“Viví una adolescencia tranquila, entregada a la música”, Gusi

El cantautor confiesa que, a pesar de la rapidez con la que se mueven el mundo y el tiempo, el adolescente que lleva adentro sigue muy vivo.

Por Gabriela Castro Rico

07 de diciembre de 2016

“Viví una adolescencia tranquila, entregada a la música”, Gusi
“Viví una adolescencia tranquila, entregada a la música”, Gusi

“Soy el mismo que era en la adolescencia. No he dejado que el buen humor, los chistes y las bromas que me caracterizan se escapen con el paso del tiempo. Lo que sí ha cambiado es mi timidez, esa que se apoderaba de mí en las primeras fiestas a las que asistí y no me dejaba bailar o cantar en público. Ese defecto, que no compaginaba con el sueño de ser artista, se ha ido en gran medida. A los 16 años viajé a Flensburg, Alemania, y conseguí trabajo cantando en un bar, así que no tenía otra opción que pelear a mano limpia contra la timidez hasta derrotarla. Desde ese momento he tenido que  soltarme. Los escenarios, la música, mis seguidores y las entrevistas me han enseñado a desinhibirme, aunque aún hay situaciones que me cuestan, como las sesiones de fotos.

 

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También desde la adolescencia me acompañan la pasión por el deporte y por la música. Crecí en Colina Campestre, al norte de Bogotá, y tenía muchos  amigos. En ese entonces no existía la Avenida Boyacá, solo había zonas verdes llenas de vacas, así que se nos iban días enteros en aventuras que emprendíamos en bicicleta o patines. Fuimos muy traviesos, en varias ocasiones tuve que escabullirme para escapar del regaño o el castigo.  

 

 

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"A los ocho aprendI a tocar Blackbird de los Beatles y Hotel California de Eagles".

 


Con ellos compartí, igualmente, el gusto por el Atlético Nacional. Cuando llegué de Venezuela con mi familia, una comunidad paisa llegó al barrio y me transformó en hincha del verdolaga. No me perdía ningún partido y, cada vez que fue posible, fui a ver al equipo al estadio. Mi interés por el fútbol creció en las canchas. Organizamos un equipo muy sólido, entrenábamos mucho y nos entendíamos muy bien; todas esos factores influyeron en que ganáramos varios torneos y llegáramos a ser reconocidos en la zona. 

 


En esos años consolidamos unos lazos de amistad muy fuertes, tanto,  que todavía hoy jugamos. Soy el arquero del equipo y, aunque ya volví al ruedo, tuve que ausentarme de las canchas por dos años debido a una lesión fuerte en la rodilla. A partir de ese momento le tengo más respeto al tema. Incluso consideré dejar de jugar para siempre, pero este deporte me ha dado muchas cosas que agradezco y me ha permitido entender el valor del trabajo en equipo, la solidaridad y la unión. Además, me dio un gran grupo de amigos. Ahora, de grande, encontré el tenis. Juego a diario desde hace tres años. Es un deporte que me ha aportado herramientas de estrategia, me ha enseñado a dejar la mente en blanco y me ha llevado a comprender que tengo que soportar los momentos críticos y ganarlos a punta de cabeza y de coraje. Todos estos aspectos me han servido en mi profesión, en la que siempre hay presiones.

 


La música forma parte de mi vida desde antes de nacer. Mi papá le regaló a mi mamá una guitarra cuando eran novios y, desde ese momento, el instrumento y ella fueron inseparables. En su adolescencia, mi mamá cantaba con mis tíos y la guitarra la acompañaba. Después, durante sus tres embarazos, también rasgó esas cuerdas una y otra vez. Tengo la idea vaga de haber sentido, desde su barriga, las vibraciones de esa amiga fiel.

 

 

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"Mi papa le regalo a mi mama una guitarra, el instrumento y ella fueron inseparables... Tengo la idea vaga de haber sentido, desde su barriga, las vibraciones de esa amiga fiel".

