“Siempre me pregunto ¿por qué quedé vivo?”, John Jairo Rueda, sobreviviente del accidente del Agustiniano

Hace 20 años una tragedia enlutó al Colegio Agustiniano, y al país entero, cuando a uno de sus buses le cayó la muerte dejando 21 muertos.

Por Jairo Dueñas

10 de agosto de 2016

Ya pasaron 20 años desde aquella tarde luctuosa en que una pesada máquina recicladora de pavimento cayó sobre un bus con estudiantes del Agustiniano, en la Avenida Suba de Bogotá. Doce años decantándose el dolor de las familias que padecieron la muerte y las heridas de sus hijos. Doce años de una noticia que lentamente se refunde bajo una montaña de últimas noticias que caen y se olvidan como hojas secas.

Veinte años que se han desvanecido desde que registramos el hecho en CROMOS, con un reportaje gráfico que entraba en la intimidad del colegio, una semana después de la tragedia, y mostraba los espacio vacíos donde ya comenzaban a hacer falta los 21 jóvenes muertos. Veinte años después, mientras hablaba en radio sobre este trabajo periodístico, por cuestiones del azar, me escuchaba una de aquellas mamás, enlutada con aquella noticia.

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En cuestión de minutos tenía en mi Twitter un mensaje suyo: “¡Mi eterna gratitud! Soy madre de estudiantes del accidente del Agustiniano y recuerdo siempre el cubrimiento de CROMOS. Ayer mientras conducía escuché cómo se originaron las notas. Un abrazo”. Hace unas semanas me visitó esta mujer providencial, Pastora González, con el pretexto de tomarnos un café. Y en hora y media, más allá de sus palabras, de la tristeza que se oculta en sus ojos y de su tono sereno, pude contemplar la fuerza de una mujer que pese a que perdió a su hijo menor, Jorge Eduardo, y padeció las heridas del mayor, John Jairo, se impone por su entereza. Cómo no ir a su casa a visitar a su hijo sobreviviente.

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“Lo más difícil de volver a clases fueron el silencio y las miradas.Todo el mundo miraba con pesar, como si uno fuera un ser extraño”.

Cuando digo 28 de abril del 2004, el día del accidente, ¿Qué imagen tiene en su mente?

¿Qué imagen? Yo me acuerdo muy bien que estaba en la Avenida Suba y yo pensaba que era un sueño sin sonidos. O sea, eso se me viene a la cabeza, que era un sueño, que yo estaba durmiendo en mi cama y me intentaban despertar… Porque yo perdí la conciencia, y a mí me trataban de levantar para que no perdiera más sangre por la cabeza.

¿Lo estaban reanimando?

Sí, lo primero que yo miro es la Avenida Suba y digo: “esto debe ser un sueño”. Después me levanto en la clínica... y es de verdad.

¿Y cuánto duró esa inconciencia?

En el transcurso desde que me subieron a la ambulancia hasta la clínica, fueron como unas tres o cuatro horas, más o menos.

Cuándo despierta, ¿qué es lo primero que ve?

Cuando despierto, lo primero que veo es a una cirujana plástica que me estaba suturando la herida... ¡Ah, y a mi mamá!

¿Ese día se levantó pensando en algo en especial?

Fue un día normal. Exactamente fue un mes después de mi cumpleaños. Ese día había un partido, entonces pensamos quedarnos de la ruta con mi hermano, Jorge Eduardo, pero la cancha estaba muy fea y lo cancelaron, entonces nos fuimos en el bus. Lo que me acuerdo del bus es que yo le pedí el celular a un amigo, que estaba al lado, le dije: “oiga, présteme su celular” y ¡pum! Hasta ahí me acuerdo. Él falleció, era de mi curso.

¿Él estaba en la silla del lado?

