"Me cansé de diseñarles casas a los ricos": Simón Vélez

No hace mucho llegó de China y ya se va de nuevo, pero esta vez para India, y todo por culpa de la guadua, material con el que este manizaleño se construyó un prestigio en Colombia y el mundo. Una tanda larga de tinto con el arquitecto que siempre carga un lápiz y se burla de los arquitectos que no piensan con las manos, sino con el computador. Simón al desnudo.  

Por Redacción Cromos

05 de abril de 2013

"Me cansé de diseñarles casas a los ricos": Simón Vélez
"Me cansé de diseñarles casas a los ricos": Simón Vélez

"Me cansé de diseñarles casas a los ricos": Simón Vélez

A su edad y con su prestigio se ufana de darse el lujo de vestirse mal. No se preocupa por su ropa. Tampoco la compra, ni le interesa saber cómo aparece de pronto en su armario, si es por arte de magia o de una de sus hijas. Él solo sabe que ahí están siempre los mismos pantalones beiges o grises, las mismas camisetas de algodón blancas y las mismas camisas azules o grises con que todos los días se viste. Lo único seguro y cierto, porque le interesa, es que su sombrero de siempre, blanco de palma de iraca, se lo manda un amigo de Sandoná, Nariño.

Llega con parsimonia, con cierto recelo, con su dosis de desconfianza, con la nariz por delante olfateando el ambiente. Parece que nunca tiene ganas de quedarse, pero basta una buena compañía, un buen tema, una provocación auténtica para que él ponga su primera piedra y se plante y se abra como una plaza.

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No sabe qué es la diplomacia. Si lo comparan por su empaque campeche con Uribe, dice con sorna que al expresidente sí es idéntico, pero cuando habla en inglés. Y si le pican la lengua sobre su futuro, contesta sin tapujos: "Yo lo que quiero es hacer arquitectura lejos de las señoras y sus caprichos. ¿Acaso yo soy ginecólogo o estilista para darles gusto? Está bien, son sus casas y tienen razón, pero eso ya me cansa". Y si espera a que deje de reír y dé más detalles, termina diciendo que quiere hacer "menos casas para los ricos y más puentes y viviendas de interés social". Y para rematar, sentencia que su gran proyecto es "la construcción con madera compacta hecha con astillas de guadua". Hasta ya es socio en Manizales de una fábrica que hace pruebas con esterilla prensada.

Él ya superó su propia importancia. Ya viene de regreso de la cuesta y ya ninguna altura lo descresta. Ya dejó de amontonar orden, mesura y prudencia.

Lo que vive por dentro se puede ver paso a paso internándose en su vasta propiedad. Una isla deforme de cosas, como un tubérculo, que no cesa de crecer. Una nube de matas de plátano, árboles, bareque, cemento, ventanas de madera, enredaderas, columnas de guadua, camas, sofás y sillas de guadua, gatos y pájaros, hierro forjado, cuadros y objetos viejos que ha ido acumulando, como en un tornado, desde hace 46 años, cuando comenzó a juntar lotes para armar su casa, sobre las faldas de esa Bogotá antigua.

Vive en una comarca de la Edad Media, con cuatro casas para sus cuatro hijos en las laderas, con fuentes, escaleras flotantes, monos de la pila, ángeles y restos de demoliciones antiguas. Y en lo alto, su propia torre o cubierta de un barco encallado en los tejados de La Candelaria, de donde no zarpa sino a sus viajes por el mundo, construyendo obras en guadua o a su campo de golf a tres horas en carro, donde juega religiosamente 32 hoyos al día.

Con él funciona el efecto matrioska. Entrar en su vida es lo mismo que ir destapando Simones que guardan a su vez más Simones. Dentro del universitario que disolvió desde una terraza una manifestación de mamertos de Los Andes, a punta de voladores cargados de pólvora, también está un manizalita que posó a los 30 años empeloto para un desnudo de Luis Caballero. Y más adentro hay un querendón desbocado que tuvo cuatro hijos con tres mujeres distintas. Y si destapamos otro Simón más, hay un arquitecto que construyó su prestigio en Colombia y el mundo a punta de guadua. Y si seguimos abriendo, aparece un abuelo que construye hasta sofisticados carros de balineras, obviamente en guadua, si eso es lo que quieren sus cinco nietos, reyes soberanos de su afecto.

