Ángela María Robledo, Angélica Lozano y Paloma Valencia: unidas por las mujeres

Las senadoras hicieron a un lado sus diferencias ideológicas para hablar de algo que nos une a todas: ser mujer en medio de una sociedad en la que aún somos discriminadas, acosadas y asesinadas.

Por Natalia Roldán Rueda

01 de abril de 2019

Ángela María Robledo, Angélica Lozano y Paloma Valencia. / Fotos: David Schwarz.

Ángela María Robledo, Angélica Lozano y Paloma Valencia. / Fotos: David Schwarz.

Les mostramos los tacones que conseguimos para las fotos y vemos en sus miradas una mezcla de confusión y espanto. Son negros, elegantes y sencillos, pero las elevan unos 10 centímetros del suelo. Para ellas, se parecen mucho a unos zancos. Sus días agitados, de desplazamientos largos y jornadas extensas y extenuantes, las alejaron hace años de este tipo de zapatos. Si les hubiéramos llevado tenis, se habrían sentido más a gusto, más cómodas y, sobre todo, más seguras: vimos a Angélica desfilando, como si estuviera en medio de una pasarela, para ver si les “cogía el tiro” y evitaba la caída desde esa altura vertiginosa. 

Ángela María Robledo (Colombia Humana), Paloma Valencia (Centro Democrático) y Angélica Lozano (Alianza Verde) son mujeres que trabajan en un mundo que tradicionalmente ha sido de hombres. En ese sentido, son más parecidas de lo que creemos, a pesar de todas sus diferencias. Para abrirse campo en un medio tan competitivo y masculino, han tenido que ser fuertes, disciplinadas, resistentes. Han debido probar que son capaces, inteligentes, apasionadas. Se han visto obligadas a hacer sacrificios, a hablar fuerte, a demostrar que tienen carácter. Se han acostumbrado a andar sin tacones, a pensar y a moverse con agilidad, a ir un paso más adelante para que la discriminación no las tome por sorpresa. 

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Antes de preguntárselo, Ángela María Robledo me cuenta que es feminista. Lo repite una y otra vez durante la entrevista. Paloma Valencia, por el contrario, no considera que esa palabra la describa. Todo parece indicar que me enfrento a los dos lados de la moneda. Entonces pregunto, a cada una por aparte y a la espera de respuestas muy diferentes: “¿Para usted qué significa ser mujer?”.

— Es una revolución cotidiana para conquistar la libertad y la igualdad –contesta Robledo–. Es la posibilidad de reinventarnos, de afrontar obstáculos grandes y sutiles en sociedades patriarcales. Lo más satisfactorio de ser mujer es mantener la fuerza transformadora.

— Es un desafío que estoy descubriendo –responde Valencia–. Es estar en un mundo diseñado por hombres y para hombres, en el que estoy tratando de ser igual para descubrir que en realidad somos muy distintos. Pero sigo defendiendo la idea de que un mundo equilibrado es un mundo mejor. Lo que más me gusta es el reto que supone no conocer el camino, es tener mi bebé, es saber que hago parte de un género que sigue en una lucha por la igualdad, que todavía hay mucho por hacer. 

Lozano también me da su punto de vista: 

— Soy feminista. Mi lucha es por la igualdad, porque es una causa democrática. Le ha hecho mucho daño a la cultura la lógica de Ricardo Arjona: “Ni machismo ni feminismo”. Porque no son antónimos. El machismo es una estructura de poder viejísima. No sé nada de ramas del feminismo, pero soy consciente de que hay una desigualdad estructural que hay que corregir. No es nada contra los hombres, solo se trata de equilibrar las 
oportunidades. 

A pesar de sus diferencias políticas, en ocasiones radicalmente opuestas, hay mucho en lo que concuerdan. 

Cuando Amapola tenía un mes, Valencia le dijo a Cromos: “Ser mamá tiene un montón de beneficios individuales, pero tiene unos costos sociales muy altos y la pregunta es si en la política caben mujeres mamás”. Por esos días ella estaba preocupada, tenía la ilusión de seguir adelante con su carrera y, a la vez, estar cerca de su hija, por eso decidió llevarla a los viajes, a las sesiones del Congreso, a la oficina.

— Dos años después, ¿cómo le ha ido en esa búsqueda de ser madre y política? ¿Lo logró?
— Es difícil, creo que todavía no lo he logrado del todo. Pero lo intento y básicamente lo hago imponiendo límites, conociendo mis propios límites, volviendo a jerarquizar y sabiendo que, aunque tiene costos en la vida laboral que no puedo evitar tener que pagar, hay cosas como mi bebé que necesitan tiempo. Y los asumo con conciencia y valentía frente a lo que eso supone. 

