
Según el DANE, el 56% de las colombianas son madres cabeza de familia. / Getty Images
“Perra hijueputa, malparida intensa, busque oficio, no tengo plata”. De este lado de la línea está María Paulina, la mamá de Sara. A medida que el insulto crece, hasta convertirse en un puntapié en el hígado, ella separa el celular de la oreja. El dispositivo quema, las palabras lo recalientan. La voz de su exnovio, Lucas, se esfuma con una colgada abrupta.
Es una escena que se repite los principios de cada mes. La pensión del colegio y la comida de Sara no dan tregua. Para la mamá, la economía hoy se caracteriza por ser todo, menos estable. Y, según la naturaleza, la niña es de los dos. Sara tiene los ojos grandes y oscuros, azabaches, como los del papá. Ella ama compartir con él algunos fines de semana. Los genes no dan de comer, aunque, según la ley, exigen una responsabilidad. Sara nació de un óvulo de María Paulina y de un espermatozoide de Lucas. Pero cada día se siente como si fuera más de su mamá.
—En todas las localidades hay comisarías de familia. Los involucrados deben llevar el registro civil del menor para demostrar el parentesco, hacer la solicitud, indicar la dirección y el lugar de trabajo del papá del menor. Generalmente, las comisarías de familia pueden solicitar, a través de la Fiscalía, una investigación por inasistencia alimentaria, que es un delito penal–dice Doris Patiño Ramírez, abogada especialista en familia.
Las palabras “Perra hijueputa, malparida intensa, busque oficio, no tengo plata” hieren como versos espinosos. María Paulina sabe que Lucas violenta con la intención de disuadir. El miedo es su arma. Atemorizar en el corto plazo es su estrategia. Ya sucedió el día que le pegó. Por eso se separaron y Sara inevitablemente los une.
Sin embargo, contra la furia de una madre no hay amenaza que aplaque. Sara, que cursa segundo de primaria, ve a su mamá poner el celular en un nochero. A su lado la contempla, examina su cara, que contiene las ganas de desahogarse. “Este es un conflicto que no es de ella, la niña no tiene por qué salir herida”, piensa María Paulina. Es un apartamento grande, dúplex, que para ambas se siente pequeño. Viven en la casa de los abuelos Fabiola y Fernando. María Paulina desea un trabajo que le alcance para independizarse de sus padres. Qué más quisiera no tener que volver a llamar a Lucas.
La vida es una rueda imparable. No es la primera y no será la última vez que su expareja la intimide. Acercarse a una comisaría de familia no es una opción, ya fueron a la de Usaquén y, en la conciliación, el propio Lucas fijó en 1'050.000 pesos la cuota. María Paulina tiene presente ese día, porque la asmática Sara estaba recién salida de la clínica. Esperaba una cantidad más discreta, su ex la sorprendió con una cifra que, en teoría, iba a cubrir parte de las necesidades de la menor. Las sorpresas que esconden otra sorpresa son las peores. Lucas 'peló el cobre': unos meses más tarde dejó de consignar. Los insultos, en cambio, empezaron a venir en abundancia. Los adjetivos son misiles teledirigidos. Su objetivo: aterrorizar y lacerar la dignidad.
—Hay dos acciones para María Paulina. La civil obliga a que sea una comisaría de familia la que reglamente la cuota alimentaria. Si el padre se sustrae completamente, es la autoridad penal la que determina el monto. Las cuotas se miden sobre el salario, si no se tiene estimativo, porque es un trabajador no formal o independiente, se trabaja sobre el salario mínimo: el 50% es para el padre, la otra mitad para los hijos–dice la abogada Patiño.
En la primera cuota María Paulina y Sara recibieron 1'050.000 pesos; en la segunda, apenas 600.000; en la tercera bajó drásticamente, y se fueron embolatando la cuarta, la quinta, la sexta. Sobre la mesa quedan dos opciones: resignarse o recurrir a la justicia. Cruzarse de brazos no es una posibilidad. Contra la furia de una madre no hay amenaza que aplaque.