En Google puse Simón, y me salieron Simón Bolívar, Simón Gaviria, Simón Brand, Simón el bobito y Simón Trinidad, antes de dar con Simón Vélez. ¿Cuál fue la explicación de su papá para ponerle ese nombre?

Por un tío que se llamaba Victoriano Arango. Era medio poeta, escribió un verso que decía: “Simón en el pueblo el único enterrador, él mismo a su propia hija al cementerio llevó”. Incluso fue la primera canción grabada en Colombia, aunque inicialmente no fue escrita como canción. A pesar de ser un verso triste, los viejos se lo sabían de memoria. El origen de mi nombre no fue por Simón el bobito, ni por Simón Bolívar, sino por culpa de un tío.

¿Qué le enseñó Manizales? Su ciudad natal.

Me pareció importantísimo aprender a no ser liberal. De haber nacido en tierra caliente sería como Álvaro Uribe. Gracias a Dios soy de Manizales, de madre conservadora, Gloria Jaramillo, y padre liberal, Roberto Vélez, aunque todo el mundo le decía Rober, sin la t.

¿De dónde viene su decisión de ser arquitecto?

No me acuerdo de haber tomado la decisión de decir: quiero ser arquitecto. Desde niño ya estaba encarretado con eso. Siempre quise ser arquitecto. Uno aprende a pensar con las manos. Esos jóvenes que andan ahora con computadores van a quedar hechos unos retrasados mentales. Yo viajo mucho por el mundo y me invitan a universidades realmente importantes y, cuanto más importante es la universidad, menos les dejan usar computadores. Los obligan a usar las manos.

Pero el buen ejemplo viene de su papá.

Sí. Mi papá fue arquitecto. Estudió primero Ingeniería en Bogotá porque no existía la carrera de arquitectura y, en época de la guerra, se fue para Estados Unidos a estudiar Arquitectura. Pasó por la Universidad Católica de Washington; en esa institución le enseñaron profesores alemanes exiliados de Hitler, profesores especializados en Bauhaus. No fueron los famosos, pero tuvo formación académica enfocada en la modernidad. En Manizales a mi papá le iba bien siendo arquitecto, hasta que se quebró. Y el papá de mi papá era empresario de construcción y la crisis de los 30 también lo quebró.

¿Esas quiebras cómo lo afectaron?

Tengo un hermano mayor llamado Marcelo y una hermana menor, que es Gloria Lucía. Ella estudió en Inglaterra y en Bélgica, y mi hermano se fue a estudiar Zootecnia a Estados Unidos. Mi familia era relativamente rica, pero en la época en que me tocaba estudiar mi papá se quebró, por eso estudié en Bogotá en la Universidad de los Andes.

¿Y dónde quería estudiar?

Creo que en Estados Unidos. Pero, como ya le dije, tocó aquí porque mi papá se quebró. Y me tocó estudiar en una época muy convulsionada con la vaina subversiva hacia finales de los años 60. Los mismos Andes estaban  con el cuento. Cuanto más oligarca era el que estaba ahí, más se las daba de comunista.

Por el tono, ¿eso le molestaba?

Una vez hubo una manifestación grande en el Edificio Franco y yo la disolví a punta de voladores que eché desde la terraza. Subieron a lincharme. La gente pensó que yo estaba celebrando y, cuando vi que me aplaudían, se los tiré sobre las cabezas. Mi idea era hacer un acto de protesta contra la actitud de esos niños ricos jugando a ser comunistas. Por suerte no me apuñalaron ni nada, solo me cascaron. Siempre fui anticomunista, y lo sigo siendo.

A los escritores un libro los lanza a la fama. En su caso ¿cuál fue la obra que le abrió el camino?

La sede del Club Puerto Peñalisa fue el primer encargo importante que tuve trabajando con guadua. Le debo mi aparición en la luz pública a esa obra.

¿Cómo llegó a hacer una obra tan grande en guadua en Peñalisa?

Hace 30 años descubrí que si le ponía cemento a los caños vacíos de la guadua, eso me permitía hacer uniones estructurales. A nadie se le había ocurrido eso en el planeta. La limitación de la guadua para hacer estructuras es que es hueca, pero con una pendejada tan elemental como abrir un roto y llenarlo de cemento, hice una conexión extraordinaria que da importantes resultados. A partir de ese descubrimiento, la guadua se volvió para mí un acero de origen vegetal. Su resistencia es impresionante.

