Ilustración: Kathiuska
Cien parejas quieren quedar embarazadas en un solo intento. En quince, el óvulo y el espermatozoide logran encontrarse. El resto debe insistir. Ninguna pareja sabe que la probabilidad de que la prueba salga positiva en ese primer ensayo es de apenas 15%. Por eso los médicos consideran que un año es el plazo necesario para lograr el objetivo. Sería irresponsable afirmar que el embarazo es una lotería, pero es conveniente reconocer que tiene algo de azaroso. Cuando la pareja busca durante 365 días y el resultado sigue siendo negativo, ya no se habla de suerte. Según la Organización Mundial de la Salud OMS), se habla de enfermedad.
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“La persona que sufra de infertilidad necesita apoyo especializado, tal como lo necesitan los que padecen hipertensión arterial, diabetes, asma”, sostiene Harold Moreno Ortiz, ginecólogo especialista en medicina reproductiva. Ahora cabe preguntarse lo siguiente: de las cien parejas qué están intentándolo, ¿cuántos hombres se han hecho un espermograma?, ¿cuántas mujeres se han sometido a exámenes ginecológicos? “El 40% de las causas están en la mujer, 35% en el hombre, 15% está en ambos, y hay un 10% de pacientes con todo en regla. En el argot médico, lo denominamos infertilidad inexplicada”, dice Ricardo Rueda Sáenz, experto en medicina reproductiva.
Descifrar los órganos femeninos, un reto fascinante
Endometriosis, obstrucción de trompas, estenosis cervical, miomas en el útero, pólipos (lesión endometrial), exceso de reserva ovárica... Es larga la lista de posibles explicaciones del origen de la infertilidad en la mujer. No obstante, en la actualidad, la edad es el motivo principal por el que concebir se ha convertido en un reto. “Están consultando a los 35 o más años, aplazan la maternidad por fuera de los límites sugeridos –dice Rueda Sáenz–. Aspiran a estudiar, viajar, trabajar, ahorrar. Es injusto que el almanaque reproductivo les pase cuenta de cobro, porque una mujer a los 38 o 40 años sigue siendo joven”.
La reserva ovárica se puede comparar con una piscina llena de pelotas. En cada ciclo menstrual salen quince pelotas de la piscina, de las cuales una crece, se dilata y, en la mitad del ciclo, el día catorce, se rompe y libera una bola pequeña. Las otras catorce pelotas desaparecen.
En el ciclo menstrual posterior el proceso se repite. De otras quince pelotas una se libera y el resto se pierden. Doce veces al año la reserva ovárica disminuye hasta que la pileta queda vacía. “Es imposible que una mujer se tome un medicamento para conservarse”, dice Harold Moreno Ortiz, autor de la metáfora de la fertilidad femenina y la piscina de pelotas. Para Carlos Sarria Fernández, el problema no es numérico, sino de calidad. “Una mujer de cuarenta años puede tener muchos óvulos, sin embargo, generalmente están malos, porque llevan tiempo guardados. No es lo mismo tener poquitos óvulos a los veinte años, que una reserva a los cuarenta”.
Los especialistas auscultan la reserva ovárica en los estudios de fertilidad. Para la mujer y el hombre es clave determinar el estado vital de los sistemas reproductores. De este modo los médicos definen el tratamiento, en el que uno de los dos tendrá que esforzarse el doble.
El estigma que golpea
Al consultorio del ginecobstetra Carlos Sarria Fernández van mujeres que hace dos años persiguen un embarazo. La puerta del doctor Sarria Fernández es la última que quieren abrir. La mayoría asiste sin compañía. Cualquiera que las viera sentarse frente al escritorio supondría que de ellas es el problema de concepción. “En fertilidad, la mujer vive con la carga probatoria, es a la que le toca quedar embarazada y, si no puede, se culpa. Incluso en consultorios de médicos generales, rara vez recomiendan al hombre un espermograma, porque únicamente se ocupan del tema femenino”, dice Sarria Fernández.
Ahora volvamos a comenzar: una pareja con problemas de fertilidad va por primera vez al consultorio de Sarria Fernández. Ella tiene resultados de exámenes. A él le falta practicárselos. Ambos quieren dar con la solución. El médico intuye por dónde va la cosa. De entrada, les indica que los tratamientos están enfocados en pareja, porque la fertilidad se analiza en conjunto. “En ocasiones resulta desafiante sugerir al hombre que debe hacerse un espermograma, porque equiparan potencia sexual con fertilidad. Y no tiene nada que ver, puede ser un hombre sexualmente potente, con una actividad desbordante, aunque sin espermatozoides”.
La historia que viene a continuación sucede lejos del consultorio médico. Una mujer de 29 años, llamada Viviana, quiere un hermano para su hijo de 7 años. Está casada con Jorge, que el sábado tiene por segunda vez cita en la EPS para dejar una muestra de semen. En el transcurso de la semana, Viviana le recuerda que no puede pasar lo de la última vez (Jorge se inventó una mala excusa para evitar el espermograma). Le urge saber qué camino tomar si su pareja es estéril. Ya tiene claro que es apta para ser mamá. En enero los exámenes fueron favorables.