Sí, al lado mío, es que fue raro, porque al lado mío estaba Sergio, adelante mío estaban dos niños de apellido Marroquín, y atrás mío estaban Jorge, mi hermano, y Juan Manuel Rueda, mi mejor amigo, como un cuadrado ahí, y yo quedé en el centro de ellos.

¿Y solo usted sobrevivió?

Sí, sí, de ese cuadrado, en la parte de atrás, al lado derecho del bus. Son cosas que, de pronto, ya están marcadas. Yo siempre me pregunté mucho por qué yo, por qué quedé vivo yo y no mi hermano. Mi hermano era como el juicioso de la casa, yo medio vago a veces…

¿Hubo algo que ayudó a dejar de preguntarse por qué yo?

El tiempo. Sí, sí, porque Dios quiso y ya. Es como cuando uno tira una piedra y rompe el vidrio, ya roto, ya no se puede hacer nada.

¿El golpe lo recibe de arriba hacia abajo?

La verdad, yo no me acuerdo muy bien, pero creo que la máquina cae y salta sobre el lado derecho… entonces, sí, desde arriba.

¿Qué lesiones tuvo?

Muchas, en la cadera, desplazamiento lateral del acetábulo, en la cabeza del fémur…

¡Se volvió anatomista!

Sí (Sonríe).

La cabeza del fémur, ¿de qué pierna?

De las dos. Y también fractura de la clavícula izquierda y de la mano derecha. Y en la cara, la nariz por dentro toda destruida. Tuve que aprender a caminar otra vez.

Y en la cabeza, ¿fue una herida fuerte?

Pensaban que era fuerte, pero no. Fue hasta el hueso, pero se suturó y ya. La cosa es verla todos los días al espejo. O que siempre a uno le preguntan “¿oiga, a usted qué le pasó en la cabeza?

¿Cuánto tiempo pasó recuperándose?

De seis a ocho meses.

"Siempre que me levanto de la cama, lo que hago es darme la bendición porque estoy vivo y puedo continuar”.

A punto de morir

¿Cuál es la reacción de la gente cuando conoce su historia?

Me dicen: “Ah, ¿usted estaba en ese bus? Usted debe ser un angelito”. Esa es toda la reacción. Siempre es lo mismo, es como “oiga, qué difícil. ¿Cuántos niños murieron?”.

No muchos pueden contar que estuvieron a punto de morir.

Claro que esta no es la primera vez que yo estuve a punto de morir, cuando era pequeño, a los tres años, también. Es un cuento súper largo, es un cuento de desnutrición.

¿Un cuento de desnutrición?

Exactamente, no del abandono de mi mamá sino de mis tías, en donde me dejaban cuando yo era pequeño. No me daban comida, no me daban nada, entonces estuve a punto de morir, si no es por esta familia, que hoy es mi familia, no estaría aquí contando el cuento. No me recibían en las clínicas, por el estado en el que estaba.

¿Y ahí el cuento se vuelve de adopción?

María, era mi mamá, y ella trabajaba aquí en esta casa, entonces esa era la conexión. Ahí es cuando Pastora le dice a mi mamá biológica: “usted no se vuelve a llevar este niño”. Y asume la responsabilidad de ahí en adelante. La de mi hermano, Jorge, desde siempre porque Jorge sí nació aquí. La mía fue desde los tres años.

¿Y qué pasa con su mamá biológica?

Pues ella decide un día decir no más, me voy a seguir mi vida y se va.

¡Fuerte!

Pues sí, pero igual teniendo una familia como ésta, no es tan fuerte. Porque siempre han estado conmigo, son como mi mamá, las tres: Pastora, su hermana Marcela y Ana su mamá. Entonces pues no, no es tan doloroso. Digamos, a mi papá biológico no lo conocí. Y pues el papá de Pastora fue como mi papá para mí, se llamaba Carlos González.

¿Qué piensa hoy de su adopción?

