"La Virgen me preparó para lo que iba a vivir", María Carolina Hoyos Turbay

No sé si mi nombre compuesto sea en honor a la Virgen. Esa puede ser otra ‘diosidencia’, porque mi mamá, Diana Turbay, también quería muchísimo a la Virgen.

Por María Carolina Hoyos Turbay, Viceministra General TIC

31 de julio de 2015

"La Virgen me preparó para lo que iba a vivir", María Carolina Hoyos Turbay
"La Virgen me preparó para lo que iba a vivir", María Carolina Hoyos Turbay

"La Virgen me preparó para lo que iba a vivir", María Carolina Hoyos Turbay

Nací en una familia católica, no necesariamente la más practicante, pero sí crecí rodeada por personas como mis papás y mis abuelos, que profesaban su fe diariamente. Nací en un hogar donde la fe era algo absolutamente natural, donde se hablaba de Dios y de la Virgen María. 

Con mis dos abuelas, Pilar Villegas de Hoyos y Nidia Quintero de Turbay, empezó mi relación con la Virgen. Dos mujeres fantásticas, que vivieron su época de manera revolucionaria, porque tenían una vida pública, además de ser amas de casa. Una fue primera dama de la Nación, trabajando en el tema de la solidaridad y la otra dos veces gobernadora de Caldas y senadora. Ambas eran muy cercanas a nuestro señor Jesucristo y, especialmente, a la Virgen. Yo, como nieta mayor, fui muy cercana a ellas y me enseñaron a rezar, a consagrarme a la Virgen María y a estar muy cerca de ella.

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Mi abuela Pilar me enseñó una consagración (ver recuadro) y me dijo: “Cada vez que estés triste, cada vez que abras tus ojos y cuando te vayas a dormir, conságrate a ella. A la Virgen le fascina esta oración”. 

No sé si mi nombre compuesto sea en honor a la Virgen. Esa puede ser otra ‘diosidencia’, porque mi mamá, Diana Turbay, también quería muchísimo a la Virgen. De hecho, cuando mi mamá estuvo secuestrada y la rescataron, ella murió con la cédula y la Virgen María en la mano. Mi abuela Nidia aún conserva esa figura de plástico. 

Al crecer en una familia política, pasaba mucho tiempo sola, en Palacio, tuve una infancia atípica y ella fue mi compañía, mi nana, mi compañera de juegos… Desde muy pequeña experimenté que ella es la madre de Dios y la mejor palanca para llegar a él. 

 

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“Durante el secuestro (148 días) y muerte de mi mamá,  Diana Turbay, la Virgen María fue mi apoyo. Aunque el día que la mataron, peleé con ella. No puede ser que después de tanto pedir todo termine de esta manera, con mi mamá asesinada a los 40 años, yo de 18 y mi hermanito de 3 años”. 

 

Desde entonces, ella ha sido parte importante en mi vida, que, valga decir, es una vida igual a la de los demás, con los mismos dolores, problemas y alegrías. 

Durante el secuestro (148 días) y muerte de mi mamá,  Diana Turbay, la Virgen María fue mi apoyo. Aunque el día que la mataron, peleé con ella. No puede ser que después de tanto pedir todo termine de esta manera, con mi mamá asesinada a los 40 años, yo de 18 y mi hermanito de 3 años. Pero rápidamente me reconcilié con ella. Perdoné y sané.

Ese dolor profundo y esa sensación de ‘me dejaron plantada’ me llevaron a perdonar. Perdoné a Pablo Escobar y sané mis heridas. Llevo un dolor profundo, pero ya perdoné. La extraño todos los días. Veo a mis hijos y siento una tristeza absoluta porque no la conocieron. Mi gran reparación fue el perdón. Fue un regalo.

Aprendí y experimenté qué es perdonar. Aprender a vivir sin ella fue muy doloroso. 

En todo mi proceso de duelo, entender qué era ser víctima de la violencia y aprender qué enseñanza tenía esto para mi vida, ha sido gracias a que he estado cerca de Dios y de la mano de la Virgen María.

Mis dos embarazos tuvieron complicaciones, en el primero, de Tomás, tuve diabetes gestacional y en el segundo, de Mateo, a los cinco meses se me inflamó la vesícula y me operaron. Yo le decía a la Virgen: ‘Tú también eres mamá, ayúdame a que este bebé nazca bien’. 

No la he dejado un día sin trabajo. Todos los días le pido para mí o para los demás. No le he dado vacaciones. He aprendido a pedirle cosas no materiales, a pedirle pensar como ella, ver como ella, a no juzgar, a pedirle discernimiento. 

Porque antes le pedía ayuda para las tareas, para aprobar en el colegio o para conseguir marido, o para que me fuera bien en el trabajo.

Hoy le pido herramientas  de vida como la posibilidad de discernir, de aceptar, serenidad, la posibilidad de criar a mis hijos…

La Virgen se ingenia la forma para que yo sepa que ella está cerca de mí. Como cuando asesinaron a mi mamá. O el año pasado, que tuve una cirugía complicada y un día antes me llama la secretaria y me dice que a la oficina llegó una señora llamada Diana. Que preguntaba si podía dejarme la Virgen Peregrina de visita, que si la quería recibir… ¿Cómo así? ¡Increíble! La quiero. Dígale que la deje. ¡Que la necesito! ¡Que llegó el día que era!

Viajo mucho por mi trabajo y a donde voy la busco y me hago fotos con ella. Me regalan muchas imágenes. Seres queridos que conocen mi cercanía con ella, y ella que me recuerda que está cerca de mí. Yo siento su presencia. No es un cuento o una fábula. Es una realidad. 

Todos los días hago listas de ofrecimientos de personas que tienen necesidades. Y como viajo casi todos los días por mi trabajo, en los aviones oigo el Rosario en una aplicación que tengo en el teléfono. Rezo también por personas que me cuesta trabajo entender.

El amor por la Virgen también tiene sus responsabilidades. No solo hay que pedirle. Supone deberes. Llevar una vida acorde con la devoción, ayudar a los demás, entender la misericordia, pedir perdón, saber perdonarme, y, dentro de la imperfección del ser humano, llevar una vida ejemplar. Y no quiere decir una vida aburrida. A ella le fascina que uno esté feliz. Una mamá lo quiere ver a uno feliz.

 

Fotos: David Schwarz

 

Por María Carolina Hoyos Turbay, Viceministra General TIC

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