¿Cómo llega a ese descubrimiento?

Un cliente en Quindío me obligó a que hiciera un establo para caballos en guadua con techo pesado. Nunca había trabajado con ese material.

¿Nunca había mirado la guadua como material para construir?

No, porque era la madera de los pobres. Aún tiene ese estigma de que no luce muy bonita en el paisaje y, además, como este es un país con maderas extraordinarias, no se le para bolas a la guadua.

Y en Peñalisa sí le pararon bolas.

Hubo un tipo llamado Galaor Carbonell que fue profesor mío de historia del arte. Él conoció ese establo que hice en guadua y otras cositas muy modestas en el eje cafetero. Hizo un artículo en una revista llamada Habitar. Publicó mis estructuras de guadua y eso generó conocimiento sobre un material alternativo que nadie había usado en construcción. Luego de ese artículo publicado, me contactaron para hacer lo de Peñalisa. No me cansaré de agradecer a los que confiaron en mí para hacer una cosa tan atrevida.

¿Usted no es un artista frustrado?

No. La arquitectura afortunadamente no es como los deportes, que uno muy temprano se queda obsoleto; antes al contrario, en la arquitectura uno muy joven no sirve para nada. Es un oficio de experiencia, de viejos. Ahora miro lo que hice hace 10 años y me parece muy primitivo. Un arquitecto joven no sirve para nada y lo digo yo, que fui joven y que critico mis obras.

¿Hoy quién es Simón Vélez? 

Alguien que lo que más hace son casas para gente rica, pero me estoy fatigando de eso. Me quiero dedicar a la ingeniería, quiero hacer grandes estructuras. Estoy encarretado con proyectos de interés social, implementando una técnica mixta de concreto, acero y guadua laminada. Ya montamos una fábrica en Manizales, y esa es una opción a la crisis del café. Los productos forestales, como la guadua, serán más importantes que cualquier grano.

¿Hacia eso apunta esa zona?

Eso tiene grandes enemigos, que son las corporaciones regionales que piensan que la guadua se va a extinguir si uno la corta. Una guadua es un bambú perezoso y crece doce centímetros en promedio; quiere decir que en 100 días hay 12 metros. En 200 días hay 25 metros, que es lo que crece, y hay que esperar tres años para que no crezca más.

¿Los ambientalistas no van con Simón?

Yo les vivo diciendo que prohíban comer huevos porque se van a extinguir los pollitos. A mí me invitan a dar conferencias por el tema ambiental y cuando veo que están muy excitados con ese tema, les digo que los ambientalistas son una partida de charlatanes, incluido yo. Estamos abusando de ese cuento del planeta en extinción. Tengo muy claro que eso es una religión y yo no soy religioso. Ni me gustan los fundamentalismos.

¿Cuál es su autor de cabecera?

Yo fui muy lector pero nunca más volví a leer. Me gustaba mucho García Márquez, hasta sus dos últimos libros que me parecieron malísimos. De Vivir para contarla me pareció más interesante la biografía de un cajero de un banco o de un presidente de un club Rotario que la de él. No me gustó.

Si le tocara comenzar de nuevo, Simón, ¿qué cambiaría de lo que hizo en su juventud?

Hubiera aprendido a bailar. Y como nunca supe, no pude tener sexo gratis.

¿Tronco para bailar?

En serio es una frustración enorme no poder tener sexo gratis. En mi familia tenemos genética de montañeros que no nos deja bailar. Nos faltó la sangre africana.

¿Qué es lo más importante hoy en día para usted?

La salud y la familia.

¿La de sus tres hijas y su hijo?

La de las nietas más que la de los demás... porque fui mal marido y mal papá. Pero la vida me ha dado la oportunidad de poder ser buen abuelo. Vivo con mis cuatro nietas y un nieto.

¿Cómo se llaman las nietas?

Matilde es la mayor; tiene 8 años. Hay dos mellicitas, Antonia y Lorenza, que tienen 5. Y hay niño y niña, mellizos, que se llaman Salomón y Alicia, de 4 años.

¿Qué queda de los hijos?

Fui muy mal papá. Mis hijas viven acá, una es la que me maneja la plata. Las otras estudian, pero mi vínculo con ellas es más por los nietos que por ellas mismas. Pienso que soy un papá frío, pero con las nietas no lo soy tanto.

