¿Para un ateo tiene sentido la navidad?

A falta de adornos decembrinos en mi apartamento, mi celular se llenó de fotos de pesebres, alumbrados y mensajes religiosos con caras del niño dios. Sobran razones para detestar esta época de brevas con arequipe y panetones.

Por Alberto Ochoa Mackenzie

08 de diciembre de 2018

Pixabay

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Ayer 7 de diciembre quise mandar mi noció del tiempo al carajo. Tener el celular sin aplicaciones y seguir bebiendo como si fuera cualquier noche del año. Disfruté ver por la ventana algunos juegos pirotécnicos que asocié más con la belleza de los colores primarios que con el insoportable día de las velitas.

Primera razón: no se puede leer una noticia en Internet porque por todo lado figura la pauta para que compre relojes, videojuegos y ropa. Sé que durante el año la carnada consumista está a la orden del día, pero desde que arrancó diciembre las marcas se vuelve invasivas. Nos las quieren meter por el ombligo. Mi yo consumista le dice a la industria “no van a poder conmigo. Promociones: ¡no les creo!”.

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Segunda razón: tengo mi cruzada contra las religiones. Y es inevitable asociar diciembre con el nacimiento del niño dios, las novenas, las reuniones familiares, el arbolito, la estética gringa de la nieve y Papá Noel.

¿Hay algo peor para un ateo que ir a misa? La respuesta es “sí, sí lo hay”: cuando te acercan los valores de sus creencias y no hay lugar a donde escapar. Por ejemplo, sucede en el trabajo. De recursos humanos ya nos enviaron la programación de novenas, en las que cada departamento debe aportar para los buñuelos, la natilla y el grupo musical (También le puede interesar Soy heterosexual, pero confieso que un día me gustó un hombre).

Tercera razón: por whatsapp mis tías católicas mandan fotos del pesebre de la Iglesia, el pesebre en el barrio, el de la casa, el que están vendiendo en porcelana (“más bello”). Las envían al grupo familiar. Yo estoy que les escribo “no más fotos de José, María y Jesús, no más fotos del padre rezando en la parroquia, no más religión en mi celular”, pero tampoco soy tan desalmado.

Cuarta razón: la música navideña me sabe a cacho (esto es un decir, el cacho es delicioso). Menos mal me voy a Cali a celebrar. Allá pegan los Cincuenta de Joselito, José Feliciano, Tony Camargo, los villancicos... ese dulce navideño, pero al final se impone la salsa.

En menor medida sonarán Aires de navidad (Willie Colon y Héctor Lavoe) y Cali Pachanguero, que no es tan grave como Pastor López y la Billos Caracas Boys.

Quinta: el tráfico colapsa porque la gente se va como loca para los centros comerciales. Por eso es más bacano quedarse en la casa o ir a tomar donde amigos que no vivan tan lejos. Para ir a rumbear a un bar cuya pista de baile parece un Transmilenio, prefiero ver películas, series, acompañado de un whisky, como siempre suelo hacerlo. Como si no estuviera en navidad.

Por Alberto Ochoa Mackenzie

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