Así son los semifinalistas de La Voz Kids

Estos niños han tenido un efecto inspirador en Colombia que ya los hizo a todos ganadores.

Por Natalia Roldán Rueda

28 de abril de 2018

Así son los semifinalistas de La Voz Kids

Cuentan los rumores que una extraña calma ronda las calles de Altos del Rosario, en el Caribe colombiano. A las 8:00 de la noche todos se guardan, ya no para escapar de la violencia amenazante que siempre mantenía a la población temerosa y alerta, sino para ver a Víctor Swing en la pantalla. A sus 13 años, este sincelejano le mostró a ese barrio que lo vio crecer que solo se necesitan ganas y trabajo para llegar lejos. Sus vecinos lo buscan todas las noches en La Voz Kids para encontrarse a sí mismos; él es todo lo que ellos pueden ser. Por eso, desde hace unos meses, algunos jóvenes han empezado a dejar las pandillas y a reemplazar el trago y las drogas por la música. Esa noticia hace que Víctor ya se sienta ganador. “Es el premio más grande que puedo recibir”, dice este salsero amante de los retos. 

 

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Lo mismo sienten en La Chinita, barrio de Barranquilla, cuando la dulce ‘Azuquitar’ se sube al escenario y alcanza esas notas altísimas, con la misma potencia de Rocío Durcal y sin que se le mueva uno solo de sus crespos perfectos. Ella demuestra que en ese barrio no solo hay tragedias sino mucho talento. Por eso le escriben, la felicitan, le dan las gracias. Allá, en la Costa Atlántica, ella es famosa, como el rancherito David Tarapues en Cumbal (Pasto), donde lo esperaban, después de las audiciones a ciegas, en medio de una fiesta: “Me felicitaban y me pedían fotos, muchas fotos. Me halaban como un peluche hasta que me puse a llorar”. A sus 7 años –y con esa personalidad reservada y tranquila que solo explota cuando canta– quedó abrumado ante tanto afecto, ante tanta atención. 

 

Los quince finalistas de La Voz Kids ya son estrellas. Y lo son, no solo por su talento ni por esa disciplina que los hace resplandecer en el escenario, sino porque su luz se extiende mucho más allá de la música. Son niños bondadosos, generosos, responsables y humildes. Al preguntarles qué van a hacer si ganan, la mayoría permanece en silencio. Piensan largo, pero su mente se queda en blanco. “¿Es una pregunta muy difícil de responder?”, añado, al ser testigo de esa sorpresa que sienten de no haber pensado si quiera en la posibilidad del triunfo. Me dicen que sí, que todavía no lo saben. Y los que tienen una respuesta clara, me explican –mientras tratan de mantenerse fuertes y ocultar sus ojos que se hacen agua– que esperan darle una mejor vida a su familia; o ayudarles a los niños del Chocó o de La Guajira, “que son más fuertes que yo, aunque aguantan sed y hambre”, me dice Carlos Mario Castro, el tumaqueño que saca carcajadas en el set de grabación y que siempre anda con una sonrisa, a pesar de haber crecido en una región donde ve “que las personas mueren a pesar de que no tienen la culpa”.

 

Equipo Yatra

 

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“En Colombia, la gente no se lanza a la política para arreglar el país sino por el poder que puede conseguir, por las personas que puede conocer, por la honra, por vivir en una mansión… Nuestros candidatos tienen que cambiar”, me explica Giuliana, a sus 11 años, como si estuviera en medio de un debate presidencial. Responde con el mismo carácter y con la misma fuerza con la que interpreta canciones de Whitney Houston, sin el más mínimo temor de no alcanzar esas notas que ascienden hasta la estratósfera.  

 

Hay una sabiduría en estos niños que hace que uno sienta que habla con abuelos. Lo mismo ocurre con Robert Farid, el cucuteño que, detrás de su mirada de galán y su ‘bacanería’ desbordada, oculta la madurez de aquellos que han palpado la dureza de la vida: “Si yo ganara, lo primero que haría sería comprarles una casa a mis padres, porque no quiero verlos sufrir más”. Acto seguido lleva sus manitas a la cara y él y su papá, incapaces de contener el llanto, se resguardan en un abrazo. 

 

Son niños sensibles, muy sensibles. “Yo quisiera ayudarle a la gente, crear una fundación o un colegio porque muchos niños no tienen lo que uno tiene”, asegura Juanse, quien pone todas esas emociones frente a los jurados y, con su delicado color de voz, encanta al público con baladas que, en unos añitos, tendrán a las niñas haciendo fila para oírlo.

 

Incluso David Tarapues, el menor del equipo, lleva con él la sensibilidad y la sabiduría que ha absorbido de la vida en el campo: “Me gustan los paisajes, las aves, el volcán… La canción que más me ha gustado cantar en el programa es Palomita blanca, porque yo tengo una paloma y es blanca. Se había perdido, porque ella sabe volar, pero ella regresa porque es enseñada y llega a comer a la cocina”, cuenta tímido, con su voz tenue y ronca, antes de aclarar, en compañía de una sonrisa pícara, que no solía cantar rancheras, porque los trajes le parecían vestidos de mujer. 

 

A Víctor Swing lo mueve el cambio que ve que puede generar en su región, donde empezó a darse a conocer después de que lo descubrió su hermano, quien tiene una orquesta de música tropical y alguna vez lo oyó siguiendo sus canciones en un ensayo. “‘Este niño tiene talento’, dijo, y empezó a guiarme por el mundo de la música. Tenía como 7 años y me comencé a presentar en clubes con la orquesta. Una canción de Eddy Herrera me lanzó al estrellato”, cuenta con humildad. 

