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A pesar de las dudas de algunos, Néstor Lorenzo ha demostrado que su proceso tiene rumbo, resultados y carácter. Su manejo humano, su serenidad en la crisis y su capacidad para competir contra los mejores invitan a creer que Colombia puede soñar con un Mundial incluso mejor que el de Brasil 2014.
Veo mucha gente desconfiada de lo que hace Néstor Lorenzo, pero, sinceramente, no encuentro razones para ello. Su trabajo, los resultados y la forma en que ha conducido al grupo invitan a creer que Colombia puede hacer un gran Mundial, incluso superar lo de Brasil 2014. No se trata de una ilusión sin sustento, sino de un proceso sólido que combina resultados, carácter y liderazgo.
Lorenzo no llegó con cartel de salvador ni con frases altisonantes. Lo suyo ha sido una revolución tranquila. Desde que asumió el cargo, en 2022, le devolvió al equipo la serenidad y el sentido colectivo que tanto se habían perdido. Y aunque no había dirigido antes una selección, su recorrido le daba fundamentos: fue jugador de la Argentina subcampeona del mundo en Italia 90 bajo las órdenes de Carlos Bilardo, y durante años fue el asistente de José Pékerman en Colombia. Conocía el vestuario, el entorno y las raíces de esta generación.
Desde su primer partido, el 24 de septiembre de 2022 ante Guatemala, Lorenzo ha mostrado una idea clara. Su Colombia no especula: juega, propone y compite. En la eliminatoria le sacó cuatro de seis puntos al campeón del mundo, Argentina, y en amistosos venció a Alemania en Gelsenkirchen (2-0) y a España, dos potencias que no suelen perder ante selecciones suramericanas. Más allá del valor simbólico de esos triunfos, demostraron que el equipo puede pararse de igual a igual ante cualquiera.
Su arranque fue impecable: más de 20 partidos sin perder y una final de Copa América ante la misma Argentina campeona del mundo. Ese torneo marcó un punto de madurez. Colombia mostró identidad, ambición y confianza. Perdió la final, sí, pero el equipo se consolidó. Y cuando después de la Copa América llegaron algunos altibajos de resultados y rendimiento, Lorenzo volvió a mostrarse firme. Supo recomponer la moral, ajustar lo táctico y recuperar la confianza del grupo. Gestionar las crisis fortalece, y Lorenzo lo entendió.
Lo que distingue a Lorenzo es su manejo humano. Escucha, exige, acompaña. No hay histeria ni discursos vacíos: hay coherencia. Logró que los líderes —James, Díaz y Cuadrado— convivieran con una generación nueva que pide pista sin complejos. El resultado es una selección madura, que juega con convicción y se nota feliz.
Hoy, Colombia tiene base, estilo y credibilidad. Tres pilares que no se construyen de la noche a la mañana. Lorenzo ha consolidado un grupo competitivo y comprometido, capaz de ilusionar sin vender humo.
Y cuando le preguntaron después de la Copa América qué seguía, respondió: “De los dos finalistas, uno está marcando una época y el otro recién empezando”. Esa frase resume su método: prudencia, ambición y trabajo. Por eso creo que no hay razones para desconfiar. Si el fútbol también premia los procesos coherentes, la revolución tranquila de Lorenzo puede llevarnos más lejos de lo que alguna vez soñamos.
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