Angélica Lozano me dice que desde muy joven se dio cuenta de las diferencias entre ser mamá y papá en el mundo de la política, ya que tuvo la oportunidad de ser asistente de Ingrid Betancourt y de Antonio Navarro. “Ella hacía todo tipo de maromas para recibir a los niños del colegio, volver al Congreso, hacer tareas por teléfono… Y más adelante, cuando decidió lanzarse a la presidencia y tuvo que sacar a sus hijos del país por seguridad, vi cómo eso la desgarró. Ella asumió ese costo pero le lesionó el alma. En cambio él, Navarro, aunque era un papá muy dedicado, tenía toda la libertad para viajar y trabajar sin hacer grandes esfuerzos ni sacrificios”.

— Ser mujer en la política es durísimo –agrega Valencia–. Solo en este campo pude ver lo que significa el machismo y que las puertas se te cierren. Y tuve que enfrentar el embarazo y la maternidad en una vida profesional hipercompetitiva. Pero también ha sido la oportunidad de saber que se puede, que a pesar de las dificultades es posible ganar lugares de respeto. 

Como si estuvieran dialogando entre ellas –reitero que las conversaciones las tuvimos por separado– Ángela María Robledo comenta: “El mundo de la política te hace olvidar la solidaridad femenina. Hay una constante tensión entre cooperar y competir, esa es de las tareas bien difíciles de las luchas femeninas en la política”. 
Entonces vuelve a entrar Lozano, en esta conversación construida por mí con las anécdotas contadas por ellas, y matiza el panorama desde su experiencia: “Yo entré muy joven a la política y a trabajar en labores cívicas. Me regalaba para todo en un medio en el que solo había hombres. Eso de ser la única en una realidad tan masculina terminó siendo una oportunidad, porque me permitió brillar –asegura con esa mezcla tan suya de realismo y optimismo–. Ser mujer hizo que fuera llamativa y me dio alas, pero soy consciente de que el mío fue un caso muy particular”.  

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La política es un escenario hostil, de competencia, de trabajo prolongado y excesivo. 
— ¿Por qué las sesiones del congreso tienen que empezar tan tarde y extenderse hasta las 12:00 de la noche? –dice Robledo.
— La gente ‘pajarea’ toda la mañana y terminamos trabajando en la noche, porque además dicen que es la hora en la que hay más rating –agrega Lozano–. Deberíamos llegar al punto de Suecia, donde tantas mujeres hacen parte del Congreso que lograron que se estableciera un horario de oficina como cualquier otro, de 9:00 a.m. a 6:00 p.m. 

Para lograr algo como esto, la voz de las mujeres en el Congreso debe oírse más alto, más fuerte. Deben unirse, trabajar por propósitos comunes. Por esta razón, para ellas, la ley de cuotas –que garantiza la participación de un 30% de mujeres en la política–,  marcó un hito muy importante, aunque puede llegar más lejos: “La ley de cuotas se queda corta, debería ser del 50% –dice Lozano–. Las mujeres no están en los espacios decisorios que determinan la llegada a muchos cargos, por eso necesitamos medidas como esta”. 

Para Paloma, el asunto es de sentido común: “Donde no haya mujeres hay que llevarlas, es el camino para derrumbar el techo de cristal. Es la manera en que les podemos decir a nuestras niñas y jóvenes que ellas también pueden estar ahí”. 

Las senadoras, durante la conversación, mencionan las complejas problemáticas a las que se enfrenta la mujer colombiana. Son muchas, reúno solo algunas a las que llegan las tres de una u otra forma:

Las jóvenes no tienen opciones 

“Estamos fallando en la oferta de oportunidades para las mujeres jóvenes en este país –asegura Paloma Valencia–. Muchas de ellas quedan embarazadas en la adolescencia, luego tienen más hijos y ya dependen tanto de sus parejas que para poder garantizar la subsistencia de sus hijos tienen que aguantar incluso el maltrato”. 

Las licencias de maternidad les quitan oportunidades

“La licencia de maternidad es un arma de doble filo, porque no incluye a los hombres –dice Angélica Lozano–. No puede ser que sigamos en el plan del papá decorativo que hace el favor de jugar con el niño, que hace el favor de bañarlo… Es ideal que las mujeres permanezcan la mayor cantidad de tiempo con su bebé, pero eso también implica un sesgo laboral a la hora de seleccionarlas en una entrevista de trabajo. ‘Esta mujer está en edad fértil, luego me sale embarazada… mejor contrato al hombre’”.  

La cultura las hace responsables del cuidado

— Casi el 30% por ciento de los niños no conoce a su papá –anota Angéliza Lozano–. Hay mucha soledad en la crianza. 
—En Colombia, la casa es la primera trinchera –asegura Ángela María Robledo–. Y además hemos heredado mucho de la religión católica, que ha establecido que las únicas que nos podemos dedicar al cuidado del hogar somos nosotras. Si no lo hacemos, a nosotras se nos culpa de los males de la familia. 

