontrar anomalías en los tejidos mamarios.

“Nos dimos cuenta de que el autoexamen llega muy tarde. En el momento en que uno se toca una masa, probablemente ya es cáncer e hizo metástasis”, dice Isabela. Julieta podría descubrir cambios de temperatura y densidad, desde mucho antes, con siete minutos y un software especializado que, por ahora, sigue en desarrollo. El propósito es que recoja información suficiente para concluir si es o no necesario consultar a un especialista. “Finalmente, no somos un reemplazo de los médicos, somos sus aliados. Serán ellos quienes tengan siempre la última palabra”, dice.  

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Uno de cada tres diagnósticos hechos con la mamografía está equivocado. Eso aseguran los investigadores del Centro Nórdico de Cochrane y el Rigshospitalet, en Dinamarca. Su estudio, basado en 1,4 millones de casos, sostiene que este examen no es del todo fiable y con frecuencia arroja un número considerable de tumores benignos que pasan por cancerígenos.

En el Harborview Medical Center, de Washignton, la epidemióloga Joann Elmore hizo la prueba. Reunió a 10 radiólogos certificados y les propuso leer las mamografías de 150 pacientes, de las cuales 27 tenían cáncer de seno. Los resultados no pudieron ser más distintos. Uno de ellos concluyó que el 85% de las mujeres tenía cáncer de mama. Otro, que solo el 37%. Y otro más, que la mitad de las pacientes presentaban masas sospechosas. No hubo ninguna coincidencia entre las lecturas de los 10 especialistas. En un caso particular, dos radiólogos vieron tejidos anormales, pero concluyeron que eran benignos; uno diagnosticó cáncer, cuatro pidieron repetir el examen y tres no encontraron nada raro. La paciente estaba sana.

Si bien es cierto que gran parte de la precisión del diagnóstico depende del radiólogo y de su entrenamiento, la mamografía sigue siendo un área gris, una foto hecha con rayos X que detecta, sobre todo, calcificaciones. Y aunque un buen porcentaje de  casos de cáncer está asociado al exceso de calcio en los tejidos, existen muchos otros tipos. Por ejemplo, los triple negativo, que son los más agresivos, no entran en esa lista y querer encontrarlos usando una mamografía es como intentar medir la fiebre con un tensiómetro.

En Colombia, el problema va un poco más lejos. Al margen de error se suma que, según un estudio realizado por la Escuela de Gobierno y Salud Pública de la Universidad de Los Andes, la mamografía no es un examen al que la mayoría de mujeres tiene acceso. Por un lado, le cuesta al sistema de salud entre 145.000 y 183.000 pesos; por el otro, no existen suficientes mamógrafos en el país: el 23% de las pacientes entre los 50 y 70 años tienen que salir de su departamento para poder hacerse una. En Guainía, Vichada y Vaupés no hay ninguno.

Y es precisamente allá dónde esperan llegar las tres creadoras de Julieta. “Pensamos en un brasier para mujeres de estratos altos, son ellas quienes van a comprarlo, pero el 5% de esas ventas estará destinado a la fabricación de unos modelos institucionales que viajarán a esos lugares apartados”, dice Valentina. Para ellas, lo más preocupante es que la tasa de mortalidad por cáncer de seno en estos tres departamentos marca cero; es decir, ninguna de las mujeres que murió por culpa de esta enfermedad supo que la tenía.

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En 1911, cuando aún faltaban 40 años para que las mujeres pudieran votar en Argentina, Julieta Lanteri llegó con su impecable vestido blanco de siempre a la iglesia San Juan de Buenos Aires y se acomodó al final de una fila de hombres atónitos. Iba, igual que ellos, a inscribirse en el censo electoral para poder elegir al nuevo Concejo Deliberante.

“Está loca”, asumieron todos, pero cuando le llegó el turno, Julieta extendió sobre la mesa su carta de ciudadanía y una copia de la Ley 5098, que enumeraba las condiciones para inscribirse en el registro: ser ciudadano mayor de edad, saber leer y escribir, presentarse personalmente, pagar impuestos, tener una profesión liberal y vivir en la ciudad. Nada decía sobre ser varón. Julieta cumplía con todos los requisitos.

Esa fue una de sus tantas victorias en favor de los derechos de las mujeres, pero no la única. También fue la primera en graduarse del Colegio Nacional de la Plata y la quinta en obtener un título profesional como médica. Fundó el Partido Nacional Feminista, fue candidata a diputada y abanderó varias luchas por la equidad de género. Julieta Lanteri es la misma Julieta por la que Valentina, Isabela y Cristina eligieron el nombre para este brasier que detecta el cáncer de mama y que esperan presentar, a finales de este año, en el INCmty del Tecnológico de Monterrey, uno de los festivales de emprendimiento más grandes de Latinoamérica.

“El corazón de su lucha es el mismo de la nuestra. Queremos llegar a todos los rincones de Colombia y así contribuir al bienestar de las mujeres de nuestro país”, dice Cristina. No es fácil. Las tres administradoras de empresas han tenido que estrellarse más de una vez e insistir en que Julieta es posible, después de que varios expertos les aseguraron que funcionaba en el papel, pero estaba muy lejos de desarrollarse. “Nos frustramos todo el tiempo. Con cada ‘No’ tuvimos que volver a los libros, a las investigaciones de otros, a las preguntas y a llenarnos de argumentos –cuenta Valentina–. Al principio no sabíamos nada, somos tres niñas de 21 años y ya. Pero hemos ido encontrando aliados y gente que cree en nosotras. Lo que hemos aprendido no sé ni cómo contarlo”.

Por Laura Galindo M.

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