Reymar Perdomo: la sinfonía de los refugiados

Salió de Venezuela con una mochila, cien dólares y una guitarra. En Perú cantó por primera vez en un bus y, en medio de su duelo migratorio, compuso Me fui, una canción que se convertiría en el himno de los migrantes.

Por Adriana Abramovits
26 de noviembre de 2019
Reymar Perdomo: la sinfonía de los refugiados
Daniel Esteban Álvarez

Daniel Esteban Álvarez

No conozco una persona que no se sensibilice con la historia de Reymar. Quizás sucede porque ella nos ayuda a ponerle rostro a los cientos de venezolanos que vemos diariamente ganándose la vida en las calles. Su testimonio es la representación de millones de refugiados que han tenido que huir en situaciones precarias a cualquier destino que les ofrezca mejores oportunidades. Su travesía por Suramérica nos enseña a viajar livianos de equipaje, a dignificar la labor del artista, sin importar el escenario, y a creer en el talento propio, porque uno nunca sabe quién lo está escuchando y en qué momento nos puede cambiar la vida.

Sentada en una banca del Parque Kennedy de Lima, compuso Me fui, una canción que explica la osadía de salir de su país. La cantó desconsoladamente y un desconocido la grabó, subió el video a You-Tube y fue así como llegó a manos del periodista Daniel Samper Ospina, quien hizo lo imposible para traerla a Colombia, donde Sony Music la firmó con más de 16 artistas internacionales de la talla de Fonseca, Fanny Lu y Silvestre Dangond. Esa versión supera dos millones de reproducciones.

Este año, Reymar abrió el concierto Aid Live en la frontera, frente a 350.000 personas, y recientemente se presentó en Ginebra, Suiza, ante el Comité Ejecutivo del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR) para solicitar ayuda humanitaria.

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P: ¿Qué le hizo salir de Venezuela? ¿Qué recuerda de ese momento?
R: La decisión de irme la tomé cuando no me quedó ni un solo motivo para quedarme. Traté de surgir con mi música de todas las formas posibles hasta que llegó el hambre. Yo era profesora de canto y mis estudiantes no tenían cómo alimentarse. Tanto era el arraigo que mi mamá hizo un plan para sacarme de la casa y del país. En el momento en el que tenía un pie en el bus y el otro en Venezuela sentí que se me partió el alma. No quería hacerlo. A lo que mi mamá reaccionó diciendo que era por mi bien, que algún día la iba a entender y que ella estaba cien por ciento segura de que, cuando cruzara la frontera, alguien me iba a escuchar.

P: ¿Cómo fue la travesía? ¿Hacia dónde se dirigía?
R: Comenzó en Charallave, Estado Miranda, Venezuela. En la frontera colombo-venezolana me robaron una de las maletas donde llevaba toda mi vida y 100 dólares, de los 200 que había ahorrado. Sin dinero y sin ropa, pero con algo de esperanza, seguí adelante. No sabía exactamente qué ciudad, qué clima, ni qué gente me esperaban, solo sabía que se llamaba Perú. Empecé, desde la destrucción completa, a ganarme la vida desde cero, sabiendo que en cualquier momento todo podía cambiar.

P: ¿Cómo fue la primera vez que cantó en un bus?
R: Fue algo realmente duro para mí porque no tenía trabajo. Caminé y busqué muchas opciones para cantar en bares, pero me decían:  “En Venezuela pudiste haber sido lo que quieras, pero aquí sencillamente hay trabajo duro, pesado”. Ofrecían 10 soles (10.000 pesos colombianos) por limpiar pisos. En una de esas, caminando con mi guitarra, me conseguí a un señor que cuidaba autos. Me dijo que por qué no lo intentaba cantando en los buses. Ofendida le dije que cómo se le ocurría,que en Venezuela no había hecho una carrera para estar cantando por una moneda. Me bastaron cinco minutos para entender que era la única opción. Alguien que vendía caramelos se dio cuenta y gritó “móntate que yo te ayudo”, me dio un empujoncito y comencé a cantar. Me salió una canción de Chino y Nacho, pero tuve una pésima interpretación, porque la vergüenza y la pena me estaban matando. Cuando terminé, decidí no recoger el dinero porque si yo hubiese estado del otro lado, como pasajera, no me lo hubiese dado. Me bajé del bus y alguien por la ventana lanzó 10 céntimos. En ese momento me eché a llorar. Al lado mío se sentó otro venezolano que estaba en situación de calle, con una historia mucho más trágica que la mía, y me dijo “no es lo que hagas, sino cómo lo hagas”. Tienes que ganarte a la gente, tienes que crearles la necesidad de que te den la moneda, incluso antes de cantar.

P: ¿Cómo fue el proceso de escribir 'Me fui'?
R: Partió de un desahogo, en una plaza limeña que se llama el Parque Kennedy. Las primeras frases fueron: “Me fui, con mi cabeza llena de dudas, pero me fui”. Ese día fui víctima de un acto xenófobo cuando alguien se me acercó y me partió la guitarra en dos. Con las monedas que había reunido fui a la tienda de instrumentos y solo me alcanzaba para un ukelele. Sin saber tocarlo, lo llevé a la casa y comprendí que todas esas frases que había escrito en la plaza estaban tomando sentido bajo el ritmo de este nuevo instrumento.

P: ¿Cómo conociste a Daniel Samper Ospina?
R: Cuando la canción se hizo viral en redes sociales, le di entrevistas a muchas cadenas de televisión, como CNN y Univisión. En ese momento entendí que la fama y el dinero no van de la mano, aún seguía sin un centavo. Un día me llega un correo de un youtuber colombiano que dijo que quería hacer un video conmigo. Yo me imaginaba a un chico de 17 años, pero se trataba de Daniel Samper Ospina. Estaba cansada de las entrevistas, pero mi mamá me dijo que uno nunca sabe dónde están las oportunidades. Sin mucha fe, le dije a Samper que sí, que viniera, y cuando lo conocí hicimos una gran conexión. Me preguntó que quiénes eran mis artistas favoritos y le dije que Carlos Vives, Andrés Cepeda y Santiago Cruz. Al mes, Samper me llama y me dice que quiere hacer una crónica conmigo. Según él, quería replicar el ejercicio de cantar en buses, pero esta vez en Bogotá. Me parecía una propuesta extraña, pero acepté, sin saber que dentro del bus al que me subí a cantar estarían sentados mis tres cantantes favoritos. Daniel me dio la mejor sorpresa de mi vida. En ese momento volví a creer en la gente.

Por Adriana Abramovits

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