El machismo las está matando

“El feminicidio es un asunto de un poder brutal de los hombres sobre las vidas de las mujeres –dice Robledo–. Es un crimen de odio frente al cual las sociedades todavía mantienen una enorme indiferencia. Aquí tenemos una cantidad de leyes que si se aplicaran evitarían las muertes de las mujeres. Pero tenemos unas comisarías de familia débiles. Tenemos una ausencia de trazabilidad entre la denuncia que llega a las comisarías (ese ‘SOS’ de ‘me pueden matar’) y la Fiscalía, a donde no llega la información. Tenemos un fiscal general que ha dicho que la violencia intrafamiliar congestiona las comisarías y los juzgados y que por eso debería ser conciliable. Tenemos una institucionalidad que no crea las condiciones que necesitamos y que no les cree a las mujeres y las revictimiza. Eso termina en que las matan”.

Sobre el machismo y el feminicidio, todas se desbordan en indignación:
— En este país, las mujeres son, como los niños, una propiedad –dice Valencia–. Los hombres defienden esa propiedad. Es que la familia colombiana está en crisis. Tenemos cifras que son gritos de alarma: un niño es violado cada media hora. 
— Hay un machismo instalado muy preocupante –comenta Lozano–. Somos de la cultura de “conmigo o muerta”. Por lo general los feminicidios los cometen las parejas o las exparejas. Hay que articular las comisarías de familia con la Fiscalía y con la Policía… Y hay que creerles a las mujeres.

Después de encontrarse con la noticia de Moreno, Valencia contactó a Juliana Pungiluppi, directora del Bienestar Familiar, para montar un proyecto con esa entidad. “Queremos que ofrezca programas de familia que permitan ayudarles a las mujeres que están en situación de violencia, para que tengan la certeza de que no deben aguantar ningún maltrato porque, si deciden abandonar a sus parejas, el Estado estaría dispuesto a ayudarlas a sacar adelante a sus hijos. Necesitamos ofrecer talleres de habilidades parentales. A veces los papás son malos porque nadie les ha dicho como deberían ser”. 

Para Valencia ese es uno de los caminos que se pueden tomar para empoderar a las mujeres, pero también cree que es clave, a largo plazo, ver a más mujeres en posiciones de poder y considerar medidas diferenciadas para ellas: “Tenemos que pensar en que las mujeres puedan trabajar desde la casa o buscar horarios para que empiecen más temprano, de tal forma que puedan regresar más temprano a su casa. Debería haber normas para tener jardines y guarderías en los espacios de trabajo. Hay un enorme déficit de tiempo de las mujeres con la familia y mientras el mercado laboral no les permita tener más tiempo, muchas tendrán que abandonar sus carreras. Cuando usted tiene que escoger entre su trabajo y su bebé, usted escoge a su bebé”. 

Lozano agrega: “La licencia debería ser de maternidad y paternidad, compartida, para que sea el mismo tiempo para hombres y mujeres, y así no son solo ellas las responsables del hogar, ni solo ellos los que consiguen los trabajos. Una norma de ese tipo impulsará a las parejas a que empiecen a renegociar muchas cosas que antes eran normales. Ahora tiene que haber turnos. Es la sociedad la que gana si le quitamos presión a esa olla. Los hombres también sufren el machismo, ese rol de ser el varón, el que paga, el que pone... Esta lucha es con los hombres, no contra los hombres”.

Y Robledo se suma: “Las familias tienen que empezar a ser espacios democráticos. Tenemos que compartir la crianza. Las mujeres tenemos que llegar a cargos directivos y, desde ahí, luchar por la igualdad salarial. Porque todas queremos ser reconocidas, pero tenemos que ejercer un poder transformador. Por eso, no es suficiente tener cuerpos de mujer en el Congreso, tenemos que tener una agenda de mujer que hable seriamente sobre maternidad, aborto, derechos sexuales reproductivos… Nos falta avanzar mucho”. 

Todas concuerdan en el poder de la cultura, de los medios de comunicación y de la publicidad en estas revoluciones sociales. “La gente, por lo general, piensa que con leyes se arregla todo, pero en este país la ley va detrás de la cultura”, dice Valencia, y prueba de ello es que las leyes en pro de la mujer existen pero aún no sirven. “De las revistas, de las canciones, depende que se refuerce un estereotipo o que se empiece a cambiar”, asegura Robledo. 

— ¿Para usted el tema de la mujer es un asunto de la izquierda? –les hago esta pregunta a las tres al finalizar cada entrevista, porque en el desarrollo de este texto me encontré esta afirmación un par de veces. La respuesta de todas se resume en estas palabras de Lozano.
— La igualdad solo va a ser posible si desde las diferencias aportamos. Y habrá cualquier cosa: paz, desarrollo económico... Una transformación potente será posible si trabajamos desde todas las orillas. 

Por Natalia Roldán Rueda

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