 


En mi niñez, mi mamá me enseñó los primeros acordes, que me sirvieron para estudiar y montar, a puro oído, canciones de otros artistas que escuchaba en la radio. Gracias a ella, se volvió un hábito tener todos los días la guitarra conmigo y componer canciones. Años después, Mario Carvajal, el esposo chileno de una de mis tías, me enseñó a tocar Blackbird de los Beatles y Hotel California de Eagles. Aunque a los ocho años no sabía lo que decían, me gustaba como sonaban. Mi estilo actual se lo debo a mi papá, de cuya sangre guajira heredé ritmos caribeños, haitianos y africanos, y algo de pop y rock. A los 13 años hice mis primeras composiciones y con ellas fui definiendo mi estilo. 

 


La adolescencia es una etapa que he recordado bastante en estos días, gracias a los chicos que han pasado por La Voz Teens. Muchos de ellos, como yo, escriben desde pequeños y dedican mucho tiempo a la práctica para estar listos en el momento en el que deben presentar su música. Es un espacio en el que la improvisación no existe. El colegio Andino siempre me brindó el espacio que necesité para ensayar, por eso andaba con la guitarra entre clases y durante los tiempos libres. Además, fue el lugar perfecto para tener una banda con amigos que como yo siguieron el camino de la música: Daniel Álvarez es guitarrista de Diamante Eléctrico; Titi, baterista de Maluma, y Rafa Campos toca con varios grupos afuera, en Costa Rica. 

 


Gracias al profesor Camilo Loaiza y a su interés por presentarnos sonidos e instrumentos nuevos, tuvimos un grupo de salsa y de música andina. En ambos canté, toqué la percusión, el charango y la guitarra. Nos fue muy bien. Incluso, cuando estábamos en décimo de bachillerato, hicimos tres conciertos con boletería en el bazar del colegio y con ese dinero me pagué la excursión a San Andrés.

 

 

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"He crecido sin dejar de ser niño y espero que, con el paso de los años, no me convierta en una persona aburrida y caprichosa".

 


Extraño mucho esa época porque fue el inicio de lo que soy ahora. Cada vez que puedo, paso por la cancha donde jugué fútbol y la miro con nostalgia. Es tanto el cariño que siento por el colegio, que en las fiestas de diciembre aprovecho para volver con conciertos de Navidad. Me parece que es una época muy bonita para recordar, celebrar y agradecerle al lugar en el que viví los mejores momentos de mi adolescencia. Allí di mis primero pasos en un escenario, me enamoré por primera vez y aprendí a 
escribir canciones. 

 


He crecido sin dejar de ser niño y espero que, con el paso de los años, no me convierta en una persona aburrida y caprichosa. No quiero perder los deseos de compartir con la gente y de viajar. Soy feliz con la vida que tengo, no la cambiaría por nada. Si llego a viejo y debo descansar, espero poder hacerlo en una casa frente al mar, en medio de un ambiente de paz, sin que nadie me moleste. 

 


Por ahora disfruto los nervios, las mariposas en el estómago y los pelitos que se erizan cuando escucho cantar a cada joven. Ellos me han recordado que desde la adolescencia llevo una chispa adentro que sigue muy viva, y se los agradezco compartiendo algunas de las cosas que he aprendido a lo largo de todos estos años. He tratado de dejarles muy claro que la dedicación da frutos y que el éxito puede llegar cuando uno menos lo espera”. 

 

 

Un ídolo

 

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Mis ídolos musicales en la adolescencia fueron John Mayer, Dave Matthews Band, Chichi Peralta, Juan Luis Guerra, Rubén Blades y Francisco Céspedes. A René Higuita, Óscar Córdoba, Miguel Calero, Oliver Kahn, Pete Sampras y Michael Jordan, siempre les seguí el rastro también.

 

Foto: Andrés Valbuena - Caracol TV.

Por Gabriela Castro Rico

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