Que siempre hay otra oportunidad. Porque no sé qué sería de mi vida. ¿Qué estaría haciendo en este momento? No sé, de pronto me habría muerto, de pronto estaría robando en la calle, o quién sabe qué estaría haciendo. En cambio pues me dieron la oportunidad, no sé, Dios o la vida me dio la oportunidad de seguir, de seguir con una buena vida y una buena familia.

¿Ya entiende lo que es una familia?

Siempre lo he entendido. Sí, porque siempre he entendido qué significa para ellas no haber tenido hijos y haberme tenido a mí. No creo que cualquier persona haga eso, que se desvivan como se desviven por mí, o como lo hacían por mi hermano. De ahí sale toda mi fortaleza.

De Pastora, su mamá adoptiva. ¿Alguna lección aprendida de ella?

Sí, es una gran luchadora. Todo lo que se propone, lo saca adelante. Es una mujer muy fuerte.

¿Algún día ha pensado en vivir solo?

Sí, pero más adelante. Por ahora, no hay como el hotel mamá.

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Fuerza para continuar

Del accidente, de este gran golpe ¿cuál es la lección?

El tiempo pasa muy rápido y uno siempre tiene esas heridas en el corazón. La lección es que hay que tener la fuerza para continuar. Porque digamos, mi mamá me dijo a mí, cuando pasó el accidente, quiere relajarse todo el año o usted quiere seguir estudiando. Entonces, yo dije: “no, hay que seguir”. Aunque en ese momento yo perdí a mi hermano y a mi mejor amigo, o sea, quedé solo en ese momento.

¿Qué fue lo más difícil de volver al salón de clases?

Lo más difícil fueron el silencio y las miradas. Sí, claro, todo el mundo miraba con pesar, como si uno fuera un ser extraño.

¿Lo miraban diferente?

Sí, claro. En ese momento, como que pasaba el bus y la gente miraba con pesar. Eso era un poquito feo. Pero con el tiempo esos ojos fueron desapareciendo.

¿Cómo fueron sus últimos años de colegio?

Yo estaba en noveno, me faltaban tres. Fue triste aunque de mucho apoyo, en ese tiempo conocí a mis dos mejores amigos, Santiago y Mateo. Dios quita pero también repone.

¿Los periodistas lo buscaron?

Sí, varias veces. Es más, una vez fue muy chistoso. Un tipo me dijo: “vea que yo soy de El Tiempo, venga, ¿usted estaba en el accidente? Y yo le dije: “sí, sí, sí”. Y era de El Espacio (Sonríe). Salió una foto mía al lado de esta señora “en bola”, fue muy chistoso.

¿Esperaba más del periodismo?

Sí. Que fuera más reflexivo. Porque creo que casi un mes antes de que pasara esto, un vehículo que transportaba una retroexcavadora derrumbó un puente peatonal en la Suba con Calle 127, mató a un señor, dejó a otras personas heridas, y no hicieron nada y, si no estoy mal, era del mismo consorcio. Después pasa esto, otra vez, entonces, ¿cuántas veces tienen que pasar las cosas?

¿Qué ha sido lo más duro de superar?

La ausencia de mi hermano y de mi mejor amigo, porque éramos los tres para todo y, de un momento a otro, uno se queda solo.

¿Cómo era su relación con su hermano menor?

Era como otro mejor amigo. Era muy tierno conmigo. Una vez estábamos en el colegio, yo perdí tres materias, él no había perdido nada. Entonces, él me dijo en la ruta: “ay, yo voy a decir que perdí materias para que nos regañen a los dos”. Y ese día nos regañaron a los dos y él no había perdido nada.

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Una vida entre jardines

¿Se ha vuelto a ver con los estudiantes sobrevivientes?

No, poco. Yo hablo con dos muy de vez en cuando. De resto no, no sé de los otros…

¿Y cuando se ven, ¿de qué hablan?

De todo… del colegio.

El tema del accidente, ¿se toca o no?

No, no, casi no. Nunca. Creo que nunca se toca.