¿Cuántas mamás?

Son varias mamás, yo nunca viví con mis tres hijas ni con mi hijo. Es ahora de viejo que vivo con ellos.

¿Cada hijo es de una mamá diferente?

Las dos de Manizales tienen la misma mamá, pero hay una que es de Pereira y otra de Medellín.

¿Con estas mamás usted se casó?

No, no. Yo fui un desastre como marido, es la primera vez que no hago infeliz a ninguna mujer.

¿Y con cuál fue con la que más vivió?

Hubo una con la que convivimos casi 10 años intermitentes, pero con ella no tuve hijos.

¿Y qué queda de esa experiencia?

Que afortunadamente ya salí de eso, y estoy feliz. Fue una esclavitud muy absurda.

¿La de las mujeres?

La del sexo.

¿Es un vicio?

Es una vaina instintiva, eso no es un vicio. Es un mandato de la naturaleza, que en mi caso creo que fue demasiado intenso.

¿Usted fue un donjuán?

No porque nunca supe bailar y ni tuve el tamaño. Me tocó enamorarlas con esfuerzo y plata.

¿Se habla con ellas?

No hay mayores vínculos. Lo único que queda de esas relaciones son mis nietos.

El camino entre la cabeza y las manos tiene que ser el corazón, eso dice Fritz Lang en Metrópolis.

No, yo no pienso así. Ahora que estoy viejo y que ya no soy tan arrecho, tengo mucho tiempo para coger el papel y el lápiz y concentrarme mejor. No se imagina el lastre que yo tenía con el tema sexual. Yo no pensaba sino en sexo, y la maravilla de envejecerse es que todavía me gustan mucho las mujeres bonitas, pero para qué...ya no me acuerdo.

Usted ha construido obras en guadua en Alemania, Francia, Estados Unidos, Brasil, México, China, Jamaica, Colombia, Panamá, Ecuador, India... Y lleva más de 150 proyectos. Después de todo esto, ¿qué queda por hacer?

¡No tener que viajar más! Estoy mamado de esta viajadera, y cada año me juro no volver a viajar y cada año tengo que hacerlo. Llegué hace una semana de la China. Y ya me voy para la India a hacer un centro cultural en Nueva Delhi. Es un encargo del gobierno y acabo de venir de la China, también por un encargo del gobierno, para hacer un hotel en un complejo que quiere generar una cultura del uso del bambú.

¿En qué ciudad de China?

No tengo idea. Yo ya en estos viajes ni miro un mapa, no me importa donde estoy…

¿Usted es consciente de que en todos esos viajes está sembrando prestigio?

Digamos que la primera vez que tengo noción de que tengo prestigio fue hace 15 días en la China, en esta universidad que no me acuerdo cómo se llama ni dónde queda, pero es una universidad importante, el auditorio estaba totalmente lleno para mi conferencia y la gente tenía información de mi trabajo. Me llamó mucho la atención ver un auditorio tan grande y lleno. Digamos que tengo cierto prestigio en China porque un hotel que hice allá se ha vuelto importante. (El Crosswaters Ecolodge & Spa está ubicado en la reserva natural Montaña de Nankun, en la provincia de Guangdong).

¿Y ese hotel cuándo lo construyó?

Hace 8 años. Con él me gané un premio muy importante, que no sé cómo se llama, pero por ahí anda. En ese hotel hice mi primera estructura de un puente parecido a uno que hay aquí en la calle 80. Esa obra en China  fue pionera en bambú como material estructural permanente.

¿Alguna vez pensó Simón Vélez que su segundo apellido iba a ser "el de la guadua"?

Cuando un cliente me dice: “hágame una casa sin guadua”, ¡usted no se imagina la gratitud que le tengo! Eso me pasó con el pintor Carlos Jacanamijoy, y se lo agradezco. Él me dijo: "yo nací en la selva y no quiero ver más raíces ni juncos", y le hice una casa en La Macarena en concreto y acero.

Definitivamente, está mamado de la guadua.

Estoy mamado de la guadua, pero ya estoy condenado a seguirla usando y hasta me gusta. La guadua es uno de los muchos materiales de construcción y, cuando uno es del trópico, uno tiene que ser biodiverso. Los arquitectos no pueden ser tan mineralistas; la arquitectura colombiana de prestigio, la de Rogelio Salmona y sus seguidores, es solamente concreto y ladrillo. Eso es arquitectura de las cavernas, y el hombre no viene de las cavernas. El hombre es arborícola, y nuestra mano es prensil para poder agarrarnos de las ramas de los árboles. Siempre cuando doy conferencias digo que la arquitectura tiene que ser un poquito más vegetariana.

