El afecto de los padres determina la felicidad de sus hijos para toda la vida

Varios estudios confirman que la tranquilidad mental y el éxito de los niños en el largo plazo están relacionados con el cariño que reciben en sus primeros años.

Por Natalia Roldán Rueda

23 de julio de 2020

Hay que inventar juegos que estimulen el contacto: como hacer bailes o convertirse en un monstruo de abrazos.

Hay que inventar juegos que estimulen el contacto: como hacer bailes o convertirse en un monstruo de abrazos.

Fotografía por: Pixa

Como papás, tenemos la intuición de que el contacto físico es sanador. Sabemos que nuestro bebé dejará de llorar tan pronto lo saquemos de la cuna y lo pongamos en nuestros brazos. Hemos comprobado que el “sana que sana, colita de rana” hace que los niños recuperen la paz. Somos testigos de que, en la noches, después de una pesadilla, un masaje suave en su espalda o una caricia sobre su pelo llevan a que los chiquitos vuelvan a conciliar el sueño. Además, conocemos los beneficios del ‘método madre canguro’, que permite que los bebés prematuros maduren más rápidamente al poner su piel en contacto con la de sus padres la mayor cantidad de tiempo posible.

Sí, como padres lo intuimos pero, durante la última década, la ciencia se ha encargado de demostrarlo: el afecto de los padres en la infancia está vinculado a la salud y la felicidad en el futuro. De acuerdo con Child Trends (organización estadounidense sin ánimo de lucro enfocada en mejorar la vida de los niños y los jóvenes), el cariño permite que los menores se conviertan en adultos con una alta autoestima, con buenos resultados académicos, con facilidades para comunicarse con sus papás y con menos problemas psicológicos y de comportamiento. Por el contrario, aquellos que no tiene padres afectuosos suelen tener una baja autoestima, se sienten alienados y tienden a ser más hostiles, agresivos y antisociales.

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En el 2010, investigadores de la Escuela de Medicina de la Universidad de Duke, en Estados Unidos, encontraron que los bebés de mamás atentas y cariñosas se convertían en personas más resilientes y menos ansiosas. El estudio involucró 500 personas que fueron seguidas desde la infancia hasta llegar a sus 30. En ese análisis, también se evaluó a las madres: alrededor del 10% mostraron bajor niveles de afecto; el 85%, una cantidad normal; y alrededor del 6%, niveles muy altos. Después de cumplir tres décadas de vida, los hijos de las mamás que fueron categorizadas como “extravagantes” por su exceso de afecto, tuvieron una menor predisposición a la hostilidad, a tener interacciones sociales estresantes o síntomas de problemas psicosomáticos.

De acuerdo con los expertos detrás de esta investigación, es posible que estos resultados estén relacionados con la oxitocina, una hormona que libera el cerebro en momentos en los que siente amor y una conexión con alguien. El vínculo creado con los padres puede llevar a que se produzcan mayores cantidades de este químico natural y a que el niño crezca acompañado de emociones más postivas.

Estudios realizados en el 2013 y el 2015 coincidieron con estos hallazgos y agregaron un punto a favor del afecto de los padres: quienes fueron más alzados y abrazados tuvieron menos probabilidades de sufrir depresión y, en términos generales, fueron mucho más compasivos y empáticos al llegar a la adultez.

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Estas investigaciones han reiterado la importancia del contacto piel con piel, especialmente con los bebés, quienes lloran menos y duermen mejor. Además, se ha comprobado que este tipo de contacto impulsa el desarrollo del cerebro. En ese camino también se han confirmado los beneficios de hacerles masajes a nuestros hijos: no solo reducen el estrés, sino que fortalecen el vínculo con los padres.

¿Qué implica ser más afectuoso?

Al revisar estos estudios, un padre podría preguntarse: ¿qué es mucho o poco afecto? Por eso hemos reunido algunas ideas para que aquellos con la inquietud definan si entran en la lista de los más cariñosos y para que todos puedan hacerse un autoexamen y, en lo posible, incluir más abrazos, bailes y juegos de contacto en su cotidianidad.

. Al llegar del hospital con un recién nacido hay que olvidarse del mito que nos han metido en la cabeza: “Si lo alza se va a acostumbrar a los brazos”. No, los niños, especialmente los que acaban de llegar a un plantea desconocido y hostil, necesitan los brazos.

. Inventar juegos que estimulen el contacto: como hacer bailes o convertirse en un monstruo de abrazos.

. Si no eres dado a los abrazos, determina un par de momentos al día en los que les darás un abrazo a tus hijos: puede ser en la mañana y en la tarde, cuando vuelvan a encontrarse.

. Ten presente que se puede generar disciplina desde el afecto. Cuando el niño haga algo incorrecto, pon tu mano en su hombro mientras le preguntas por qué hizo lo que hizo. Luego, dale un abrazo para terminar la conversación, de tal forma que le asegures que lo quieres aunque no estés satisfecho con su forma de actuar.

Para tener en cuenta: el contacto físico también dependerá del niño y de hasta donde te permita llegar. No sé trata de obligarlo a hacer cosas que no le gustan o con las que no se siente cómodo. Hay que ir midiendo esto según las etapas de la infancia.

Por Natalia Roldán Rueda

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