Kathy Sáenz, "meditar me hace sentir plena"

La actriz de Primera Dama encontró en la meditación y el vegetarianismo las claves para llevar una vida más tranquila.

Por Redacción Cromos

13 de enero de 2012

Kathy Sáenz, "meditar me hace sentir plena"
Kathy Sáenz, "meditar me hace sentir plena"

Kathy Sáenz, "meditar me hace sentir plena"

 Atrás quedaron los días de inestabilidad emocional: hoy Kathy es una persona diferente gracias a la fortaleza de su vida espiritual. 

Esos días de fiesta interminable, de trago y cigarrillo, de relaciones efímeras y de sonados escándalos (a los 22, cuando vivió en España, se vio envuelta en un embrollo de lavado de activos del cual logró salir limpia), quedaron atrás para Kathy Sáenz. Ella, que en algún momento intentó seguir los pasos de sus hermanas –Shirley y Julie Pauline, ambas señorita Colombia–, y se convirtió en virreina nacional en 1992; que mojó prensa cuando en el set de una novela se enamoró de su actual esposo, Sebastián Martínez, y acabó el matrimonio que tenía con Sammy Bessudo; y que a fuerza de aparecer en televisión se ha vuelto un rostro familiar para los colombianos, es una persona muy distinta a la que fue hace unos años. Ha cambiado, sí, y lo ha hecho por cuenta de los distintos desafíos que le ha puesto el destino: la trágica muerte de su amigo del alma Alan Rausch, el deseo de explorar más esa parte espiritual luego de sentir un gran vacío en su vida y el nacimiento de su primera hija, Shenoah.

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Ahora es difícil que Kathy se reconozca en el espejo de su pasado. Hoy es vegetariana (vive en una casa de campo con huerta propia en la que cultiva desde frambuesas hasta coliflor), y sigue las enseñanzas de Sant Ajaib Singh Ji (Sant Ji), un maestro yogui que la ha llevado por el camino de la meditación. Es una persona más calmada, más dueña de sí misma, más centrada en sus objetivos, más capaz de hacer que los malos comentarios a los que está expuesta terminen sin afectarla. En resumen, ha crecido. Y lo ha hecho a punta de fortalecer la vida espiritual, alejada de cualquier tipo de religión pero con fe en Dios Todopoderoso, como ella dice. Así es la Kathy de hoy: una mujer de hablar pausado que se siente sincera; una sex-symbol que no se cree el cuento y que más bien trabaja todos los días por estar en paz consigo misma, con quienes la rodean y, por supuesto, con el universo.

***Es martes en la mañana y, por primera vez en mucho tiempo, hace sol en Bogotá. Los últimos días de diciembre la ciudad se pone insoportable: el tráfico se atasca, los aguaceros no cesan y la gente tiene cada vez menos paciencia. Eso mismo dice Kathy cuando llega, con casi una hora de retraso, a la sesión de fotos: que se perdió, que había trancón, que qué pena. Está vestida de jeans, camiseta blanca y unas zapatillas que le dejan ver el tatuaje de estrella que tiene grabado en el pie derecho. Lleva poco maquillaje, pero así, al natural, resaltan más sus rasgos exóticos y sus ojos rasgados, un tanto indígenas. Y entonces, descomplicada como es, comienza a contar cómo fue que cambió su vida. Dice que en el proceso resultó clave la figura de su terapeuta, Luis Fernando Leal, a quien llegó hace varios años durante un momento difícil. Fue él quien poco a poco la llevó a encontrarse consigo misma, le ayudó a pasar el dolor que le generó la muerte de Alan y quien, finalmente, le compartió el descubrimiento de su maestro espiritual. “Un día, como dos años después de estar yendo a consulta, vi la foto de Sant Ji y le pregunté a Luis Fernando quién era ese ser tan divino, tan bello. Él me respondió que siempre había estado ahí y yo le juré que nunca la había visto. Entonces empezó a contarme y quedé fascinada”, cuenta Kathy.