¿Usted se identifica con la guadua? ¿Las virtudes de la guadua podrían ser sus virtudes?

Las culturas orientales siempre tienen una descripción del carácter del ser humano. Ellos dicen que hay que ser resistente y flexible como el bambú.

¿Hay algo de eso en usted?

Nunca lo he pensado así porque soy psicorrígido.

¿Qué madera sería usted sino fuera guadua?

Sería un guayacán.

Cuándo usted era un arquitecto que nadie conocía, ¿qué era lo más jodido de esa época?

Lo mismo de ahora: la parte más complicada del oficio es que a uno le paguen. El problema es que no soy cobrador.

Usted es un hombre nacido en una ciudad de pocas reformas arquitectónicas, ¿en ese sentido no tiene un reto con Manizales?

Quiero mucho a Manizales y soy de allá. Un prototipo que monté en Alemania, a modo de prueba, se realizó primero en Manizales. Ese pabellón está allá y la gente lo usa para actividades culturales. Lo administra el comité de cafeteros de Caldas. Ahora les diseñé una pequeña torre para observar pájaros.

¿Y con Bogotá qué hacemos? Con 46 años viviendo en la capital, debe tener su propia teoría para salvarla.

Es muy sencillo: cualquier policía de tráfico sabe cuál es la solución de Bogotá, que es un metro. Que lo hagan donde les dé la gana porque eso no necesita ningún estudio. Por donde usted diga que tiene que haber una línea de metro, finalmente, hay que hacerla. Esta ciudad es muy lineal; es como hacer una gran herradura, por ejemplo, que conecte a Soacha con Suba, pasando por los cerros.

¿Y con la arquitectura qué hay que hacer?

Con la arquitectura hay que tener presente que hay terremotos y tenemos una cultura del uso del concreto muy peligrosa. La gente pobre no tiene cómo construir de manera sismorresistente en concreto. ¡Ojo con el abuso del concreto! Tenemos que crear una cultura de autoconstrucción en la que haya una técnica mixta entre madera y cemento. Esta casa es un ejemplo del uso mixto de materiales, de no ser tan carnívoro ni tan vegetariano. Ahora, si uno solo construye con madera, los incendios son peores que los terremotos. Manizales fue toda de madera y se incendió.

De su papá y su abuelo, ambos arquitectos, ¿qué aprendió?

Mi papá era buen diseñador, lo recuerdo como un buen dibujante. A mi abuelo no lo conocí; más que arquitecto era constructor. Y se hizo muy rico cuando hacía vivienda para pobres. Y creo que era muy perro, no solo hacía las casas, sino que las poblaba.

¿Usted con esa vida creativa ha pensado un final para Simón Vélez?

Me gustaría trabajar hasta el último día.

¿Dónde quiere terminar sus últimos días?

Aquí en Bogotá. Es que ya no soy manizaleño, soy bogoteño, aunque mi mamá, que tiene 86 años y muy buena salud, viva allá. Ella todavía viaja por el mundo y rumbea.

¿Usted quiere vivir muchos años como su mamá?

Yo no pienso en eso. Quiero vivir hasta que tenga salud, y les vivo diciendo a mis hijas que cuando me empiece un Alzheimer o alguna vaina de esas me ayuden a morir rápido.

¿Cree en la reencarnación?

Los nietos son la reencarnación. La verdadera reencarnación es esa.

¿Cuál es su virtud favorita a los 64 años?

Ser buen abuelo.

¿Y su defecto?

No ser rico. Pero todavía hay tiempo.

***

Se levanta de la mesa y posa por iniciativa del fotógrafo frente al cuadro pintado por Luis Caballero, en donde aparece sentado en una silla como Dios lo trajo al mundo. Cuenta que fueron tres bocetos y tres sesiones largas frente al pintor, pero que él, francamente, no se ve ahí. De pronto se acuerda de algo y va por su iPad para mostrarme una foto de la famosa Martha Stewart en este mismo lugar, en esta misma sala, con una mano tapándole lo que exhibe entre las piernas en el cuadro. Así es Simón.  

Por Redacción Cromos

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