Viviana podría apostar su sueldo a que Jorge tendrá otra excusa. En la EPS lo esperan en ayunas y, por orden de arribo, atienden de seis a nueve de la mañana.
P: ¿Cree que Jorge es estéril?
R: De niño tuvo una hernia en los genitales. Los testículos se le inflamaron y tuvo que ser hospitalizado.
P: Hace tiempo están intentándolo.
R: Llevamos seis meses, le he dicho en broma que, si sabe que no podemos tener hijos, para qué nos cuidamos y gastamos plata en condones.
P: ¿Por qué Jorge evita el espermograma?
R: Porque tiene miedo de que su virilidad quede en duda. Ha dicho que yo dejaría de verlo como un hombre. Que lo cambiaría por otro.
P: ¿Lo dejaría?
R: Hay soluciones para intentarlo, probar tratamientos, otra opción es adoptar, pero él dice que no es igual. Creo que mañana no irá al espermograma, hace tres meses le dieron la orden y mire la hora.
P: Parece que Jorge siempre va a encontrar un pretexto para evitar…
R: Nosotros somos cristianos. Jorge insiste en que Dios sabe en qué momento nos va a enviar el hijo. La verdad siento que el tiempo ya se me está agotando, tengo urgencia porque de pronto el tratamiento dura 5 años y la perjudicada voy a ser yo. Si ahora es difícil, imagínate a los 35.
ABC de la fertilidad
Las 85 parejas que no pudieron embarazarse en el primer intento, prueban a lo largo de un año. Transcurrido el plazo, las que siguen viendo una sola línea en el tubito deben recurrir a ayuda cualificada. “Con técnicas de fertilización asistida, la posibilidad de desarrollar un embrión se puede elevar un 55%. Hay que indagar para establecer tratamientos efectivos. En los hombres procuramos mejorar la calidad espermática. En la mujer estudiamos la parte ginecológica y ecográfica, con el objetivo de establecer una oportunidad de implantación embrionaria”, dice Harold Moreno Ortiz, doctor en reproducción humana.
Los motivos por los que el hombre está fallando se encuentran en el semen. El espermograma es una evaluación sencilla, en la que basta una masturbada para que la muestra, recogida en un condón especial, sea estudiada. El consumo de tabaco, la exposición a niveles altos de temperaturas testiculares, los traumas y las infecciones virales, como las paperas, pueden torcer el destino de un espermatozoide. “En el hombre, la causa frecuente es la disminución en la concentración de esperma, que en otras palabras significa que el espermatozoide está discapacitado para llegar oportuno a su cita con el óvulo”, sostiene Ricardo Rueda Sáenz.
Aunque el problema sea del hombre, afecta a la mujer
Si los espermatozoides son lentos, en un laboratorio, expertos aplican sustancias en la muestra de semen para estimular el movimiento. La ciencia permite acelerarlos. Una vez hecha la tarea, es imposible devolverlos al hombre. “A las mujeres les toca duro, porque deben someterse a una inseminación, sea del semen de su pareja o de un donante. Son diez días de inyecciones y varias ecografías, en contraste con el trabajo de ellos, que se reduce a dar una muestra de semen”, dice Carlos Sarria Fernández.
Se seda a la paciente antes de extraer las células de los ovarios. La manipulación microscópica es una labor compleja, a cargo de un equipo de embriólogos. “En la fertilización in vitro clásica, en el laboratorio se dejan el óvulo y los espermatozoides durante un día, buscando la fertilización espontánea. La otra opción, tras un estudio riguroso, es elegir el mejor espermatozoide e inyectarlo en el óvulo para que la fertilización ocurra de forma dirigida”, dice Moreno Ortiz.
El 26 de julio de 1978, en Inglaterra, nació Louise Brown, la primera niña probeta del mundo. Sus padres, Lesley y John, fueron una de las 85 parejas que no podían embarazarse por sus propios medios. Entonces aceptaron un tratamiento experimental, ofrecido por los médicos Patrick Steptoe y Robert Edwards. La puerta que se atrevieron a abrir consistió en extraer el óvulo de Lesley para fecundarlo en una probeta con el esperma de John. Dos días después, los médicos implantaron el embrión resultante en el útero de la señora.
Antes confiar en el procedimiento, los Brown se comprometieron a abortar si el bebé presentaba complicaciones irreversibles. Para sorpresa de la ciencia, los nueve meses de gestación transcurrieron sin sobresaltos. Cuando nació Louise, sus padres, incrédulos por el buen estado de salud de la bebé, dijeron que lo hecho por Steptoe y Edwards fue un auténtico milagro. Acertaron al afirmarlo, porque las mujeres con fertilidad esquiva están dispuestas a todo. Incluso hoy, las que logran parir tras un proceso de implantación, sienten idéntico el milagro de la vida que sintió la mamá de Louise en 1978.
La historia de Viviana
Finalmente, Jorge no asiste al espermograma. Por tercera vez reprograma la cita. Viviana se enoja, le dan ganas de terminar el matrimonio. Pero él sabe esperar la calma. Vuelve a prometerle que a mediados de mayo se someterá a la prueba.