Desde entonces medita todos los días, en la mañana y en la noche. Se levanta muy temprano, poco antes de las cinco, se concentra y se queda así durante treinta o cuarenta minutos. Es la forma de acercarse a su maestro. “Cuando no puedo hacerlo, por cuenta de tanto trabajo, siento que el día queda cojo –confiesa–. Por eso procuro dedicarle tiempo sin falta; en las noches me baño, me pongo la piyama y medito así sea diez minutos para poder dormir en paz”. Cosas que, al final, la han cambiado y la han hecho más feliz: “La felicidad es compleja, no es fácil. Este mundo es muy complicado y uno viene a pasar muchas cosas difíciles, a sufrir a veces… pero el hecho de meditar, de estar conectado con una energía bella y de amor hace que te sientas llena. Yo siento que soy una persona muy feliz, tranquila, llena de amor; claro, me falta muchísimo pero ahí voy, esa es la lucha”, dice, sonriendo, como si estuviera transmitiendo las enseñanzas de su maestro.

***Las terapias del doctor Leal, el descubrimiento de su maestro y, sobre todo, el nacimiento de su segunda hija, Alana (nombre que le puso en homenaje a su difunto amigo), la fueron llevando, de a poquitos, por el camino del vegetarianismo. Porque Kathy ha sido siempre así: una mujer que se deja llevar, que no acepta presiones ni le gusta presionar a nadie. Prefiere tomarse las cosas con calma, como vayan saliendo. “Siempre había tenido la intención de ser vegetariana, pero me parecía difícil porque era muy carnívora y además tomaba mucho trago, rumbeaba, y era difícil para mí llevar una vida sana. Pero empecé a meditar, a entender un poco más y la conciencia se me fue abriendo. Luego vino mi hija y dejé de fumar y de beber, de una, ella me llevó a eso”, cuenta.

Esa decisión terminó de cambiarle la vida. “Soy muy feliz –dice con su tono tranquilo, como alargando las palabras–. Todos los días le doy gracias a dios por haberme vuelto vegetariana. ¿Sabes? Ahora me siento en la mesa consciente de que no me estoy comiendo un animal y es un alivio. Pero esa es una decisión muy personal, un proceso que le tiene que llegar a cada quien y que cuando sucede es maravilloso; es como un regalo de arriba, y ha sido fantástico en todos los aspectos. Físicamente es increíble: antes sufría del colón y eso ha desparecido; además, me ayuda con la piel, el pelo, el brillo de los ojos… es una limpieza muy profunda. Y es bonito ver cómo empiezas a crear una conciencia de más amor con los animales y la naturaleza; es un cambio espiritual que se da de la mano con tu decisión, sin buscarlo ni promulgarlo, porque eso sí me parece muy chimbo. Uno se vuelve más tranquilo, más pacífico, hay más amor, comprensión y, sobre todo, compasión dentro de ti”.

Seis meses después de haberse vuelto vegetariana, su esposo, Sebastián Martínez, le siguió los pasos. No ha pasado lo mismo con sus hijas, Shenoa y Alana, que siguen siendo muy carnívoras. Pero, fiel a sus principios, Kathy no quiere imponerles nada; les explica los motivos de su decisión, les cuenta, y cuando están en su casa ellas saben que no se sirve carne. “Ellas entienden, claro, pero si no está dentro de su karma ser vegetarianas, yo tampoco se los pienso imponer. Mi hija mayor sí me dice: “mami, cuando tenga 16 años me voy a volver vegetariana”, cuenta. Y luego suelta una carcajada grande echándose para atrás en la silla.

