Esta mujer de 66 años cuidó a su madre hasta el último momento con una amorosa rutina. Desde las seis de la mañana de cada día, la despertaba, sentaba y llevaba al baño. A las siete en punto le daba su desayuno. Después, la sacaba a tomar el sol. A las nueve le daba la merienda y a las doce del mediodía le pasaba el almuerzo. “En la tarde tomaba una siesta, comía su merienda y después escuchaba música o elnoticiero. Luego, le daba su cenita y a eso de las siete de la noche le ponía su pijama y se acostaba a dormir”, recuerda Coy.
Su madre, María Helena Orjuela tenía diabetes e hipertensión. Con el paso del tiempo perdió el sentido de la vista y comenzó a sufrir de dolencias más recurrentes. “Ella era una mujer muy guerrera, cuando se quejaba era porque estaba mal, pero nosotros nos quedábamos admirados porque la mayoría de las veces no se quejaba”.
Explica con cariño y orgullo que fue quien le enseñó a ser una mujer honesta, buena y trabajadora. “Mi mamá era muy trabajadora, cultivaba la tierra y tenía ganado”, cuenta.
Y así como ella ha sido dedicada a su progenitora, hay miles de mujeres cuidadoras que asumen una misión interdisciplinaria, multitarea y titánica, que en la mayoría de los casos carece de reconocimiento económico y social. Y que pone a prueba la resistencia diaria. “Le entregaba el cansancio a Dios, quien me dio la licencia para estar con ella hasta el final”, relata.
En su caso, los domingos le daban un aire a sus semanas, pues sus hermanos, la apoyaban. “Ellos se ponían sus delantales y le hacían su almuerzo, la sentaban, la chuchiqueaban. Y ella se sentía feliz, se sentía muy contenta de que fueran mis hermanos para visitarla”.
Las jornadas cambiaron cuando su madre murió. Aunque es el curso natural de la vida, la pérdida fue dolorosa. “Al principio fue terrible, me hacía mucha falta, porque ella era mi compañera, pero con el pasar del tiempo empecé a dedicarme a mí”, expresa con la voz entrecortada.
Y en ese punto de la vida, Coy como las orugas, siguió su metamorfosis. Si la razón por la que se levantaba ya no estaba presente, ¿qué haría ahora? Decidió levantarse a caminar, a pensar en su bienestar y dedicarse tiempo.
Ahí encontró una alternativa: el convenio de Compensar con la Secretaría Distrital de la Mujer. “Probé varias opciones y me quedé en natación. También estoy aprendiendo a pintar. Nosotros estamos muy agradecidos con Compensar, porque realmente fue un regalo muy bonito. Ahí estamos y si nos dan más, pues ahí estaremos”.
Esta iniciativa entre el sector público y privado le ha permitido compartir tiempo de calidad con su hermana Flor, con quien alternaba la labor de cuidado. Asisten juntas como dos pequeñas, ella se siente “viva, relajada, lo disfruto, lo gozo y salgo como con otro ambiente”.
“Nos hemos sentido muy bien y gracias a Dios, nos dieron bastantes oportunidades de estar en estos espacios haciendo los cursos y realmente uno sale de la monotonía de la casa, además, con las amigas del barrio que también participan tomamos café, hablamos, salimos y caminamos”, agrega.
Incluye en su lista, clases de rumba, gimnasio y biblioteca; actividades de las que ya se han beneficiado en los primeros 6 meses del convenio cerca de 500 mujeres como Gloria quienes, además, pueden acceder a los servicios de la agencia de empleo de Compensar, así como a orientación sicológica y jurídica por parte de la Secretaría de la Mujer. Soluciones que buscan aportar a que las mujeres cuidadoras sean más sanas, productivas y felices.
A las personas cuidadoras, Gloria les recuerda que deben dedicarse tiempo. Que nunca hay límite para que las alas que siempre han tenido se extiendan a aires más serenos y plenos, disfrutando de experiencias llenas de bienestar integral.

