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A Nole no lo odian por la retirada de ese día ni porque Alcaraz, dos días atrás, se hubiera quejado porque Djokovic, ya lesionado, pidió el tiempo médico varias veces, lo que además corta el ritmo de juego. Es importante decir que todo lo que hizo está dentro de las reglas y parte importante del tenis es el manejo mental de los tiempos muertos. Tampoco lo odian porque desde el primer día ha confrontado al público y sus irrespetos, porque eso lo hacen muchos. Además lo toma a su favor porque él se agranda ante este tipo de situaciones. Tampoco lo odian por no haberse vacunado contra el covid ni por haber denunciado que lo detuvieron en precarias condiciones por haber llegado al Open de Australia 2022 sin su vacuna, en medio de algo que tenía un tinte más político que humanitario.
No creo que lo odien porque en tiempos en que Federer y Nadal eran los ídolos de todos, dueños de una rivalidad que ellos cuidaron durante años en aras de que nadie los interrumpiera, apareció Djokovic para ganarles la mayoría de veces que se enfrentó ante cada uno de ellos. No debería ser razón para odiarlo que ganó más torneos de Grand Slam, más partidos, más Masters 1.000 y tiene más récords que cualquier tenista en la historia.
En sus comienzos Djokovic intentó ser simpático. Imitaba graciosamente a sus pares en público y en las exhibiciones hacía monerías para agradar.
Djokovic es como el guasón del tenis. Ese villano-héroe que logró todo lo que los demás hubieran querido, menos el cariño de la gente. Es ese que nunca fue políticamente correcto y se atrevió a desafiar y ganarles a Federer y a Nadal cuando todos los demás apenas salían a jugarles. Pero esto es entretenimiento y a la gente le gustan los personajes públicos bonitos, simpáticos e inspiradores que proyecten la perfección que jamás podrán lograr en sus vidas. Ese no es Djokovic, aunque en su trabajo ejecute tiros que nadie ha logrado. Sin embargo, aunque no lo quieran, como al guasón, lo respetan y esa es otra forma de amar.
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