***No se arrepiente, pero cuando mira hacia el pasado ve a otra persona. La vida misma se ha encargado de llevarla, con calma y sin presiones, por el camino que ha escogido: el destino le trajo la meditación, al maestro Sant Ji y el deseo de alimentarse mejor. “Yo siempre he sido muy buscadora, me gusta encontrar la conexión con la naturaleza. Y, como ya estaba mamada de la vida que llevaba, empecé a buscar. En un momento dado hice el clic, dice.

Esos días de fiesta interminable, de trago y cigarrillo, de relaciones efímeras y de sonados escándalos (a los 22, cuando vivió en España, se vio envuelta en un embrollo de lavado de activos del cual logró salir limpia), quedaron atrás para Kathy Sáenz. Ella, que en algún momento intentó seguir los pasos de sus hermanas –Shirley y Julie Pauline, ambas señorita Colombia–, y se convirtió en virreina nacional en 1992; que mojó prensa cuando en el set de una novela se enamoró de su actual esposo, Sebastián Martínez, y acabó el matrimonio que tenía con Sammy Bessudo; y que a fuerza de aparecer en televisión se ha vuelto un rostro familiar para los colombianos, es una persona muy distinta a la que fue hace unos años. Ha cambiado, sí, y lo ha hecho por cuenta de los distintos desafíos que le ha puesto el destino: la trágica muerte de su amigo del alma Alan Rausch, el deseo de explorar más esa parte espiritual luego de sentir un gran vacío en su vida y el nacimiento de su primera hija, Shenoah.

Ahora es difícil que Kathy se reconozca en el espejo de su pasado. Hoy es vegetariana (vive en una casa de campo con huerta propia en la que cultiva desde frambuesas hasta coliflor), y sigue las enseñanzas de Sant Ajaib Singh Ji (Sant Ji), un maestro yogui que la ha llevado por el camino de la meditación. Es una persona más calmada, más dueña de sí misma, más centrada en sus objetivos, más capaz de hacer que los malos comentarios a los que está expuesta terminen sin afectarla. En resumen, ha crecido. Y lo ha hecho a punta de fortalecer la vida espiritual, alejada de cualquier tipo de religión pero con fe en Dios Todopoderoso, como ella dice. Así es la Kathy de hoy: una mujer de hablar pausado que se siente sincera; una sex-symbol que no se cree el cuento y que más bien trabaja todos los días por estar en paz consigo misma, con quienes la rodean y, por supuesto, con el universo.

***Es martes en la mañana y, por primera vez en mucho tiempo, hace sol en Bogotá. Los últimos días de diciembre la ciudad se pone insoportable: el tráfico se atasca, los aguaceros no cesan y la gente tiene cada vez menos paciencia. Eso mismo dice Kathy cuando llega, con casi una hora de retraso, a la sesión de fotos: que se perdió, que había trancón, que qué pena. Está vestida de jeans, camiseta blanca y unas zapatillas que le dejan ver el tatuaje de estrella que tiene grabado en el pie derecho. Lleva poco maquillaje, pero así, al natural, resaltan más sus rasgos exóticos y sus ojos rasgados, un tanto indígenas.

Y entonces, descomplicada como es, comienza a contar cómo fue que cambió su vida. Dice que en el proceso resultó clave la figura de su terapeuta, Luis Fernando Leal, a quien llegó hace varios años durante un momento difícil. Fue él quien poco a poco la llevó a encontrarse consigo misma, le ayudó a pasar el dolor que le generó la muerte de Alan y quien, finalmente, le compartió el descubrimiento de su maestro espiritual. “Un día, como dos años después de estar yendo a consulta, vi la foto de Sant Ji y le pregunté a Luis Fernando quién era ese ser tan divino, tan bello. Él me respondió que siempre había estado ahí y yo le juré que nunca la había visto. Entonces empezó a contarme y quedé fascinada”, cuenta Kathy.

