Una conversación con Armando Correa, autor de la novela La hija olvidada

El cubano presentó en Bogotá la historia de Elise Duval, una francesa radicada en Nueva York a la que le cambia la vida después de recibir un puñado de cartas.

Por Redacción Cromos

19 de septiembre de 2019

El periodista, que nació en Guantánamo, es editor de la Revista People. / Cortesía

El periodista, que nació en Guantánamo, es editor de la Revista People. / Cortesía

Hay un hecho histórico fundamental, que inspira la novela: el barco Saint Louis, que llegó a La Habana en 1939 con pasajeros judíos, pero la isla no les abrió las puertas. También los discriminó.

Mi abuela me contó esa historia, ella estaba embarazada de mi mamá cuando el barco Saint Louis navegó en vano hasta la capital. Crecí con las palabras de mi abuela, recuerdo que ella dijo que Cuba iba a pagar muy caro los próximos 100 años por rechazar a los judíos.

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Para los que no han leído La hija olvidada, ¿de qué se trata?

Es una historia basada hechos del holocausto de la Segunda Guerra Mundial. Es el relato de una madre desesperada, que está tratando de huir de una situación terrible en Alemania, con sus dos hijas pequeñas y su libro más preciado. Esta es una obra sobre lo que podría hacer una madre en cualquier época.

 

 Amanda es la madre desesperada, que toma una determinación que la marca su vida y la de generaciones posteriores.

 Amanda ama los libros y, durante la quema de textos por parte de los nazis, se ve obligada a salvar uno solo. Hace lo mejor que puede, al final se aferra al olvido y el abandono como medio de salvación. La decisión de mandar una sola hija al exterior fue por miedo, la toma en un segundo. Si ves a Amanda en el campo de concentración, ella toma decisiones como si nada hubiera pasado.

Su libro está narrado en tercera persona, en el que se enfoca en los detalles de la intimidad de sus personajes.

Tengo formación periodística, lo que me permite acercarme a un hecho del pasado. Antes de ser escritor, soy lector, de modo que soy lo que leo. Cuando eres niño e intentas escribir, tratas de plasmar lo que estás leyendo. Estudié dramaturgia en la universidad, lo primero que se publica de mí es una pieza de teatro. Por eso digo que hay un sentido dramatúrgico en mis páginas. Hay una tensión que persigo, en La hija olvidada te encuentras con escenas atmosféricas.

Su anterior novela, La niña alemana, está en primera persona, muy diferente del narrador que nos encontramos en La hija olvidada.

Con La hija olvidada me di la libertad de manifestar cosas entre líneas, pero, al mismo tiempo, es una historia íntima, en la que el personaje no está distante. Los escritores, cuando jugamos con los párrafos y las palabras, queremos que el lector se involucre y se apropie del mundo que dibujamos.

¿De dónde surge la descripción de los latidos del corazón, que usted plasma con una precisión que es difícil dejar de releer?   

 ¿Cuál fue el primer electrocardiograma que llegó a Berlín? Era una máquina llena de cables, similares a las que se utilizaron en el Proyecto Frankenstein. Estudié los latidos del corazón, las altas y las bajas. Me sorprendo de las cosas que van saliendo en el momento en que estoy escribiendo. Tenía algo claro: los personajes masculinos son como fantasmas, aunque con fuerza en el relato. Son presencias casi insignificantes. Quería que el libro fuera un electrocardiograma, que fuera en altas y en bajas. Los latidos marcan el ritmo de la historia. 

¿Cuál es el rasgo autobiográfico?

Soy cubano, esto es algo que no me puede quitar Fidel Castro y el libro de Amanda es la historia de mi familia. Todos los personajes están relacionados con los míos. 

Por Redacción Cromos

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