El camino después de la conciliación en la comisaría de familia es la justicia ordinaria. María Paulina se asesora con una abogada, que piensa en el sueldo del involucrado. Lucas es dueño de un local de comidas rápidas y bebidas en un reconocido punto de Bogotá. Una demanda de inasistencia alimentaria captará de su salario lo que le corresponde a su hija. Aunque no saben la cantidad que le pertenece a Sara por ley, ese ingreso aliviaría un poco (y al menos María Paulina no tendría que llamar a rogar). Lo que merece la niña está consagrado en el artículo 44 de la Constitución Política de Colombia: “Son derechos fundamentales de los niños: la vida, la integridad física, la salud y la seguridad social, la alimentación equilibrada… Serán protegidos contra toda forma de abandono, violencia física o moral”.
Inician el proceso. María Paulina es consciente de que una cosa son los recursos y otra son las visitas. Se esfuerza por proteger la salud emocional de su hija. Está a punto de odiar al papá, pero disimula su fastidio, detesta verse obligada a denunciar. Pronto cae otra sorpresa como un meteorito: Lucas es insolvente, se declaró en bancarrota, su negocio pasó a ser de sus padres. El odio es inminente, como una bola de fuego que aviva el problema. Se abre otro camino: la abogada le dice que para obtener recursos es necesario apuntar a los suegros. Que ellos, a través de una demanda, asuman la responsabilidad de su hijo Lucas. Es decir, embargar.
—Hay una figura llamada simulación, que es justamente cuando el papá simula un negocio jurídico, que en realidad no hay, para quitarles alimentos a los hijos. Aquí hay que recurrir a la justicia penal porque estaríamos frente a un fraude procesal para afectar intereses de menores.
“La mujer no podrá ser sometida a ninguna clase de discriminación –se lee en el artículo 43 de la Constitución Política de Colombia–. Durante el embarazo y después del parto gozará de especial asistencia y protección del Estado, y recibirá de este subsidio alimentario si entonces estuviere desempleada o desamparada. El Estado apoyará de manera especial a la mujer cabeza de familia”.
Por culpa de Lucas está en duda la educación y la alimentación de Sara. Por culpa de Lucas, María Paulina debe trabajar el doble, ser una mamá todera. Rendir en el trabajo y ser cuidadora, amiga, médica, psicóloga y maga. Si Sara se enferma, María Paulina cruza los dedos al pedir permiso a su jefe. “Si las mamás no tienen con quién dejar a sus hijos, disminuyen sus posibilidades de seguir creciendo –explica Sthefanía Lizarazo, socióloga de la Universidad del Valle–. Las empresas no están diseñadas para una madre soltera que tiene que responder por su casa y por su empleo. Hay que pedir permiso para recogerlos en la guardería, para llevarlos al médico”.
Podría decirse que, a pesar de las circunstancias, María Paulina es una privilegiada porque está en el 41,9% de mujeres cabeza de hogar que pueden acceder a un empleo por fuera de su casa. “Como los modelos de familia están cambiando, si tenemos tantas madres solteras en Colombia, las políticas deberían enfocarse en que ellas accedan a un trabajo digno, que les permita dedicarse a sus hijos –dice Lizarazo–. En países donde es grande el número de madres solteras se está generando un fenómeno que se llama feminización de la pobreza. Por lo general, el mayor número de mujeres en esos estados son las más pobres”.
María Paulina quiere alejar a Sara del conflicto. A veces se le olvida que su hija ya es una víctima: tiene un padre que casi nunca ve. “Los roles en la crianza de un niño son claves –explica Natalia Izquierdo, sicóloga especialista en familia–. El hombre ofrece practicidad, mientras las mamás ofrecen una manera de actuar más detallada y específica. La combinación de las dos líneas es valiosa para que los hijos gesten su independencia. Además, los niños se comportan de acuerdo a lo que han aprendido en sus ámbitos familiares, si han tenido un papá amoroso y comprensivo, seguramente van a imitar este patrón una vez sean adultos”.
Una guerra familiar está a punto de estallar. Los honorarios de la abogada y los cartuchos emocionales reposarán sobre los hombros de María Paulina. La demanda sería una declaración justa, pero, al fin y al cabo, una declaración. A la mamá bríos no le faltan, por su hija es capaz de mover montañas. Pero calcula que el costo será muy alto. Lo piensa en las mañanas, tardes y noches. Desiste de hacerlo, le agradece a la abogada y continúa su vida sola, procurando lo mejor para su hija. Con o sin papá.
*Los nombres de la familia fueron cambiados para proteger su identidad.
