Bienvenido a Nueva York, pone sobre la mesa la suciedad y la soledad del poder

Dirección: Abel Ferrara
Guion: Abel Ferrara, Christ Zois
Reparto: Jacqueline Bisset y Gérard Depardieu

Es burda. Sórdida. Desagradable, incluso. La mayor parte del tiempo, Gérard Depardieu –en el papel de Devereaux– se ve como un animal que nadie es capaz de contener porque lo impulsa su insaciable apetito sexual. La primera media hora de la película transcurre sin que el espectador pueda descansar de una colección de escenas eróticas, una detrás de otra, en las que las mujeres son meros objetos creados para la satisfacción de ese semental brutal y sobreexcitado. Por su adicción al sexo, parece que su mente solo tuviera espacio para comprar, seducir y devorar cuerpos femeninos, pero una porción de su cerebro debe hacer campo para su trabajo: es un hombre poderoso, adinerado e influyente. Es una figura pública cuyo recorrido profesional lo podría llevar a ser elegido presidente de Francia.  

En mayo de 2011, el economista y político francés Dominique Strauss-Kahn, presidente del Fondo Monetario Internacional, fue acusado de abusar de una mucama del hotel en el que pasó una noche en Nueva York. La mujer dijo que la golpeó, intentó violarla y la obligó a hacerle sexo oral. Aunque se encontró semen de Strauss-Kahn en la ropa de ella, no hubo pruebas concluyentes que ratificaran el abuso, así que el político quedó en libertad después de pasar unos días en la cárcel y otros en arresto domiciliario. Tras este suceso, su promisorio futuro terminó en la caneca. 

Nunca se supo qué ocurrió en ese cuarto de hotel, pero Bienvenido a Nueva York trata de reconstruir los hechos, según como los guionistas suponen que ocurrieron. Y esto no le quita valor a la película. Más allá de conocer la verdad, la historia pone frente al público la realidad de la condición humana: frágil frente a sus adicciones, débil ante su animalidad, narcisista, manipuladora, vacía, solitaria, perdida, necesitada de afecto… Con inteligencia, la película pone sobre la mesa la suciedad y la soledad del poder, y la impotencia de quienes no lo tienen. 

Además muestra, a través de la compleja relación de Devereaux con su esposa, que la promiscuidad no tiene que matar el cariño. A pesar de todo, el amor prevalece.