¿Como diseñador graduado en qué trabaja hoy?

Estoy trabajando en una empresa que se llama Helecho y Control, nosotros hacemos jardines verticales, muros verdes, cubiertas verdes, todo lo que tenga que ver con infraestructura verde.

¿Y ahora en qué proyecto está metido?

Ahora estoy en un proyecto que se llama Parque Bicentenario, queda en la carrera 7 con 26.

¿Y cuál es su trabajo ahí?

Residente de obra de paisajismo. Un metro cuadrado de jardín vertical da oxígeno para seis personas, eso es importante. Hoy las plantas me gustan mucho. Cree una empresa que da vida, dedicada a diseño de jardines (facebook.com/DisenoNaturalAsociado).

¿Cómo asume esos días de mucha presión en el trabajo?

En la crisis, digamos de entregar un trabajo, como que uno recuerda lo que le pasó, entonces uno se dice: “oiga, si salí de esta, cómo no voy a poder entregar esto”.

Algo que haya cambiado después del accidente.

Ah, me volví muy reservado, muy callado.

¿No era así?

No. Hablaba mucho. Pero ya después de eso, pues no.

¿Le gusta el fútbol?

¡Uff! ¡Muchísimo! Yo jugaba en las inferiores de Santa Fe.

¿Y de qué jugaba?

Delantero y, a veces, de medio, pero después del accidente no pude jugar más por la cadera, porque en cualquier momento se puede fracturar otra vez. No puedo hacer deportes de alto impacto. A veces juego tenis, pero no, el fútbol es irreemplazable.

¿Fue duro dejar el fútbol?

El fútbol nos unía mucho con mi hermano.

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La vida es difícil pero...

En estos doce años, ¿cuál ha sido su procesión de sentimientos?

Fue una mezcla completa de tristeza, de rabia, como de impotencia, no podía hacer nada. Como ganas de romper el mundo, de rebeldía, muchísima. Pero con el tiempo uno también va madurando y va entendiendo que este tipo de cosas toca aprender a llevarlas. Porque incluso, no me acuerdo cuántos años antes del accidente, un diciembre había fallecido mi papá adoptivo.

Si hubiera alguna manera de hacerlo, ¿quisiera olvidar todo lo que le pasó?

No, porque en la vida uno siempre tiene que aprender las cosas y, si de pronto lo olvido todo, no estaría como hoy. De pronto no sería la persona que soy hoy, sería otra. Esas cosas nos enseñan, nos enseñan a ser mejores. Entonces si lo borramos, se borra el camino.

¿Qué tal la vida amorosa?

Vida amorosa… (Sonríe) Muy complicada. Tenía una novia, duré con ella seis años. Ella fue un apoyo, una persona muy linda, pero siempre en la vida las cosas tienen que terminar. Entonces, fue muy duro. Otra vez como con la soledad…Y ahorita estoy saliendo con una arquitecta, que se llama Laura como la novia anterior (Sonríe otra vez).

¿Cómo anda su confianza con el tránsito bogotano después de su experiencia?

No, a mí lo que hoy me da malgenio son los buses escolares andando como bólidos a 120, llevando niños. Me da rabia sí, porque están llevando niños. Incluso, ni siquiera los de colegio solamente. Eso se ve mucho.

¿Cree que lo sucedido con el bus del Agustiniano sirvió para crear conciencia?

En su momento todos empezaron a respetar y a seguir las normas, ya después no, a todos se les olvida.

Tiene una frase para levantarte todos los días, una manera de empujarse…

No, siempre que me levanto de la cama, lo que hago es darme la bendición porque estoy vivo y puedo continuar.

¿Cuál es la moraleja de todo esto?

La moraleja es que la vida es difícil, pero siempre hay caminos y una luz.

Fotos: David Schwarz - William Fernando Martínez - Archivo CROMOS.

Por Jairo Dueñas

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