Desde entonces medita todos los días, en la mañana y en la noche. Se levanta muy temprano, poco antes de las cinco, se concentra y se queda así durante treinta o cuarenta minutos. Es la forma de acercarse a su maestro. “Cuando no puedo hacerlo, por cuenta de tanto trabajo, siento que el día queda cojo –confiesa–. Por eso procuro dedicarle tiempo sin falta; en las noches me baño, me pongo la piyama y medito así sea diez minutos para poder dormir en paz”. Cosas que, al final, la han cambiado y la han hecho más feliz: “La felicidad es compleja, no es fácil. Este mundo es muy complicado y uno viene a pasar muchas cosas difíciles, a sufrir a veces… pero el hecho de meditar, de estar conectado con una energía bella y de amor hace que te sientas llena. Yo siento que soy una persona muy feliz, tranquila, llena de amor; claro, me falta muchísimo pero ahí voy, esa es la lucha”, dice, sonriendo, como si estuviera transmitiendo las enseñanzas de su maestro.

***Las terapias del doctor Leal, el descubrimiento de su maestro y, sobre todo, el nacimiento de su segunda hija, Alana (nombre que le puso en homenaje a su difunto amigo), la fueron llevando, de a poquitos, por el camino del vegetarianismo. Porque Kathy ha sido siempre así: una mujer que se deja llevar, que no acepta presiones ni le gusta presionar a nadie. Prefiere tomarse las cosas con calma, como vayan saliendo. “Siempre había tenido la intención de ser vegetariana, pero me parecía difícil porque era muy carnívora y además tomaba mucho trago, rumbeaba, y era difícil para mí llevar una vida sana. Pero empecé a meditar, a entender un poco más y la conciencia se me fue abriendo. Luego vino mi hija y dejé de fumar y de beber, de una, ella me llevó a eso”, cuenta.

Esa decisión terminó de cambiarle la vida. “Soy muy feliz –dice con su tono tranquilo, como alargando las palabras–. Todos los días le doy gracias a dios por haberme vuelto vegetariana. ¿Sabes? Ahora me siento en la mesa consciente de que no me estoy comiendo un animal y es un alivio. Pero esa es una decisión muy personal, un proceso que le tiene que llegar a cada quien y que cuando sucede es maravilloso; es como un regalo de arriba, y ha sido fantástico en todos los aspectos. Físicamente es increíble: antes sufría del colón y eso ha desparecido; además, me ayuda con la piel, el pelo, el brillo de los ojos… es una limpieza muy profunda. Y es bonito ver cómo empiezas a crear una conciencia de más amor con los animales y la naturaleza; es un cambio espiritual que se da de la mano con tu decisión, sin buscarlo ni promulgarlo, porque eso sí me parece muy chimbo. Uno se vuelve más tranquilo, más pacífico, hay más amor, comprensión y, sobre todo, compasión dentro de ti”.

Seis meses después de haberse vuelto vegetariana, su esposo, Sebastián Martínez, le siguió los pasos. No ha pasado lo mismo con sus hijas, Shenoa y Alana, que siguen siendo muy carnívoras. Pero, fiel a sus principios, Kathy no quiere imponerles nada; les explica los motivos de su decisión, les cuenta, y cuando están en su casa ellas saben que no se sirve carne. “Ellas entienden, claro, pero si no está dentro de su karma ser vegetarianas, yo tampoco se los pienso imponer. Mi hija mayor sí me dice: “mami, cuando tenga 16 años me voy a volver vegetariana”, cuenta. Y luego suelta una carcajada grande echándose para atrás en la silla.

***No se arrepiente, pero cuando mira hacia el pasado ve a otra persona. La vida misma se ha encargado de llevarla, con calma y sin presiones, por el camino que ha escogido: el destino le trajo la meditación, al maestro Sant Ji y el deseo de alimentarse mejor. “Yo siempre he sido muy buscadora, me gusta encontrar la conexión con la naturaleza. Y, como ya estaba mamada de la vida que llevaba, empecé a buscar. En un momento dado hice el clic, dice. Y desde entonces cambió.  

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