 

Equipo Fanny Lu

 

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—¿Cuál fue la primera canción que cantaste? –le pregunto a Jorge Nasra Molina, desprevenida, incauta. 
—Por ti volaré –veo cómo su mamá, en medio de susurros, lo invita a que me cante. Él, como si hubiera sido una invitación a jugar, arranca sin dudarlo.
Por ti volaré, espera que llegaré, mi fin de trayecto eres tú, para vivirlo los dos. 

 

Sentí que el mundo quedó en pausa. Que solo existía Jorge, con esa voz poderosa y conmovedora, ofreciéndole su música al planeta. En unos cuantos segundos mis ojos se llenaron de lágrimas. Él sabe lo que es capaz de hacer con su canto, que, si pudiera, les enseñaría lírica a todos los niños de Colombia, “porque es hermosa, calma, ayuda a la concentración y aleja de la violencia, de las cosas malas, de los vicios”. 
La Voz Kids es una máquina del tiempo que nos regresa a nuestra propia infancia, cuando nosotros, también, soñábamos en grande y pensábamos en las cosas que realmente importaban. “Yo quiero ser arquitecto y virólogo, para encontrar vacunas que curen las enfermedades y así lograr que no haya sufrimiento. Y, claro, siempre seguiré cantando, no por ser famoso, sino porque me apasiona”, me explica Steven Lucas,  este monteriano que es cantante y poeta, y le queda tiempo para ganarse becas y hacer los quehaceres de la casa y así ayudar a su mamá.

 

Son niños polifacéticos, que la sociedad aún no ha limitado. Por eso Brayan, cuyo motor es su curiosidad incesante, aprendió a tocar piano, guitarra, percusión, trombón, corno y clarinete. Todo aquello que llama su atención es una excusa para meterse a Internet y encontrar respuestas. Esa es una de las razones por las que a este autodidacta le gusta ser niño: “Tienes tiempo para hacer cosas bonitas, para ser libre, para jugar. Los adultos siempre están trabajando”.  

 

Cami, por su parte, está lista para viajar de Cúcuta a Bogotá para actuar en telenovelas, grabar discos, presentarse en conciertos… Su histrionismo hizo que, entre todos los consejos que les dan los entrenadores, uno quedara clavado en su cabeza: “Que actúe lo que canto, que me meta mucho en la canción, que sienta cada palabra para transmitirle eso a la gente”, cuenta extrovertida, pero con la sencillez de una diva que no va a dejar que la fama se le suba a la cabeza. 

 

Majo (‘Azuquitar’) no se queda atrás en planes. Además de trabajar para ser una cantante famosa –como Celia Cruz–, también será veterinaria. “Me gustan los gatos, los perros, los conejos, los morrocoyes... pero si te digo la lista completa no vamos a terminar. Tenía siete gatos pero le di mi gatica a una señora y le dije que le diera todo el cariño”.

 

Equipo Cepeda

 

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“Nunca te rindas –le dijo Andrés Cepeda a Chevy–. Este es solo un pedacito de tu vida y vendrán muchas otras cosas bonitas”. Esas palabras de su entrenador resuenan hasta hoy en su cabeza y le han permitido eliminar la angustia de la competencia. “Yo en el escenario siento adrenalina, emoción, ansiedad, pero miedo no –dice con esa sonrisa enorme que no lo desampara–. Lo bueno de ser niño es que uno no tiene maldad, uno no se pierde en vicios y carros costosos, los míos son de Hot Wheels”. 

 

Contrario a los adultos, estos niños se dedican a tumbar barreras y hablan sin reparos sobre aquello que debería ser diferente en el mundo: “Me gustaría poder cambiar la violencia de Colombia y el maltrato a las mujeres y a los niños, quienes no deberían trabajar, sino hacer lo que les gusta: estudiar, cantar, jugar fútbol…”, asegura Tomás, este manizalita romántico de 12 años y amante de las boinas que encantó al público con su vozarrón y sus hoyuelos.

 

El carisma y la autenticidad corre por la sangre de los participantes de La Voz Kids, quienes han sido artistas desde que llegaron al mundo y nunca han conocido la vergüenza: “En una clausura de mi colegio, cuando tenía 3 años, me subí a la tarima y dije que iba a cantar –recuerda Carlos Mario–. Mi mamá se preguntaba yo que hacía allá arriba, ella no sabía que yo cantaba y ahí descubrieron mi talento. Me decían el cantante y la pipa, porque tenía una barriga muy gorda”. 

 

Santiago también empezó tempranito su camino artístico: “A los 3 años, una tía me enseñó a bailar. A los 4 ya bailaba salsa a la perfección. A los 5 canté la primera canción que me aprendí. Y a los 8 era un maestro de la champeta”, explica este atlanticense que lleva todo el sabor caribe por las venas, ese que permite que a sus 10 años ya sea todo un Don Juan. 

 

Son pilísimos. Lo suyo no es solo talento, sino disciplina, juicio, entrega. 
—¿Cuántos años tienes? –le pregunto a ‘La Carranguerita’.
Si te digo “Tengo 15”, me comparan con Pinocho. Tengo 9 menos 1, mejor dicho, tengo 8 –no titubea, no trata de hacer memoria, las palabras salen fluidas y fresquitas por esa boca a la que ya le empiezan a faltar dientes–. Bonitas son todas las flores, bonitas siempre serán, pero es mucho más bonita, la flor de la libertad.

 

Ella repasa y repasa para aprender. Y luego repasa para que no se le olvide. Quiere seguir los pasos de Jorge Velosa y sus papás la apoyan, así vivan con poco, así hayan tenido que dejarlo todo cuando salieron corriendo desplazados del Guaviare hacia Boyacá, así tengan que pasar horas recogiendo cebolla en el campo para verla feliz con su guacharaca en la mano.

 

Por Natalia Roldán Rueda

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